PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

sábado, 2 de octubre de 2021

DOMINGO VIGESIMOSÉPTIM0 DEL TIEMPO ORDINARIO (03 de octubre de 2021), por Antonio Troya Magallanes




DOMINGO VIGESIMOSÉPTIMO DEL TIEMPO ORDINARIO (03 de octubre de 2021)



Introducción: El problema del divorcio.

El problema que plantean hoy las lecturas es el del divorcio. Se lo plantean unos fariseos a Jesús para ponerlo a prueba. Jesús contesta yéndose al origen: Al principio Dios creó al hombre y a la mujer para que fueran una sola carne y multiplicaran los hombres sobre la tierra: una unión tan íntima es de suyo irrompible. Es el núcleo de una familia en el que crecerían y se educarían los hijos, que en ella encontrarían todo cuanto necesitarían para su desarrollo, sobre todo el amor de padres y hermanos. Pero esto parece chocar con la debilidad del hombre, que no es siempre capaz de captar la belleza del amor conyugal; ya lo entendió Moisés y rebajó en ocasiones la fuerza irrompible del lazo conyugal. Pero hoy ¿qué dice la moral?


1. La belleza de la familia.

Para no caer en el moralismo, lo primero será considerar la belleza de la familia, el encanto de un amor para siempre, el valor de unos niños que crecen al cobijo de la ternura de sus padres, que pueden decir con toda confianza “mamá” y “papá”, que pueden hacer frente a cualquier adversidad que se les presente acudiendo a la protección de los papás. Creo que en principio no hay palabras para expresar el entorno familiar. Romper ese encanto parece obra de locos. Pero hay que tener en cuenta la debilidad humana, porque es que existe. Y esa debilidad humana termina a veces con el encanto familiar, haciendo imposible la convivencia. Y se rompe.


2. La ley y la misericordia no son excluyentes.

Y, como no hay pecado que no se pueda perdonar, no se puede sin más excluir de la comunidad a quienes rompiendo el vínculo familiar, han optado por repetir la experiencia a ver si la segunda vez sale mejor que la primera. Y no es que haya que ser muy benévolo con ellos, pero tampoco se les puede condenar al ostracismo, en casos al menos en que no haya habido culpa moral en el rompimiento del vínculo. La “Amoris letitia” –encíclica del papa Francisco– opta por el diálogo con los interesados para salvar por todos los medios la comunión con Dios y con la comunidad cristiana. Ese diálogo será entre los interesados y los responsables de la comunidad cristiana para determinar en cada caso el grado de culpabilidad y las circunstancias concretas en que se dio el primer compromiso y el más tardío. Se trata ni más ni menos que de salvar a la persona, porque Dios no relega a nadie mientras viva en este mundo, sino que su norma de siempre –en todo y con todos– ¡es la misericordia!. Las frías leyes olvidan a veces esta misericordia, que es lo mismo que olvidarse del Dios Amor, a quien se pretende servir con las leyes. ¿Cómo olvidaremos en el tiempo del amor la misericordia, que ya vislumbró Moisés en la pasada época de la justicia?


Conclusión: Imitemos la misericordia que celebramos.

Estamos celebrando la Eucaristía y en ella recordamos sobre todo la gran misericordia de quien ofrece su vida en medio de grandes tormentos para salvar al hombre de los pecados y reintegrarlo en la comunión con el Dios Amor, abriéndolo así a la salvación eterna. Los que celebramos este misterio cada día ¿podremos olvidarnos de la misericordia al juzgar a nuestros hermanos, poniendo por excusa una tradición obsoleta?



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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