PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

sábado, 15 de mayo de 2021

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(16 de mayo de 2021), por Antonio Troya Magallanes




SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN
DEL SEÑOR
(16 de mayo de 2021)




Introducción: El Espíritu en la propagación del Evangelio.

El tiempo después de la ascensión del Señor es el tiempo de la Iglesia. Por eso Jesús no pierde puntada y antes de subir al Padre los instruye: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará». Antes los había exhortado a permanecer en Jerusalén hasta recibir la promesa del Padre: el Espíritu Santo. Porque la proclamación del Evangelio no se hace con palabras humanas, sino con la fuerza del Espíritu. Es también el Espíritu el que actúa la fe en el que escucha, cree y se bautiza. Por ese Pablo pide para ellos «espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo». Y puedan entender «cuál es la esperanza a que os llama, la riqueza de gloria que da a los santos». Todo aquí es obra del Espíritu y, sin Él, no hay propagación de Evangelio de Jesús.


1. La propagación de la fe por los bautizados.

La propagación del Evangelio ha tenido distintas etapas en la historia de la Iglesia; desde el fervor incontenible de los primeros convertidos a la desidia de los cristianos actuales en propagar la fe que los ha salvado. Para el próximo futuro se nos promete un tiempo fuerte de propagación, gracias que el papa Francisco está orientando la reforma de la Iglesia de modo que todo converja a crear una Iglesia verdaderamente misionera, que es lo que pide su misma esencia, ya que fue creada para llevar a todo el mundo la fe predicada por Jesús. Uno de los elementos que me parece puede ser decisivo es la toma de conciencia de los bautizados de que con la recepción del bautismo fueron enviados a evangelizar el mundo. Hasta hoy los bautizados han delegado esta función en los consagrados –curas y frailes– considerándose a sí mismos libres de este encargo. Esperamos que poco a poco vayan tomando conciencia de que esta tarea incumbe a todos en la Iglesia. La verdad es que se exige tan poco para ser bautizado que quienes reciben el sacramento poco más piensan darles que pertenecer al rol de la Iglesia de Jesús. Y el bautismo es un gran sacramento porque nos hace hijos de Dios y participes, por tanto, de su vida divina. Ser bautizados es para nosotros como vivir ya un cielo en la tierra, participar de los bienes de allá arriba mientras vivimos aquí para gozarlos plenamente cuando partamos de este mundo.


2. Aprender a valorar el sacramento del Bautismo.

Tendríamos que reflexionar seriamente sobre nuestro bautismo y quizás exigir una mayor preparación. No parece pastoralmente conveniente negar el bautismo a los niños, pedido sólo con la solicitud de los padres, porque se interpretaría como un rechazo de los más pobres por parte de la Iglesia. Pero sí organizar unos cursos de conocimiento para los ya bautizados: eso que en el principio se llamaba catecumenado. No se puede permitir que una riqueza tan descomunal como la del bautismo permanezca ignorada por los mismos que la poseen como uno que tenga una perla de gran brillo y desconozca su valor. A los bautizados hay que exhortarles a que profundicen en el conocimiento del sacramento que recibieron de niños sin conciencia personal del gran acontecimiento. Son hijos de Dios y herederos de su gloria, receptores privilegiados de todos los méritos adquiridos por Cristo en su pasión y muerte y partícipes de la gloria de su resurrección. Casi nada, por poco más somos dioses.


Conclusión: Bautismo y Eucaristía.

Y como complemento del Bautismo la celebración frecuente de la Eucaristía; en ella aprendemos a vivir comunitariamente la fe recibida, nos hacemos una misma cosa con el Resucitado por la comunión de su cuerpo, y aprendemos a acompañarlo en su pasión para participar de su gloria. Es un ejercicio privilegiado de la fe bautismal.



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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