PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

viernes, 26 de febrero de 2021

EL CIELO EN LA TIERRA: Domingo Segundo de Cuaresma (28 de febrero de 2021),
por Antonio Troya Magallanes




EL CIELO EN LA TIERRA
(Domingo Segundo de Cuaresma,
28 de febrero de 2021)




Introducción: El contenido de la liturgia de hoy.

Hemos comenzado la cuaresma hablando de ayunos y de tentaciones, pero no podemos quedarnos ahí. La liturgia de hoy quiere lanzarnos más alto. La Cuaresma es ante todo una preparación para la Pascua, y la Pascua es el compendio de lo que esperamos: vivir junto con Jesús en su gloria por toda la eternidad. La Pascua es un adelanto de la gloria, y la liturgia de hoy es de alguna manera un adelanto de la Pascua. Quiere que desde el principio evitemos el poner los ayunos como un fin y miremos seria y alegremente ya a las fiestas de Pascua. Ese es el fin principal del evangelio de hoy: un gozo temporal y efímero, pero lleno de contenido y felicidad futura. Jesús se transfigura delante de sus discípulos, la Iglesia en la fiesta de Pascua nos traslada al cielo para que contemplemos ya aquí la gloria del Resucitado.


1. La gloria del cielo bajada a la tierra.

Pero vayamos al evangelio. Jesús ha revelado a sus discípulos el fin que le aguarda: pasión y muerte. Naturalmente es para venirse abajo: ellos esperaban a un rey victorioso, no a un profeta condenado a morir. Y Jesús quiere hacerle ver que eso es pasajero; que después reinará glorioso por toda una eternidad; y es esa gloria la que trae momentáneamente a la tierra transfigurándose delante de ellos y haciendo que sus vestidos se volvieran de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Pero para garantizar la veracidad de la gloria que le invade, trae consigo a Moisés y a Elías. Los discípulos estaban educados en el Antiguo Testamento: Moisés era el dador de la Ley y Elías el prototipo de los profetas; si ellos avalan a Jesús no cabe duda de su legitimidad. Por eso Moisés y Elías se aparecen dialogando con Él y al parecer el tema de la conversación era precisamente la pasión y muerte del Mesías. Y por si fuera poco aparece un tercer testigo, nada más ni menos que el Padre celestial, el Yavé que da la Ley. Se escucha su voz tormentosa que desde el cielo clama: «Éste es mi Hijo amado, escuchadlo.» ¿Cabe después de esto alguna duda?


2. La gloria hay que trabajarla.

La reacción de los discípulos, en el relato representados por Pedro es comprensible. Ellos quieren esa gloria ya mismo, aquí: «¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas». No piensan que esa gloria hay que ganársela a pulso, pasando como Jesús por la pasión y muerte, y una pasión y muerte que será fruto de proclamar en el mundo entero el nombre de Jesús y el santo mensaje que nos trae desde los cielos, en nombre de su Padre. Como Abrahán, que fue liberado por su obediencia de dar muerte a su hijo único y recompensado con la promesa de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas de las playas. Así también ellos obedeciendo al Maestro que les manda llevar su mensaje al mundo entero serán por eso mismo torturados y asesinados, pero ganarán para ellos y para otros muchos a gloria eterna que ahora ven prefigurada en el Maestro transfigurado. La cuaresma nos invita por una parte a pensar en la gloria futura, pero por otra, a imitar a los discípulos que dieron hasta la vida por anunciar el mensaje. Buena preparación sería para la Pascua el que nos decidiéramos a anunciar a Jesucristo a aquellos, que, estando muy cerca de nosotros, no lo han conocido todavía.


Conclusión: Yo soy el CAMINO.

Miremos hoy a Cristo glorificado porque aviva nuestra esperanza, pero no dejemos de contemplar también el camino que nos conduce a participar de su gloria. El que ha dicho: «Yo soy el camino» nos da hoy a comer su cuerpo para que, identificándonos con Él, nos decidamos a andar por su camino. ¡que lleva hasta el Padre!



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz) el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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