PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

miércoles, 29 de febrero de 2012

«ESTAMOS “AMENAZADOS” DE RESURRECCIÓN»
ORAR EN EL MUNDO OBRERO
2ª SEMANA DE CUARESMA
(4 marzo 2012)


Dibujos de Cerezo



ORAR EN EL MUNDO OBRERO

Ciclo “B”  (2011-2012) 

2ª SEMANA DE CUARESMA

(4 marzo 2012) 

Hay que bajar con Jesús
del monte de la Transfiguración
al valle de la debilidad, la necesidad
y el dolor humano,
donde Jesús mismo
perderá pronto la vida.

Al rememorar esta escena,
en medio de nuestro compromiso sacrificado,
consecuencia de haber escuchado sólo a Jesús,
sentimos el amparo de Dios.

ESCUCHAR reflexivo

I. Cuando Jesús dice:
“no estéis agobiados por vuestra vida
pensando qué vais a comer…”
no se dirige, claro está,
a sus contemporáneos ricos,
pues éstos disponen de suficientes propiedades
y mandan sobre tantas personas
que pueden vivir holgadamente
sin trabajar poco ni mucho.

Más bien se dirige a los trabajadores
por cuenta ajena en paro
o con salarios de miseria,
a agricultores llenos de deudas,
a los pobres de los caminos…
“¿cómo no vamos a estar agobiados?”
—le respondemos al sentir que la crisis
ya visita nuestras casas.

Pero él sigue diciendo:
“mirad los pájaros del cielo,
no siembran ni siegan, ni almacenan y,
sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta.

¿No valéis vosotros más que ellos?...

Ya sabe vuestro Padre celestial
que necesitáis de todo eso
(la comida y el vestido y la casa…,
la educación de los niños, su salud…)”.

“Sí, le decimos, el Padre sabe lo que necesitamos,
pero los que dirigen la economía
no parece que lo sepan,
o sería mejor decir que sí lo saben,
pero no están dispuestos a mover ni un dedo,
ni a cambiar una coma de su dogma capitalista neoliberal,
para que las necesidades de los trabajadores
y los pobres sean atendidas prioritariamente


“Vosotros no seáis como ellos
—sigue diciendo Jesús—,
esos pobres diablos
que han puesto su confianza en el dios dinero,
y cuyo único afán parece ser acumularlo
en las cuentas bancarias de paraísos fiscales.

Vosotros buscad por encima de todo
que la economía esté al servicio
de todas las personas que habitan esta tierra,
empezando por las necesidades de los últimos…

El Padre os ha dotado de
una razón creativa y de
un corazón solidario:
¡ponedlos al servicio de
la gran familia humana!

No sigáis engordando
con vuestras prácticas
económicas insolidarias
(Lc 12,16-21:
parábola del rico insensato)
y derrochadoras
(Lc 16,19-31:
parábola del rico Epulón
y el pobre Lázaro),
este sistema que condena al paro
a tantos millones de hombres y mujeres,
hermanos vuestros…
y en donde los que tienen la suerte de seguir trabajando
ven como se les recortan sus derechos y salarios.
 

Vosotros compartid el trabajo,
practicad la solidaridad,
luchad por la justicia social…
buscad la “comunión de vida, de bienes y de acción”,
que eso es lo que quiere el Padre.

Entonces sentiréis su Espíritu
como un viento que os empuja,
como un fuego que os da vida,
y experimentaréis el abrazo tierno de Dios
que nunca os abandona, porque sois sus hijos…”



II. Sabemos que el capitalismo
es incompatible con la
dignidad divina del trabajador.

Sabemos, sí, lo sabemos,
que los derechos inalienables del trabajador
no son respetados en este sistema.

En este sistema capitalista,
si no fuese por la fuerza que
le han opuesto los trabajadores
a lo largo de la historia,
éstos seguirían siendo
puro proletariado:
mercancía barata
que se compra y se vende,
como esclavos en el mercado,
para servir a los amos capitalistas.

Si ello no es así, se lo debemos,
principalmente, a la lucha obrera,
y a una mayor conciencia de
la dignidad inalienable de las personas,
después de la experiencia de tantas barbaries.

Ahora bien, esta lucha ha conseguido
mejoras en el salario,
en los horarios,
en las leyes laborales…
sobre todo,
unció a la masa obrera al carro
de “cierto” consumismo burgués.

Las cadenas de hierro
fueron cambiadas por cadenas de oro.

Pero las cadenas nunca fueron rotas.
La necesidad sigue atando al obrero
a la cadena del patrón.

La conciencia de la dignidad
(fruto maduro y sinuoso del cristianismo)
se quedó a la puerta del
sistema económico, no entró en él.

La conciencia común
aún no quiere reconocer públicamente
lo que el capitalismo es:
un residuo de feudalismo.
 

¿No crees que un Estado
que esté a la altura de la dignidad
alcanzada por la humanidad
y de la tecnología disponible,
debería tener resuelto
la necesidad de todos sus ciudadanos?

¿No debería ser este el tema principal
que ocupara la agenda política europea?

¿No debe ser el norte de nuestras luchas cotidianas? 

A la vista de lo que has estado meditando,
¿qué entiendes tú por
“buscad primero el Reino de Dios,
y lo demás se os dará por añadidura”?



¡Cuántas bellas palabras ya hemos dicho!

«−Amigos, vamos a prohibir los fondos especulativos,
nos dedicaremos a controlar los movimientos de capitales,
sobre las transacciones financieras impondremos un impuesto,
¡ay! de los paraísos fiscales…
 

¿No es de tontos querer vender rebajando salarios?
¿No es de idiotas aguantar este sistema ecocida?
¡Qué asco de beneficios robados al obrero!»
 

«−Amigos, impongamos impuestos sobre las fortunas,
¡nos sobran necesidades sociales y ecológicas!
Anulemos las deudas ilegítimas
y no paguemos –sin antes consensuarlas−
las que deba el pueblo…
 

Bandidos con corbata me son insoportables,
gente inmoral, financieros, ¡que nunca pierden
la complicidad de los gobiernos!
¡Nacionalicemos, pues, el crédito!»
 

«−Una economía que produzca
en función de las necesidades sociales
democráticamente determinadas
y respetando los límites naturales.

Un sistema social que reduzca
el tiempo del trabajo,
sin pérdida de salario,
con contratos compensatorios
y reducción de la cadencia de trabajo…

eso reivindicamos, amigos,
en contra de la memez del proyecto capitalista
con sus reformas infames y sus vilezas sin cuento».
 

¡Ay del que no haya bramado denuncias como estas!

Pero después, ¿qué?  ¿En qué me comprometo?

¡No confundamos, amigos,
acciones con sermones y sonetos!
 

Jesús se preparó cuarenta días y cuarenta noches,
y después marchó a incendiar la tierra con su reino,
¡no soltó su cruz hasta el infierno!
 

Una vez más, Señor, una cuaresma más,
cuaresma de una infamia que no acaba,
echamos nuestra suerte contigo, sin retorno,
para seguirte, Señor, adonde vayas.



EVANGELIO (Mc 9,2-10)

«Seis días más tarde
Jesús toma consigo a
Pedro, a Santiago y a Juan,
sube aparte con ellos solos a un monte alto,
y se transfiguró delante de ellos.

Sus vestidos se volvieron de
un blanco deslumbrador,
como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés,
conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra
y dijo a Jesús:
“Maestro,
¡qué bueno es que estemos aquí!

Vamos a hacer tres tiendas,
una para ti,
otra para Moisés y
otra para Elías”.

No sabía qué decir,
pues estaban asustados.

Se formó una nube que los cubrió
y salió una voz de la nube:

“Este es mi Hijo amado;
escuchadlo”.

De pronto, al mirar alrededor,
no vieron a nadie más que a Jesús,
solo con ellos».



 
Pequeña explicación
Como sucede en Mc 8,27-33,
también en el pasaje de
la Transfiguración (Mc 9,2-8)
vemos cómo una revelación cristológica
(es decir, de quién es Jesús)
va acompañada de la torpeza de los apóstoles.
Sería muy deseable, por nuestra parte,
no olvidar nunca el aviso
que nos lanza Mc
a todos los cristianos:
¡tenemos una torpeza congénita
que nos incapacita para comprender a Cristo!
Jesús escoge a tres discípulos
para una revelación especial
y los conduce a la cima
de una montaña elevada.
Se nos dice que esta experiencia
ocurrió “seis días después”.
[Número simbólico que tal vez
haga referencia a la subida de Moisés
al Sinaí referida en Ex 24,16]
Para Mc, a diferencia de Mt y Lc,
lo que se vuelve radiante
no es su faz (como en Moisés),
sino su ropa.
La vestimenta brillante y celestial evoca a Adán.
[Según ciertas creencias vivas
entre judíos y cristianos de ese periodo,
el Mesías recuperaría en el eschaton
es decir, los tiempos últimos)
las gloriosas vestimentas adámicas].
El llamativo ropaje de Jesús
evoca también la vestimenta de los reyes
en ocasiones importantes,
en especial en la entronización,
cuando es proclamado rey.
Así pues,
la deslumbrante vestidura
de Jesús es un código pictórico
que sugiere su estado como
nuevo Adán y rey Mesías
en camino hacia su entronización.
En la escena siguiente
aparecen de repente Elías y Moisés
(en ese orden insólito)
conversando con Jesús.
Mc, a diferencia de Lc 9,31,
no nos dice de qué conversaban.
Simplemente resalta
la capacidad de Jesús
para entablar una conversación
con esos dos héroes bíblicos
fallecidos hacía tanto tiempo.
La atmósfera entera es numinosa
(perteneciente a la esfera divina).
Jesús, Moisés y Elías
parecen existir en un plano peculiar,
separado de los tres mortales
que miran como de lejos, atónitos.
¿Qué significado puede tener que
Elías aparezca en primer lugar?
No está claro todavía.
Sin embargo, la aparición repentina
de estos dos personajes
(aquí «Elías con Moisés»),
de quienes se creía que habían eludido la muerte
y se esperaba que viniesen justo
antes del eschaton,
sugiere que la Transfiguración
es una anticipación de la gloria divina
que estaba a punto de inundar la tierra.
Este acontecimiento de la Transfiguración
anticiparía, por su parte, la resurrección.
Se esperaba entre los judíos que
cuando tuviera lugar este último acontecimiento,
cuando el Reinado de Dios viniera en poder,
no sólo el mesías,
sino toda la humanidad redimida,
representada por Adán,
recuperaría el esplendor perdido.
¡Vuelta al Paraíso!
Es natural que Pedro
quisiera prolongar su estancia
en esta recreación del Edén;
interrumpe la conversación “celestial”
con su entusiasta comentario:
«Rabí, bueno es que nos quedemos aquí».
Y luego añade la sugerencia de las tiendas.
Las tiendas están muy relacionadas con Moisés
y el vagabundeo del pueblo por el desierto.
Este modo de vida
se rememoraba en la fiesta
de los tabernáculos (Sûkkôt).
La experiencia de vida en tiendas, o chozas,
durante esta festividad
se consideraba con frecuencia
un anticipo de la existencia escatológica
y de la dicha futura del justo ya fallecido.
Pedro anhela (¿y nosotros no?)
quedarse en el lugar divino en que se encuentra.
Pero para Mc tal deseo
(permanecer en la montaña edénica con Jesús)
es un serio error.
Hay que bajar con Jesús
del monte de la Transfiguración
al valle de la debilidad,
la necesidad y el dolor humanos,
donde Jesús mismo perderá pronto la vida.
Otro error serio es que Pedro
equipara a Jesús con los otros dos personajes.
La continuación del relato
(aparición de la nube cubriendo
a Jesús y a ellos,
y el contenido de la voz)
deshará esos errores.
La nube que
«los cubre con su sombra»
recuerda que el camino de Jesús
(que le lleva a la cruz)
responde a la iniciativa divina.
[Esta es una imagen importante
para los cristianos hostigados,
seguidores de un mesías muerto
de un modo horrible e inesperado.
Rememorando esta escena,
en medio de nuestro compromiso sacrificado,
sentimos el amparo de Dios:
“Con sus plumas te cubre,
bajo sus alas hallas refugio”
(Sal 91,4)]
La singularidad de Jesús
es destacada por la voz:
«Este es mi Hijo,
el amado:
escuchadlo».
En primer lugar
la designación
«Hijo de Dios»
(cf. 1,11:
«Tú eres mi Hijo,
el amado…»];
pero en este pasaje,
sobre todo,
se subraya el mandato de Dios
de ESCUCHAR a Jesús.
Y este mandato
es tanto más apremiante
cuanto más el discípulo,
adentrándose tras Jesús
en un compromiso como el suyo,
prueba en sí mismo
la dureza de la cruz inevitable.
Entonces sólo se ha de escuchar a Jesús,
y a nadie más que a Él.
Mientras que Moisés y Elías
desaparecen con la nube,
Jesús «está con ellos».
Este «estar-con nosotros»
es el don inefable que Jesús
nos regaló para siempre a sus discípulos.
Ser discípulo es haber sido escogido por Jesús
«para estar con él» (Mc 3,14),
e incluye el privilegio de
tenerlo con nosotros siempre,
en medio de los sufrimientos.
En la Transfiguración, pues,
los cristianos hemos tenido
una visión de Jesús
en su gloria adámica,
que es también mesiánica;
una visión que contrapesa
la participación sufriente
que nos aguarda inevitablemente:
«El que quiera venirse detrás de mí,
reniegue de sí mismo
y cargue con su cruz;
entonces que me siga».
Podemos llegar en
nuestro compromiso
hasta la muerte
porque Él, Jesús,
¡siempre estará con nosotros!
Y la gloria que nos mostró en la montaña
se nos aparecerá una y otra vez
incluso en los momentos
en que nos encontremos tan asustados
y perdidos que no sepamos qué decir…
ni qué hacer.

SALMO (Poema. Del obrero precario)
No cantes victoria, enemigo del pueblo;
si ahora soy débil es por mis propias culpas,
por ellas he pagado… ¡con creces!
y he de soportar a burlones financieros,
y a empresarios mediocres.
Pero el Señor está por mí, y no me abandona,
mientras que tus días están tasados.
Cuando los trabajadores juzguen mi causa,
cuando reconstruyan la fuerza sindical,
mis ojos gozarán su lucha solidaria,
mientras que tú, al verlo,
te habrás de avergonzar.
Llegó ya el día de juzgar mi causa,
despedido me encuentro sin trabajo ni pensión,
pero, ¿dónde se encuentra el leal sindicato?
Pero, ¿dónde el parado en manifestación?
Señor, ¿no estás por mí?
¿Ahora me abandonas?
A ti lanzo mi grito, Señor, no te estés lejos.
Tu voluntad persigo, tu Reino busco.
Respóndeme, Señor, atiende mis anhelos.
Voy a escuchar lo que dice el Señor,
lo que anuncia a los pobres de su pueblo:
Cuando los cristianos juzguen tu causa,
y los obreros te ofrezcan su fuerza sindical,
te haré gozar su lucha solidaria,
en una tierra nueva que nombro “Libertad
”.



«Dicen que estoy “amenazado de muerte”…
Tal vez.
Sea ello lo que fuere, estoy tranquilo.
Porque si me matan,
no me quitarán la vida.
Me la llevaré conmigo,
colgando sobre el hombro,
como un morral de pastor…
A quien se mata
se le puede quitar todo previamente,
tal como se usa hoy, dicen:
los dedos de la mano, la lengua, la cabeza…
Se le puede quemar el cuerpo con cigarrillos,
se le puede aserrar,
partir, destrozar, hacer picadillo…
Todo se le puede hacer,
y quienes me lean
se conmoverán profundamente
y con razón.
Yo no me conmuevo gran cosa.
Porque, desde niño,
alguien sopló a mis oídos
una verdad inconmovible que es,
al mismo tiempo,
una invitación a la eternidad:
“No temáis a los que pueden matar el cuerpo,
pero no pueden quitar la vida”.
La vida –la verdadera vida−
se ha fortalecido en mí cuando,
a través de Pierre Teilhard de Chardin,
aprendí a leer el evangelio:
el proceso de la resurrección
empieza con la primera arruga
que nos sale en la cara;
con la primera mancha de vejez
que aparece en nuestras manos;
con la primera cana
que sorprendemos en nuestra cabeza
un día cualquiera, peinándonos;
con el primer suspiro de nostalgia
por un mundo que se deslíe y se aleja,
 de pronto, frente a nuestros ojos…
Así empieza la resurrección.
No eso tan incierto que algunos
llaman “la otra vida”,
pero que en realidad no es la “otra vida”,
sino la vida “otra”…
Dicen que estoy amenazado de muerte…
De muerte corporal a la que amó Francisco.
¿Quién no está “amenazado de muerte”?
Lo estamos todos desde que nacemos…
Amenazados de muerte.
¿Y qué?
Si así fuere, los perdono anticipadamente.
Que mi cruz sea una perfecta geometría de amor,
desde la que pueda seguir amando,
hablando, escribiendo y haciendo sonreír,
de vez en cuando, a todos
mis hermanos los hombres.
Que estoy amenazado de muerte…
Hay en la advertencia un error conceptual.
Ni yo ni nadie estamos amenazados de muerte.
Estamos amenazados de vida,
amenazados de esperanza,
amenazados de amor…
Estamos equivocados.
Los cristianos no estamos amenazados de muerte.
Estamos “amenazados” de resurrección.
Porque además del camino y de la verdad,
él es la vida, aunque esté crucificada
en la cumbre del basurero del mundo…»
(Texto anónimo atribuido
a un periodista guatemalteco)
.


-           Lectura del libro del Génesis 22,1-2. 9-13.15-18
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

-           Salmo 115. 10 y 15. 16-17. 18-19 (R.: Sal 114, 9)
Caminaré en presencia del Señor en el país, de la vida.

-           Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-34
Dios no perdonó a su propio Hijo.

-           Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10
Éste es mi Hijo amado.


De la cruz a la transformación.
El mensaje de las lecturas es muy lineal:
Se pasa de la fe de Abrahán y del sacrificio de Isaac (1 lect.).
Al Hijo de Dios Crucificado (2 lect.).
La visión del sacrificio nos conduce a
la visión de Cristo transfigurado y glorioso,
preanuncio de la Pascua de Resurrección (Ev.).