de la Diócesis de Cádiz y Ceuta
SAMARITANOS EN UN BAR
Existen en nuestra Iglesia
gentes sencillas que son rayos de luz de Cristo en este mundo tormentoso, que
antes no miraba como lo hago ahora. No
siempre estoy de acuerdo con el actuar de las parroquias, pero un gesto
sencillo me ha hecho reflexionar.
Pepe Carrascosa
Militante de la HOAC
@HOAC_es
Un buen día, llegó una mujer con evidentes signos de
embriaguez al bar de mi barrio, en el que estaban también cuatro personas de la
comunidad parroquial de La Asunción de Nuestra Señora del Cerro del Moro de Cádiz,
tras haber celebrado la Eucaristía.
La voluntaria de Cáritas, al
verla, la saludó, y la invitó a sentarse junto al vicario parroquial y un
matrimonio, con los que estaba. Quizás
por su estado, no quiso acompañarles, se dirigió hacia el fondo de la barra, tropezando
con el escalón de entrada, sin llegar a caerse.
La dueña del establecimiento y
un cliente, molestos, me comentaron que el día anterior también había estado
allí en las mismas condiciones. No pasó
mucho tiempo cuando se cayó al suelo el vaso de la mujer, haciendo que el
enfado de la propietaria fuera en aumento.
Antes de que fuera a más, la
responsable de Cáritas se dirigió a la mujer y con mucha amabilidad y dulzura
la convenció para que, por fin, se uniera a ellos. Los murmullos arrecieron. Como tengo bastante confianza con la dueña y
parte de la clientela, les pedí que no se preocuparan, porque la gente de la
parroquia atendería a la mujer y no habría más problemas.
Efectivamente, la mujer, ya
sentada como una más, estaba siendo escuchada, consolada. En un mar de lágrimas, se desahogó de todo lo
que la vida la estaba golpeando. Pasó
bastante tiempo.
El vicario parroquial ya se
había ido. La mujer de Cáritas fue a la
barra a abonar lo que habían consumido. Al
pasar junto a mí, le pregunté si la mujer estaba siendo atendida en el centro
de salud. Me respondió que sí iba, pero
que tenía graves problemas personales y sociales, que intentaba aplacar con el
alcohol. No pude más que compartir mi admiración
y agradecer su gesto de misericordia con la mujer enferma, a la que iban a
acompañar a su casa.
Todo aquello me hizo pensar en
tantos hermanos nuestros que están ahí ayudando a los demás día a día y en que
hasta en los bares es posible evangelizar con gestos sencillos. Las personas que allí se encontraban vieron
una Iglesia no encerrada en sí misma, que atiende al pobre, al desvalido, al
enfermo. Es admirable esta dedicación,
como doloroso es caer en la cuenta de la existencia silenciada de personas
enfermas y excluidas.
Como me dijo un amigo, muchas veces
sucede que aspiramos a un compromiso, a una manera de actuar a la medida de «la
entrada triunfal en Jerusalén», en vez de practicar la sencillez del «buen samaritano».•
42 julio 2021
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