PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

sábado, 29 de mayo de 2021

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(30 de mayo de 2021), por Antonio Troya Magallanes




SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
(30 de mayo de 2021)




Introducción: La maravilla que es la Persona de Jesús.

Hemos sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto quiere decir que somos hijos de Padre del cielo, hermanos de su Hijo único, Jesucristo y unidos todos entre sí, y unidos a la vez con Jesucristo y con el Padre con el mismo Espíritu con el que ellos son uno en la santa Trinidad: el Espíritu Santo. Casi estamos a la altura de Dios, ¿qué más se puede pedir? La generosidad de Dios con nosotros es increíble. Increíble, pero real. Pero, ¿valoramos nosotros, los bautizados, lo que ha significado para nosotros recibir este sacramento?.


1. La generosidad de Dios para con el hombre.

Dios tiene desde toda la eternidad un único Hijo, que es la Segunda Persona de la Trinidad Santa. Pero, al crear al hombre, ha querido hacerlo semejante a ese Hijo y darle parte en su herencia. El hombre renunció a ese don desobedeciendo la orden de Dios, pero Dios quiso restaurar su dignidad enviando a su Hijo al mundo para que, tomando un cuerpo semejante al nuestro, pudiera reparar en nuestro nombre la injuria que le habíamos hecho despreciando su orden. El Hijo único de Dios existe desde siempre, ha tomado parte activa en la obra de la creación del mundo y ha iluminado con su luz a todo hijo nacido de mujer. En el tiempo ha tomado una humanidad semejante a la nuestra, ha pagado con ella por nuestros pecados sufriendo pasión y muerte; y, resucitando, nos ha devuelto la herencia para la que habíamos sido creados. Una vez vuelto a cielo, lugar único idóneo para su estancia ordinaria ha enviado sobre nosotros al Espíritu Santo, para que el mismo que lo hace una cosa con el Padre hiciera de todos los hombres una sola y unida comunidad en la que no estarán ausentes ni el Hijo ni el Padre, formando todos con ellos un solo cuerpo: «Para que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros» (Jn 17,21).


2. Nuestra respuesta al don de Dios.

Deberíamos ahora pensar a qué nos apremia a nosotros ser hijos del Padre, hermanos del Hijo y templo del Espíritu Santo. Si somos hijos tenemos que poner toda nuestra vida –y nuestra muerte– en manos del Padre del cielo; vivir totalmente confiados en su protección y liberándonos de las angustias de esta vida pensar y desear el encuentro con Él cuando salgamos de ella. Si somos hermanos del Hijo hemos de tenerlo siempre por ejemplo y modelo de vida, y desear intensamente ser coparticipes de su herencia con la que gozaremos de la Santa Trinidad en los cielos. Si somos templo del Espíritu Santo hemos de preservarnos de todo pecado y de cualquier mancha, y vivir atentos a sus insinuaciones, porque ellas nos marcan la voluntad de Dios y nos guían por el camino de la santidad. Así el templo de Dios que es nuestro cuerpo estará siempre preparado a albergar al Divino Huésped. Y, cuando pasemos de este mundo nos encontraremos asidos a Jesucristo, el Hijo encarnado, como miembros de su cuerpo; con Él daremos honor y alabanza al Dios Trino y estaremos unidos a las tres Divinas Personas con el aglutinante del Espíritu Santo que es el Espíritu de la Trinidad y entonces será también el nuestro.


Conclusión: Adelantemos el tiempo de Dios.

Todo esto lo podemos ya comenzar a vivir en este mundo, sobre todo en la celebración de la Eucaristía: aquí nos sentimos bajo la protección del Padre que nos da a su Hijo único; nos hacemos una misma cosa con el Hijo, cuyo cuerpo comulgamos; y no vemos llenos del Espíritu Santo, que derrama abundantemente en cada uno de nosotros el Hijo Resucitado, que no pasa por nuestros cuerpos sin dejar una efusión de Espíritu, como la dejó en el mundo cuando nos dejó para volver al Padre.



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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