Los elocuentes silencios de
Alfonso Castro
En varias ocasiones me he referido a las diversas tareas pastorales que Alfonso Castro ha desarrollado durante más de medio siglo en la Diócesis de Cádiz. He contado que fue Rector del teologado gaditano en Salamanca, profesor de Filosofía en el Seminario de Cádiz, trabajador en los Astilleros, capellán en la Prisión Puerto dos, educador en el Centro Juvenil de Trille, en la Asociación Cardijn y en la Fundación Tartessos donde organizó diversas empresas y cooperativas para proporcionar trabajo a los jóvenes en paro. He recordado cómo abrió varios pisos de acogida, programó cursillos y talleres, actividades deportivas y campamentos de verano, y he descrito sus actividades en el Nuevo Madrugador, un espacio privilegiado para la reinserción presos, dotado de varios programas reglados de Formación Profesional Obrera como, por ejemplo, carpintería y albañilería o el taller de impermeabilización, y cursos de jardinería o de mantenimiento general.
En esta ocasión aludo a su silencio y a su inmovilidad, consecuencias del Parkinson que padece. A mi juicio es una forma serena, esperanzada y poderosa de explicar con claridad los elocuentes mensajes de Jesús de Nazaret. Es otra manera explícita de referirse a la médula del Evangelio. Esta es la razón que me mueve a mostrar mi acuerdo con los amigos que consideran una gracia especial la posibilidad de visitarlo y de acompañarlo, de vez en cuando, para recibir con su sola presencia unas explicaciones diáfanas que nos remiten al Jesús de la misericordia, de la ternura y del amor. Su comportamiento como paciente es la mejor -quizás la única- manera, gratuita y desinteresada, de explicar esos principios evangélicos que dignifican a los hombres y a las mujeres en su dimensión más profunda y en su condición más auténtica como seres humanos.
Cultivador de una densa espiritualidad, Alfonso encarna a una Iglesia modesta, sencilla, abierta al mundo, portadora de esperanza para los más débiles, comprometida con la causa de Jesús: los pobres. La fuerza de su manera lúcida de vivir las dificultades para controlar los movimientos, para soportar la rigidez muscular, para mantener el equilibrio, para expresarse y para dominar los trastornos depresivos constituyen no sólo unos argumentos concluyentes de la validez de su manera de vivir el sacerdocio sino también una prueba contundente de la autenticidad evangélica de aquellas tareas pastorales y de aquella forma fraternal de convivir con los pobres, con los ignorados y con despreciados por la sociedad, cuando estaba en plenitud de facultades físicas. En la situación actual, Alfonso Castro nos ayuda a reflexionar, a sentirnos más fuertes y más preparados para enfrentarnos a las ineludibles dificultades y pruebas que a todos nos depara la vida. Su manera de asumir la enfermedad nos sirve para aprender a vivir con los obstáculos que entraña la existencia humana, a relativizar las cosas y a aceptar la radical vulnerabilidad de nuestra salud y la inseguridad del futuro evitando, en lo posible, tanto las decepciones, el enfado con nosotros mismos como esa frecuente tentación de sentirnos desamparados.
En esta ocasión aludo a su silencio y a su inmovilidad, consecuencias del Parkinson que padece. A mi juicio es una forma serena, esperanzada y poderosa de explicar con claridad los elocuentes mensajes de Jesús de Nazaret. Es otra manera explícita de referirse a la médula del Evangelio. Esta es la razón que me mueve a mostrar mi acuerdo con los amigos que consideran una gracia especial la posibilidad de visitarlo y de acompañarlo, de vez en cuando, para recibir con su sola presencia unas explicaciones diáfanas que nos remiten al Jesús de la misericordia, de la ternura y del amor. Su comportamiento como paciente es la mejor -quizás la única- manera, gratuita y desinteresada, de explicar esos principios evangélicos que dignifican a los hombres y a las mujeres en su dimensión más profunda y en su condición más auténtica como seres humanos.
Cultivador de una densa espiritualidad, Alfonso encarna a una Iglesia modesta, sencilla, abierta al mundo, portadora de esperanza para los más débiles, comprometida con la causa de Jesús: los pobres. La fuerza de su manera lúcida de vivir las dificultades para controlar los movimientos, para soportar la rigidez muscular, para mantener el equilibrio, para expresarse y para dominar los trastornos depresivos constituyen no sólo unos argumentos concluyentes de la validez de su manera de vivir el sacerdocio sino también una prueba contundente de la autenticidad evangélica de aquellas tareas pastorales y de aquella forma fraternal de convivir con los pobres, con los ignorados y con despreciados por la sociedad, cuando estaba en plenitud de facultades físicas. En la situación actual, Alfonso Castro nos ayuda a reflexionar, a sentirnos más fuertes y más preparados para enfrentarnos a las ineludibles dificultades y pruebas que a todos nos depara la vida. Su manera de asumir la enfermedad nos sirve para aprender a vivir con los obstáculos que entraña la existencia humana, a relativizar las cosas y a aceptar la radical vulnerabilidad de nuestra salud y la inseguridad del futuro evitando, en lo posible, tanto las decepciones, el enfado con nosotros mismos como esa frecuente tentación de sentirnos desamparados.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
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por José Antonio Hernández Guerrero,
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