TRABAJO DECENTE,
¡COMO DIOS MANDA!
¡COMO DIOS MANDA!
El día 7 de
octubre se celebra la Jornada Internacional por el Trabajo Decente. En
plena crisis social y
económica cobra especial significación esta efeméride. El creciente paro, el
aumento del empleo temporal
y precario, las familias sin recursos, la juventud asolada por una
tasa de desempleo del
52% y un futuro incierto, las políticas de austeridad y recorte social, la
disminución de derechos…
ponen de manifiesto que lo que está en juego es la vida de las personas
y el desarrollo pleno
de su humanidad y de su dignidad como hijos de Dios.
Por este
motivo, esta jornada que nace en el seno del movimiento obrero
internacional, no deja indiferente a
la Iglesia y, de manera especial, al Secretariado Diocesanos de Pastoral
Obrera de nuestra
diócesis. “Nada hay auténticamente humano que no halle eco en su corazón”. (1.
GS)
El trabajo, de
importancia vital para la Iglesia como dimensión humana fundamental, y
las condiciones en
que se desarrolla se convierten en estos momentos en criterio decisivo
para discernir si
nuestra sociedad -nuestra economía, las decisiones políticas y reformas
que se acometen, las
opiniones que se difunden…- se basa en la justicia y en la búsqueda del
bien común,
especialmente para los más empobrecidos. El trabajo que somos capaces de crear
como sociedad es
medida de la decencia de ésta. Porque, al igual que el desempleo, no todo
empleo ayuda al
desarrollo integral de la persona, sirve para que el ser humano despliegue su
naturaleza y su vocación a
la comunión. Cuando es indecente, precario, sin derechos, mal
remunerado… lejos de ser un
bien para la persona la esclaviza condicionando su libertad, la empobrece
y la deshumaniza. El
trabajo así sólo es una variable económica y el trabajador una mercancía.
Nunca el fin, aunque
aparentemente pueda ser legítimo, como crear empleo, puede justificar los
medios si estos
precarizan el trabajo y a los trabajadores y sus familias. Trabajo y
trabajador, como nos decía Juan Pablo
II en la encíclica Laborem exercens, no se pueden separar.
Sólo un trabajo
decente, a la altura de las necesidades del ser humano, puede ser admitido por
la Iglesia. Un
trabajo, como nos recuerda Benedicto XVI en la encíclica Caritas in
veritate -63-, “...que, en
cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o
mujer: un trabajo
libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y
mujeres, al desarrollo de
su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores
sean respetados,
evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades
de las familias y
escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que
consienta a los
trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que
deje espacio para reencontrarse
adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y
espiritual; un trabajo que
asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la
jubilación.”
Cádiz, octubre 2012
Secretariado Diocesano de Pastoral Obrera de Cádiz y
Ceuta
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