PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

domingo, 5 de septiembre de 2021

DOMINGO VIGESIMOTERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO (05 de septiembre de 2021),
por Antonio Troya Magallanes




DOMINGO VIGESIMOTERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO
(05 de septiembre de 2021)




Introducción: La curación del sordomudo, un gesto del Mesías.

El evangelio de hoy nos habla de la curación de un sordomudo. En primer lugar, así quiere el evangelista mostrarnos cómo Jesús es el Mesías que anunciaban los profetas. Efectivamente la primera lectura de hoy recoge un anuncio de Isaías en la que al presentar al Salvador enviado por Dios, afirma: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará.» ¿No es esto lo que iba realizando Jesús en sus correrías por los pueblos y ciudades de la Galilea? Pero, además, esta curación tiene algo de particular: no cura sólo con su palabra como acostumbra, sino que realiza unos gestos, seguramente parecidos a los de los curanderos de su tiempo: unos gestos que la Iglesia le ha hurtado para introducirlos en la liturgia del bautismo cristiano.


1. Con la fuerza de la palabra de Jesús el sordomudo oye y habla.

En el rito del sacramento del bautismo el celebrante, antes de derramar sobre el catecúmeno el agua bautismal, toca con su mano la oreja y los labios del que se va a bautizar (como hace Jesús con el sordomudo) y pronuncia sus mismas palabras: «Effetá, esto es, “ábrete”» (Mc 2,12). Entonces aquellas palabras devolvieron la audición y la voz al sordomudo; en el bautismo se intenta que aquellos oídos se abran a la Palabra de Dios y aquella lengua se capacite para la alabanza divina. La liturgia de la Iglesia suele unir a las palabras unos gestos que faciliten que lo que se escucha por los oídos se confirme también por la vista. Hace muchísimos años la Iglesia hace uso en sus cultos de algo que hoy es muy normal en la vida cotidiana: la imagen.


2. Hagamos creíbles nuestras palabras con nuestras vidas.

Pero la finalidad del milagro va sin duda mucho más allá de la curación del sordomudo. Sin negar que es un acto de caridad de Jesús hacia un necesitado, es ante todo un signo de su mesianismo. Este milagro hay que unirlo a otros muchos realizados por Él en sus andanzas para anunciar el Reino de Dios. Son todos milagros muy sencillos y siempre en beneficio de alguien que está aquejado por una enfermedad o por alguna circunstancia adversa; no son milagros, como piden los sacerdotes y escribas, que exigen algo extraordinario que ponga en juego el orden de los astros para que así muestre su poder divino. La gente sencilla se queda admirada con los milagros de Jesús y «daban gloria a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto una cosa igual”» (Mc 2,12). La buena voluntad de los sencillos se contrapone a la maldad de los poderosos, a quienes les molesta la presencia de Jesús en este mundo. Del mismo modo, los gestos de caridad de los discípulos harán creíbles hasta a los ateos los valores del Evangelio y la autenticidad divina de Jesús. Predicar, acompañando las palabras con sencillos signos de amor, hará creíble nuestra predicación. No es necesario que hagamos cosas grandes.


Conclusión: Unamos nuestro ofrecimiento al del Señor Jesús.

La cosa grande ya la hizo Jesús: entregó su vida entre terribles tormentos y con amor indecible a todos los que intentaba salvar con su entrega amorosa incluidos los que lo estaban crucificando. Y para más amor nos deja esa misma entrega, ahora sin dolor, en la Eucaristía que celebramos para que podamos disfrutar nosotros de sus gracias. Imitémosle ofreciendo nuestra vida con amor por nuestros hermanos.



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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