PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

sábado, 12 de septiembre de 2009

HAY PREGUNTAS Y PREGUNTAS




Hay preguntas que no merecen respuesta porque son inútiles, pero hay preguntas a las que nadie puede sustraerse. Hay preguntas que uno puede desviar a corner o simplemente darles una respuesta que llaman “diplomática”, es decir que no dice nada. Pero hay preguntas tan directas que uno no puede andarse con diplomacias.


Preguntas que nos resultan indiferentes y preguntas que nos afectan en nuestras propias raíces: ¿Yo quién soy? En cambio puedo evadirlas cuando alguien me pregunta ¿qué hago, a dónde voy?


Hay preguntas y preguntas. No es lo mismo que yo me pregunte a mí mismo o que sea el mismo Dios quien me pregunta. A mí puedo hasta engañarme para no reconocer mi mentira. Pero, ¿cómo evadir la pregunta de Dios?


En el Evangelio de hoy, no son los discípulos los que hacen preguntas. Aquí las preguntas las hace Jesús. Y Jesús nunca hace preguntas tontas. Él va siempre al fondo de las cosas, al fondo de nosotros mismos.


Es fácil responder cuando se nos pregunta por los demás, ahí todos somos unos expertos. Por eso, cuando Jesús pregunta “qué dice o piensa la gente sobre Él” ahí todos son especialistas. Se conocen todas las situaciones y modos de pensar de la gente. “Unos dicen esto. Otros dicen aquello. Los demás dicen…” Se saben muy bien la lección.


Lo difícil es cuando se nos pregunta por nosotros. Ahí pareciera que no somos tan expertos como en vidas ajenas. Por eso mismo, cuando Jesús les pregunta: “¿Y vosotros quién decís que soy yo?”, todos callan. No sé si por avergonzados o por miedo a decir su verdad, hasta que Pedro da la cara por todos: “Tú eres el Mesías.”


Es importante saber qué dicen los demás, pero mucho más importante es saber qué decimos nosotros. Ya que, en el fondo, lo que Jesús quiere saber es: “¿Quién soy yo para vosotros? ¿Qué significo yo en vuestras vidas?" Esa pregunta no la pueden evadir. Es posible que ellos jamás se hayan hecho esta autorreflexión y por eso los agarra de sorpresa. Sin embargo, para un seguidor de Jesús la pregunta fundamental es: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué significa El en mi vida?


Esta es la pregunta que se nos hace hoy a todos nosotros. Pregunta que no debiéramos evadir ni responder de memoria o para salir del paso porque de la respuesta que demos dependerá la verdad de nuestra fe.


UN SOLO CAMINO


La segunda parte del Evangelio Jesús se define a sí mismo como el “Mesías crucificado y resucitado”, e inmediatamente define a sus seguidores. También ellos tendrán que andar el mismo camino que pasa por la cruz para llegar a la resurrección.


Tremendo escándalo para su amigo Pedro. ¿Y no será también escándalo para nosotros?


El cristiano no tiene otro camino que el de Jesús. Un camino que muchos interpretan mal y lo convierten en un camino de dolorismo. Y Jesús nunca presentó el cristianismo como elogio del dolor y del sufrimiento. Por eso también nosotros confundimos lo de “llevar la cruz” con todos los sufrimientos y enfermedades.


Y la verdadera cruz de Jesús es la Cruz de la “fidelidad”. Jesús nunca buscó la cruz. La cruz se la impusieron los hombres precisamente por ser fiel a sí mismo y al Reino. Esa es la verdadera cruz. Ser capaces de sufrir las consecuencias de nuestra fidelidad a nuestro Bautismo, a nuestra fe, al Evangelio, al amor que el Señor nos tiene.


¿Acaso no fueron esos los mártires? Dieron su vida por ser fieles a su fe. Y por eso los mataron. Fueron testigos fieles a su fe y a Dios, pero los hombres no quieren esa fidelidad y entonces se dedican a crucificar. ¿A caso en tu grupo de amigos no te toman el pelo, te llaman aguafiestas cuando no participas en sus francachelas? Muchos renuncian a su propia identidad para ser como los demás y que nadie les tome el pelo, se rían de ellos o los marginen.


Creer en Jesús es seguir su mismo camino. El camino de la fidelidad. Y esa es la única cruz realmente cristiana. La cruz como consecuencia de nuestra fe. Pero esto no se hace por fidelidad a las ideas, ni a las doctrinas, sino por fidelidad a una persona. Nuestra fidelidad al Jesús crucificado a quien Dios ha resucitado. Si queremos vivir con Cristo es preciso morir con El. Nosotros no amamos la cruz. Nosotros solo queremos ser fieles a El. ¿Consecuencia? La cruz. “El que quiera seguirme, tome su cruz de cada día y sígame”. El que quiera venir detrás de mí, que sea fiel, que la cruz le vendrá como consecuencia.



EL AMOR MUERE CUANDO MUERE LA FE


Yo tengo muchas dudas de la fe de los novios cuando se casan por la Iglesia. La verdad que no sé cuánto creen en el sacramento que los une ni cuánto creen en Dios que bendice su amor. Ni cuanto creen en la Iglesia que los bendice y en nombre de Dios los hace marido y mujer.


De lo que no tengo duda es que al casarse, cada uno lo hace declarando tener fe en el otro. El novio que se casa tiene fe en la novia y ésta en el novio. De lo contrario, se estarían mintiendo mutuamente. Si se les pregunta porqué creen el uno en el otro estoy seguro de que la respuesta es “porque nos amamos”.


Por algo decía San Pablo que “el amor lo cree todo”. ¿Cuándo comienzan los problemas en la pareja? Es posible que si les preguntamos nos den mil y una explicaciones. Sin embargo, me atrevería a decir que las crisis conyugales comienzan cuando el uno deja de creer en el otro.


Una de las cosas más difíciles en el tratamiento pastoral de las parejas es cuando uno de ellos te dice: “Es que ya no creo en él”, “es que ya no creo en ella”. Es tal vez uno de los signos más claros de que el amor está de baja y que se está enfriando. No creo en ti porque ya no te amo.


De ahí la importancia de que los esposos actúen de manera que merezcan siempre la confianza del otro, la fe del otro. De ahí también la importancia de que cada uno actualice cada día su fe en el otro.


Lo mismo que cada día renovamos nuestra fe en Dios, debiéramos también renovar nuestra fe conyugal del uno en el otro. Te amo, mientras creo en ti. Te amo, mientras tenga fe en ti. Tengo fe en ti, mientras te ame de verdad. Dejo de creer en ti, cuando dejo de amarte con sinceridad y en la verdad. Por eso es tan importante evitar la mentira en la pareja porque la mentira termina matando la fe y matando el amor.



CREER ES AMAR


Tenemos la idea de que la fe es cuestión de cabeza. Igual que tenemos nuestra propia filosofía, así también tenemos nuestra fe. Por eso solemos centrar nuestra fe más en las verdades de la fe que en la fe misma.


La fe es cierto que también es cosa de la cabeza; sin embargo, esencialmente es cosa del corazón porque creer es como el amar que es enamorarnos de “alguien”. Cuando uno se ha enamorado de alguien luego es fácil aceptar sus ideas e incluso respetarlas, por más que sean distintas a las nuestras.


Por eso creer, tener fe, es descubrir la belleza de la persona de Jesús y enamorarnos de Él. Así como nos enamoramos de alguien somos capaces de dejar nuestro hogar para irnos con la persona amada, también creer es enamorarnos de tal manera de Jesús que somos capaces de renunciarlo todo, incluso a nuestros intereses personales, y le seguimos. Así lo presenta Jesús: “el que quiera venir detrás de mí, que me siga”.


No hay amor donde no hay nadie a quien amar y no hay fe si no tenemos en quién creer. El corazón no cree tanto por razones cuanto por ese atractivo que el otro ejerce sobre nosotros. En este caso, tener fe, no es buscar razones de seguridad sino fiarnos, confiar, abandonarnos en Él.


La cabeza puede enredarse en sus dudas, pero el corazón sigue confiando y creyendo en Él. Por eso, la mayor parte de nuestras llamadas dudas de fe no son tales. La verdadera duda no está en si “entiendo o no entiendo el misterio de la Trinidad”, sino si amo de verdad a Jesús y me fío totalmente de Él, porque siento que sólo Él es capaz de llenar mi corazón y dar sentido a mi vida.


Está bien que estudiemos las verdades de nuestra fe y las enseñemos a nuestros hijos, pero lo primero que debiéramos hacer es contemplar a Jesús y enseñárselo a los hijos, que nos enamoremos y se enamoren de Él. ¿Amas? Luego crees. ¿Crees? Luego amas.



EMBELLECE TU ROSTRO


1. El rostro dicen que es el espejo del alma. ¿Será cierto? No me digas que tú llevas un alma arrugada como la cara que ves en tu espejo cada mañana. ¿La podías planchar un poquito? Muy simple, desde hoy ríete un poco más.


2. Embellece tu rostro. ¿Para quién? Por favor, primero, para ti mismo. ¿Es que no tienes tú el derecho de verte feliz cuando te miras al espejo? Dios te ha dado un rostro, primero, para ti mismo. Y tú te mereces un rostro más bello, más iluminado por la alegría del corazón.


3. Embellece tu rostro. ¿Para quién? Para tu mujer, para tu esposo. ¿No lo embellecías cuando erais novios? ¿Recuerdas lo maravillosa que era vuestra cara el día de vuestra boda? ¿No recuerdas que antes de ir a la Iglesia fuiste al salón de belleza? ¿Has visto el que le enseñas ahora? ¿No os merecéis un rostro más iluminado por la alegría de estar juntos? ¿Y vuestros hijos no se merecen un rostro más sonriente y feliz en sus padres?


4. Embellece tu rostro. ¿Para quién? Para la gente, para la calle. ¿Es que los demás no tienen derecho a descubrir en tu rostro la felicidad que llevas dentro? La gente está llena de problemas. Tú les puedes hablar de que la felicidad aún es posible.


5. Embellece tu rostro. ¿Por qué? Porque eres hijo de Dios y Dios no tiene hijos con esas caras de tranca, como si Dios hiciese mal hechos a sus hijos. Dios los hace a todos iluminados por la belleza misma de su propio rostro. No lo dejes mal a Dios, tu Padre.


6. Embellece tu rostro. ¿Por qué? Porque el que tienes parece estar en remate de segunda mano. Además, porque tú eres un bautizado. Por favor, que no digan que el bautismo te pesa y lo arrastras como una carga con la que no puedes. ¡Nada de bautizados resignados!


7. Embellece tu rostro. ¿Por qué? Porque eres un creyente y estás llamado a ser santo en la Iglesia. Un santo triste, ya lo sabes, es un triste santo. Los santos de pantalón, falda o corbata tienen que ser santos alegres. Sólo así la gente sentirá ganas de ser mejor.




PENSAMIENTOS


A mí no me gusta la cruz, Señor.
Pero me gusta ser fiel a tu Evangelio.
¡Aunque me cueste una cruz!


A mí no me gusta el sufrimiento, Señor.
Como tampoco te gustaba a Ti.
Pero tampoco lo rechazo si es
por ser fiel a tu Evangelio.


Yo no soy cristiano porque sufro, Señor.
Soy cristiano porque soy fiel a tu amor.

Yo no soy cristiano porque todo me sale mal.
Soy cristiano porque nada me aparta de tu amor.

Yo no soy cristiano porque me llamen aburrido.
Soy cristiano porque soy coherente con mi fe.


No sufro para ser cristiano.
Es posible que sufra por serlo.
Y esto es una bendición de Dios.
Porque sólo así podré ser como Él.


Sé que hay muchos caminos y muchos son muy fáciles.
Pero sólo prefiero tu camino.
¿Qué me lleva a la cruz? Sí.
Pero me lleva a la resurrección.





«IGLESIA QUE CAMINA» es una página Web de los Pasionistas,
creación del Padre Clemente Sobrado C.P. de Perú.