PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

domingo, 21 de marzo de 2010

M. OSCAR ROMERO 30 ANIVERSARIO: CELEBRACIÓN MIÉRCOLES 24 DE MARZO


EL COMITÉ DE SOLIDARIDAD M. OSCAR ROMERO, DE CADIZ Y
LA COMISION DIOCESANA JUSTICIA Y PAZ, DE CADIZ-CEUTA


Os invitamos:


El próximo Miércoles 24 de marzo a LA ORACIÓN POR LOS MÁRTIRES DEL AÑO 2009 que celebraremos en la Iglesia del Colegio San Felipe Neri de Cádiz (Avenida Andalucía, 82) a las 20,00 horas con motivo del 30 aniversario del asesinato del Obispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero: Mártir del pueblo latinoamericano Crucificado.


En estos días muchos hombres y mujeres en el mundo, recuerdan y celebran la VIDA, la PALABRA y el TESTIMONIO de uno de los más grandes profetas de nuestros tiempos: MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDAMEZ, obispo, guía y pastor del pueblo salvadoreño y de todo el pueblo latinoamericano.


El tiempo que estuvo al frente del Arzobispado de San Salvador, Monseñor Romero conoció, documentó y denunció cientos de abusos a los más elementales derechos humanos, cometidos por los cuerpos militares y paramilitares.


Padeció la persecución y la difamación por parte de los poderosos. Lloró la muerte y la desaparición de hombres, mujeres, niños, ancianos, indígenas, campesinos, obreros, estudiantes, madres de familia, abogados, maestras, militantes y agentes de pastoral, artistas y comunicadores, pastores, sacerdotes, catequistas, obispos...


Monseñor Romero creyó fervientemente en que la paz con justicia era posible, por eso dio la vida y por eso lo mataron.


Es justo sin duda mantener viva la memoria de hombres y de mujeres que nos dan estos ejemplos de Amor, de Fe y de Esperanza en un futuro mejor para todos.


Los invitamos pues, a que bajo el amparo de nuestro San Romero de América, vivamos y trabajemos por esa paz justa para todos, llenos de fe y con esperanza en que es posible conseguirla.



A LOS 30 AÑOS DEL MARTIRIO DE M. OSCAR ROMERO


En estos días se cumple el treinta aniversario del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador. Pagó por los pecados que no cometió pero que el poder le achacó. A no ser, que lo sea, el poner el dedo sobre las raíces de los males que aquejan a los pobres del planeta y denunciar las injusticias de quienes la sufren.


Estaba consagrando, con el cáliz elevado, cuando una siniestra bala le asestó la muerte. Su sangre y la de Cristo se fundieron en ese instante de la caída, como queriendo significar la complicidad de ambos en un proyecto de amor y lucha por los más débiles del mundo. Ni siquiera por ello, el Vaticano, promovió a la santidad a este revolucionario del amor, amante de la verdad y disidente del poder. Pero poco importa, ya que el pueblo latinoamericano lo ha elevado a los altares de sus creencias, sus esperanzas, sus recuerdos y sus luchas, llamándolo: “San Romero de América”. Él mismo lo preconizó: “Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y en otros muchos más, podríamos añadir.


No se acaban de enterar, ni los que apretaron el gatillo ni los que siempre ordenan hacerlo, que la resurrección está por encima de la muerte. Y que Latinoamérica es el continente de la muerte con esperanza, porque cada vez que se produce un martirio, emerge con más fuerza y contundencia la verdad, la dignidad y la vida.


Los profetas, alejados del poder, siempre estuvieron cercanos al pueblo obedeciendo su clamor y persiguiendo su bien. Los fariseos, en cambio, se aferran a las leyes y al poder, y la historia así lo demuestra, para conseguir los fines propios. Hoy, los poderosos medios de comunicación, maquillan y enarbolan con mayor intensidad las egoístas e hipócritas voces de estos, que las clarividentes y generosas palabras de los otros.


El obedecer la ley de su noble conciencia, antes que los perversos dictados del mal poder, le significó la muerte, a este gran profeta de la Vida.


San Romero continúa vivo entre nosotros, su testimonio está más presente que nunca y no ha perdido vigencia ni actualidad, para todas aquellas personas que escuchan sus palabras y siguen comprometidas en que, este mundo en el que vivimos, sea más habitable para todos.


Nunca lo domaron en el circo de los elogios, la adulación y la potestad. Eligió, sin embargo, el dificultoso camino de luchar por las causas perdidas alcanzando, gracias a ello, representar la esperanza de un pueblo desesperanzado.


Él sabía perfectamente que, en un mundo tan injusto, intentar conseguir la felicidad para todos, sin riesgo alguno, no es posible. Pero cuando se ama no se tiene miedo. Y sobre todo, porque cuando se llega a la plenitud del amor, cualquier sacrificio o abnegación realizado por el bienestar de los demás, se convierte en un privilegio. Es precisamente ahí, cuando se comienza a construir la esperanza contra toda esperanza.


Oscar Romero no desespera en la lucha diaria contra esa especie de horda monstruosa que es el capitalismo neoliberal, contra el mercado omnímodo, contra el consumismo desenfrenado, la mentira o el poder avasallador. Él encuentra su fuerza en Dios, pero no un Dios que se busca mirando hacia arriba, sino a los lados, donde está la gente, porque es verdaderamente donde se encuentra Dios.


Existen dos fuerzas infinitas en el Universo, la perversidad de los poderosos y el amor de esas personas que demuestran su grandeza en la forma que tratan a los “pequeños”. ¿Quién triunfará? Indudablemente el amor, que es la única arma capaz de llevar la paz y la justicia a todos. Y esto se palpa en nuestros “mayores”, cuando sus prioridades por encima de intereses propios o partidistas, se convierten en amamantar sueños ajenos. Como así lo demostró Romero de América.


Las personas valen las causas por las cuales están dispuestas a luchar o incluso morir. Y es precisamente ahí, en esas causas, donde podremos descubrir las grandezas o las miserias de las personas. Todo lo demás son bellos y orquestados cantos de sirenas que tanto intentan embaucar. Sin embargo nadie puede dudar de la magnificencia, ni de la generosa vida de San Romero de América, que la entregó, precisamente, por la Vida.


Pedro Castilla Madriñán
Comité M. Oscar Romero de Cádiz