PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

jueves, 21 de mayo de 2020

ORAR EN EL MUNDO OBRERO «ASCENSIÓN DEL SEÑOR 7º DOMINGO DE PASCUA» CICLO “A” (24 DE MAYO DE 2020)


Ascensión del Señor (24 mayo 2020)

21 MAYO 2020 | POR 
Queridos hermanos y hermanas:

El orar de esta semana,
del domingo de la Ascensión,
este domingo que para
unos será el primero,
para otros el segundo,
del regreso a la celebración física,
no virtual, de la Eucaristía dominical.

Esta fiesta de la Ascensión
es el día de la nueva Iglesia,
de la nueva comunidad
de quienes queremos
seguir a Jesucristo
como Iglesia.

El primer día en que Jesús
pone la tarea en nuestras manos.

Es el día de nuestro envío
para poner signos visibles
y concretos de esperanza
en medio de la vida
que acompañamos.

¿Qué signos son estos?

¿Cuáles hemos puesto
en este tiempo
de confinamiento?

¿Cuáles estamos poniendo
y hemos de seguir suscitando?

Reconozcamos esos signos.

¡Hasta mañana en el altar!

Un fuerte abrazo.

Fernando Carlos Díaz Abajo
Consiliario General HOAC, y

Mª Ángeles Bayo Valderrama
Responsable de Organización
y Vida comunitaria


San Mateo 28,16-20.-
«Estoy con vosotros
todos los días».
Nuestro proyecto de vida
es un crecer continuo
en ese aprendizaje
para reconocer
su presencia,
para experimentarla,
para vivirla y ofrecerla.

¿Dónde reconocerla hoy?

¿Cómo?

¿En qué he de cambiar
o crecer para ello?

Accede a más oraciones aquí.

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https://www.hoac.es/2020/05/21/ascension-del-senor-24-mayo-2020/ 

 

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PANDEMIA DEL CORONAVIRUS: LLAMADA APREMIANTE DE DIOS, reflexiones de Isaac Núñez García




Pandemia del coronavirus:
llamada apremiante de Dios




Comentando con algunos compañeros la excepcionalidad y suma gravedad de la pandemia del coronavirus para toda la humanidad, se me ocurrió pensar y decir que quizás se trata de un grito de Dios sobre el sistema de vida “anti-natural” y “anti-humano”, en todos los aspectos, que estamos cultivando; una llamada apremiante a un cambio radical de vida a todos los niveles. Quizás sea un signo de los tiempos, también excepcional, que nos obligaría a analizar profundamente tal situación, interpretarla desde la fe y el plan de Dios y definir los cambios, sin duda también excepcionales, que nos exige en todas las dimensiones (personal, socio-económica-política-cultural, nacional, internacional, eclesial) de la vida humana en la actualidad.


Estamos destrozando la naturaleza, la Pachamama, que es la madre de la vida en la tierra: contaminación atmosférica y ambiental, cambio climático, deforestación y destrucción progresiva de la biodiversidad, explotación cruel de los animales, extensión de la producción de transgénicos (que monopolizan los cultivos, desertifican a la larga la tierra y utilizan agroquímicos para aumentar la productividad a costa de la salud humana). Todo ello en función del Mammón dinero que exige sacrificar vidas.


Organizamos la sociedad y la economía no para el bien de las personas, sino para el lucro inmisericorde de los más ´aprovechados`: desigualdad, cada vez mayor de la distribución de los bienes materiales, descaradamente desproporcionada, que condena a la pobreza (moderada, severa o extrema) a la mayoría de la humanidad; proporción importante de desempleo “estable” y, cada vez más, de empleo precario, además de la informalidad laboral, especialmente en los países más pobres (en Bolivia, del 70-80%) (¿dónde queda el cumplimiento de las Constituciones Políticas, que consagran el derecho a un trabajo digno?); en los países pobres, explotación y comercio desigual de materias primas (minerales, combustibles, agricultura, maderas…) a favor de los países desarrollados; en estos mismos países pobres, niveles ínfimos de cobertura sanitaria, vivienda, derechos laborales y sociales, ejercicio honesto de la Justicia, situación totalmente inhumana de las prisiones, patriarcalismo y machismo criminal (feminicidios e infanticidios), delincuencia rampante (desde el narcotráfico a la delincuencia callejera)…


Nadamos, la sociedad en su conjunto y en todos sus componentes, en un acentuado individualismo posesivo, egocéntrico y hedonista. La cultura occidental, individualista y capitalista, a la par de homologar la mentalidad, los valores y aspiraciones de la gente, en línea de priorización del dinero para tener un nivel de consumo y de satisfacción hedonista cada vez más relevante, relega a un segundo o último término la realización de la persona humana en sus dimensiones fundamentales -mucho más allá de tener y consumir- de espiritualidad, libertad existencial y sociopolítica, respeto, alteridad, comunicación, justicia, solidaridad y, a nivel cristiano, la relación esencial de la fraternidad dentro de la Iglesia y con todas las personas.


Si contemplamos el panorama geopolítico mundial, estamos siguiendo un proceso creciente de retorno a la pugna y competencia entre las grandes naciones y de repliegue nacionalista y xenófobo en otros muchos países, especialmente de Europa. El espectáculo inhumano y denigrante de la enorme multitud de emigrantes que huyen de la miseria o de la guerra en busca de una vida segura y digna en países libres y desarrollados, a los que no se admite a la mesa común humana, es la actualización más exacta de la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro. La pervivencia alargada de guerras en el Medio Oriente (Siria, Yemen, la política opresiva e ilegal de Israel en Palestina) y en otros países, desmerece radicalmente el nivel de calidad humana de nuestro mundo.


La pandemia, que en su forma actual o en otra forma probable, parece de larga duración, quizás obligue “por la fuerza” a cuestionar y cambiar el sistema de nuestra vida política, social, cultural, económica, familiar, laboral, personal, y también eclesial, en muchos aspectos hoy normalizados, a riesgo, de no hacerlo, de caer en el abismo de la destrucción progresiva o a plazo muy corto, del hábitat natural, ambiental y social.


Estamos inmersos en una crisis global que puede estallar bajo nuestros pies y sobre nuestras cabezas y originar una conflictividad societaria que haga tambalear y derrumbar a la sociedad entera, a nivel nacional y/o mundial.


¿Es este un drama o tragedia apocalíptica? ¿Es un mensaje profético, que habla por sí mismo y que los creyentes entendemos que el Señor nos dirige, a nosotros y a toda la humanidad? ¿Nos hemos olvidado los cristianos de realizar la lectura profética de la realidad: escuchar la voz del Señor desde los acontecimientos significativos de la historia, a veces muy graves, que ponen en riesgo la justicia global en todas sus facetas? Jesucristo lloraba sobre Jerusalén, avizorando su destrucción; hoy llora sobre la humanidad entera, sobre cada uno de nosotros, que parece queremos encaminarnos a la destrucción universal.


Y ¿qué reflexión incumbe realizar a la Iglesia? ¿Cómo nos afecta esta gravísima situación, que entre todos hemos generado? ¿Qué grado de conversión reclama a cada cristiano y a la Iglesia en su conjunto? ¿Cómo tendríamos que decidirnos al fin a una renovación personal y comunitaria de toda la Iglesia en línea de pobreza y de servicio a toda la humanidad, comenzando por los pobres, desde la fe en Jesucristo Salvador y la luz y fortaleza del Espíritu Santo? ¿Qué mensaje real, de denuncia interpelante y, a la vez, de anuncio estimulante y esperanzador, hemos de dirigir a la humanidad en el nombre de Jesucristo?.



Isaac Núñez García, consiliario de la HOAC y misionero en Bolivia.