La vida de fe nos abre posibilidades
para vivir el instante y para resucitar
una y otra vez.
Aunque no dudo de que el don de la fe proporciona una serie de beneficios sobrenaturales en esta y en la otra vida, a mi juicio, es oportuno que se expliquen y apliquen los bienes humanos con los que esta virtud esencial enriquece toda la vida individual y comunitaria. En mi opinión, el análisis de los múltiples efectos humanos que, en el curso de la existencia temporal genera la fe es importante -imprescindible- para la oración personal, para la acción pastoral e, incluso, para las diferentes tareas catequéticas y evangelizadoras de los creyentes. Esta elemental reflexión me ha servido de criterio para leer con atención y para valorar de una manera positiva esta obra que explica, clara y hondamente, la intensidad de la vida de fe y la plenitud de la tarea comunitaria de Luigi Giussani (1922-2005), sacerdote milanés, fundador del movimiento eclesial Comunión y Liberación.
Las reflexiones ofrecidas en los Ejercicios Espirituales que el autor dirigió a los miembros de esta Fraternidad entre los años 1985 y 1987 nos proporcionan su interpretación de la aventura humana como un trayecto que, a pesar de su fugacidad, gracias a la fe, puede ser regenerado de manera continua y que, no obstante su precariedad, puede crecer y renovarse, florecer y dar frutos porque la vida de fe nos abre múltiples posibilidades para vivir el instante y para resucitar una y otra vez. Tras el reconocimiento sincero de la experiencia de “la primera verdad”, nuestra nada –“ya que, incluso cronológicamente “yo no existía y ahora existo”, a partir del encuentro con Jesús, la fe nos rescata de ese sentido de la nada, nos redime del mal generando el deseo, a veces desesperado de cambio. Ese es –debe ser- el comienzo de un proceso de crecimiento tras superar el “vacío de la oscuridad” que desemboca en una súplica, en la oración y en el compromiso de emprender las tareas de cambiar el corazón, el modo de concebir, evaluar y sentir, crecer entregándonos al servicio y al perdón de los demás.
Tras esta meditaciones podemos concluir que la fe nos estimula para que vivamos humanamente sin conformarnos con alargar la vida añadiendo minutos a los minutos sino trabajando para construir el edificio de una existencia digna, de un yo más completo y de un nosotros más hermanados, llenando nuestro tiempo de valores y nuestro espacio de alicientes plenos y gratificantes. Y es que, efectivamente, el presente es la convergencia de las experiencias acumuladas y de las aspiraciones adecuadamente jerarquizadas. Para el hombre de fe no es cierto que el pasado ya no existe ni que el futuro aún no ha llegado. El pasado deja unas semillas que germinan y que fructifican en el presente, unas heridas que hemos de curar, unas cicatrices que configuran nuestro rostro y nuestro espíritu, unos bienes patrimoniales que hemos de administrar y, a veces, unas deudas que hemos de saldar.
Las reflexiones ofrecidas en los Ejercicios Espirituales que el autor dirigió a los miembros de esta Fraternidad entre los años 1985 y 1987 nos proporcionan su interpretación de la aventura humana como un trayecto que, a pesar de su fugacidad, gracias a la fe, puede ser regenerado de manera continua y que, no obstante su precariedad, puede crecer y renovarse, florecer y dar frutos porque la vida de fe nos abre múltiples posibilidades para vivir el instante y para resucitar una y otra vez. Tras el reconocimiento sincero de la experiencia de “la primera verdad”, nuestra nada –“ya que, incluso cronológicamente “yo no existía y ahora existo”, a partir del encuentro con Jesús, la fe nos rescata de ese sentido de la nada, nos redime del mal generando el deseo, a veces desesperado de cambio. Ese es –debe ser- el comienzo de un proceso de crecimiento tras superar el “vacío de la oscuridad” que desemboca en una súplica, en la oración y en el compromiso de emprender las tareas de cambiar el corazón, el modo de concebir, evaluar y sentir, crecer entregándonos al servicio y al perdón de los demás.
Tras esta meditaciones podemos concluir que la fe nos estimula para que vivamos humanamente sin conformarnos con alargar la vida añadiendo minutos a los minutos sino trabajando para construir el edificio de una existencia digna, de un yo más completo y de un nosotros más hermanados, llenando nuestro tiempo de valores y nuestro espacio de alicientes plenos y gratificantes. Y es que, efectivamente, el presente es la convergencia de las experiencias acumuladas y de las aspiraciones adecuadamente jerarquizadas. Para el hombre de fe no es cierto que el pasado ya no existe ni que el futuro aún no ha llegado. El pasado deja unas semillas que germinan y que fructifican en el presente, unas heridas que hemos de curar, unas cicatrices que configuran nuestro rostro y nuestro espíritu, unos bienes patrimoniales que hemos de administrar y, a veces, unas deudas que hemos de saldar.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Actualmente, nos envía también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
[Luigi Giussani
La conveniencia humana de la fe
Edición a cargo de Julián Carrón
Madrid, Encuentro, 2019]
[Luigi Giussani
La conveniencia humana de la fe
Edición a cargo de Julián Carrón
Madrid, Encuentro, 2019]
ACTUALIDAD DE LA DIÓCESIS http://www.obispadocadizyceuta.es/category/actualidad-diocesis/
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