Hacer la voluntad de Dios es lo que nos devuelve nuestra identidad original, nuestra más humana condición: hijos y hermanos. Es lo que puede expulsar de nosotros los demonios de la envidia, soberbia, desprecio, violencia, prepotencia, burla, vacuidad, abuso… los demonios de la economía y el individualismo, los del consumismo…
Hacer la voluntad de Dios requiere vivir en Jesús, permanecer junto a él, contemplarle, captar sus sentimientos, dejarse impactar por lo que acontece junto a él. Eso exige definirse ante Jesús. Descubrirme. Dejar que su Espíritu nos guíe.
San Marcos 3,20-35:
«Estos son mi madre
y mis hermanos.