PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

domingo, 10 de octubre de 2021

DOMINGO VIGESIMOOCTAVO DEL TIEMPO ORDINARIO (10 de octubre de 2021), por Antonio Troya Magallanes




DOMINGO VIGESIMOOCTAVO
DEL TIEMPO ORDINARIO
(10 de octubre de 2021)




Introducción: el desasimiento de lo temporal.

Creo que no nos será difícil identificarnos con aquel fulano que sale al encuentro con Jesús. Nosotros, como él, queremos la vida eterna y buscamos la manera de llegar a ella; nosotros desde pequeños hemos cumplido los mandamientos –con algunos pequeños fallos–, nosotros sentimos en nuestro interior la sensación de que algo nos puede faltar. Y hoy le vamos a preguntar a Jesús qué es lo que nos falta. Exactamente como aquel individuo. Jesús, al contestarle, no se va por las ramas: adivina que su interlocutor está demasiado apegado a sus riquezas y le dice escuetamente: «Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo». Para llegar a Dios –Dios es la vida eterna– hay que estar desasido de lo temporal, y no hay mejor desasimiento que renunciar a ello.


1. Todos tenemos una misión que realizar aquí.

Es verdad que la conciencia no nos acusa de importantes fallos en el cumplimiento de los diez mandamientos, somos personas honradas y decentes y siempre hemos intentado cumplirlos, pero, ¿no nos faltará algo? Y ese algo es sin duda nuestra respuesta positiva a aquello que Dios nos ha encomendado particularmente a cada uno de nosotros. Quizás nunca nos hemos preguntado: ¿Para qué nos ha traído Dios a este mundo? Y es bueno que alguna vez lo hagamos, porque presentarse en la otra vida sin haber cumplido aquello para lo que vinimos a ésta no debe ser muy agradable. A aquel individuo Dios le había dado las riquezas para que ayudara a los necesitados, ¡y no se había dado cuenta! Su corazón, sin embargo, se había apegado tanto a sus bienes temporales que, cuando descubre que tiene que dejarlos, se echa para atrás, ya parece que hasta languidece aquel deseo de conseguir la salvación. Nos puede pasar a nosotros algo igual: estamos muy tranquilos y sosegados en nuestra indolencia y no nos preocupamos de cumplir la misión que, al traernos a este mundo, nos encomendaron; hasta nos hemos apegado tanto a los medios que Dios nos ha dado para ello que los consideramos propiedad inalienable nuestra: es nuestro y no estamos dispuestos a emplearlo a favor de los hermanos. Pues hay que cambiar de conducta: nuestros bienes –los talentos que Dios nos ha dado– son para nosotros, pero tienen asignada una misión, y esta misión han de cumplirla, ¡para eso estamos en el mundo!


2. Además de nuestra misión particular, atender a los necesitados y anunciar la palabra a quienes no la hayan recibido.

Y no tenemos que calentarnos mucho la cabeza para descubrir nuestra misión: las circunstancias especiales de nuestra vida nos la ponen por delante; es cuestión de entregarse a ella con entusiasmo. Sin olvidar que hay muchos necesitados que dependen para su subsistencia de lo que nosotros hemos recibido; y existen también otros que no recibirán nunca la palabra de la salvación si nosotros –yo en concreto– no se la acercamos.


Conclusión: Vivamos lo que comemos.

Y ahora hacemos presente en el altar un ejemplo inigualable: Jesús ha puesto a nuestro servicio su comodidad, su honra, su fama, su cuerpo y ¡hasta su Madre! ¡Podemos comulgar su cuerpo sin aceptar imitarlo en su vida? De nada vale una comunión que no nos haga semejante a Él en todo. Para eso se quedó en nuestra mesa.



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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