PÁGINAS COMPLEMENTARIAS

lunes, 1 de noviembre de 2021

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS (02 de noviembre de 2021), por
Antonio Troya Magallanes




CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
(02 de noviembre de 2021)





Rom 8,31b-35.37-39;
Sal 114, 5.6.115,10.11.15-16;
Jn 17,24-26

Introducción: La felicidad de cielo consiste en el amor.


El evangelio está tomado del sermón de la cena, que es como el testamento de Jesús abierto a la consideración del Padre eterno. A éste le hace una petición que revela al mismo tiempo su confianza con el Padre y su amor a los hombres. Le dice sencillamente que quiere que los suyos –sus amigos– estén con Él en la gloria y que allí participe de la felicidad con que Él se verá colmado en el cielo. Pero de alguna manera revela en qué consiste esa felicidad: que el amor que el Padre le tiene a Él colme también a sus amigos ya que Él estará personalmente en ellos. Habrá, pues, una comunión íntima entre el Padre que ama, el Hijo, que pondrá su morada en los hombres y éstos, que serán el objeto del amor de ambos: ser amados de Dios y amar intensamente a Dios ¡qué mayor felicidad! Esto es lo que hoy, día de los difuntos, están gozando los que se han ido; esto es lo que nosotros podemos ya pregustar, porque es lo que nos toca.


1. Las posibilidades que tenemos de ir al cielo.

Pero ¿llegaremos nosotros al cielo? San Pablo nos ha querido desvelar las posibilidades que tenemos. Nos dice que el Dios Padre que entregó a su Hijo a la muerte ¡por nosotros! ¿cómo no nos va a dar todo con él?. Y en este todo entra la salvación eterna. Pablo monta una especie de juicio en el que el Padre es el fiscal y Jesús el que preside. El fiscal es el que acusa, pero, ¿cómo nos va a acusar el que nos ha lavado con la sangre de su Hijo amado? El presidente es quien condena, pero ¿cómo puede condenarnos quién ha entregado su vida en tormentos para salvarnos? ¿cómo pronunciará una sentencia condenatoria quien día y noche está intercediendo ante el Padre, y mostrándole sus llagas, para alcanzar nuestra salvación?. De aquí lo que se deduce es que tenemos que tener muchas ganas de condenarnos para que lo consigamos, ¡y no tenemos ninguna!. La salvación está conseguida –la consiguió Jesús en la cruz– y nosotros, buscando participar de los frutos de la cruz imitando en nuestra vida al crucificado, la obtenemos; hay que ser muy desastre para perderla. Por tanto, ya desde hoy, día de los difuntos, podemos recrearnos como si ya la poseyéramos, podemos recrearnos con la compañía de aquellas personas queridas por las que hoy ofrecemos la misa y nuestras oraciones. Por lo que nos dicen las Escrituras hay más posibilidades de salvarse que de condenarse; y todo, porque Alguien tomó la delantera y pagó por nuestros pecados, sufriendo lo que a nosotros nos tocaba: se adelantó y ocupó el puesto que nos estaba reservado para purgar nuestros delitos, que no era otro que el infierno eterno.


2. El Dios amor engendra a un Hijo que es el Amor infinito.

En este asunto podemos, y debemos, pensar en nuestros pecados, que no son pocos; pero debemos sobre todo pensar en un Dios Padre que entregó a su Hijo a la muerte para que no se pierda ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna; y ¿cómo no? en un Hijo Dios que ocupó el puesto que nosotros merecíamos, para que nosotros ocupáramos el que a Él le corresponde como Dios y Señor. Un Dios así no hay por donde cogerlo: sólo merece amor y acción de gracias. Este es el consuelo con que nos regala hoy cuando recordamos a los que se fueron.


Conclusión: La presencia de la salvación en medio de la comunidad celebrante.

Y para hacernos más fácil la fe ha querido confirmarla con su presencia real en medio de la comunidad que celebra la Eucaristía: y no sólo se hace presente Él, hace también presente el sacrificio por el que consigue para todos los hombres la salvación eterna. Hoy mismo lo estamos celebrando gozosos por aquellos que se fueron.



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf

Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real

Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf


SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS (01 de noviembre de 2021), por Antonio Troya Magallanes




SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
(01 de noviembre de 2021)





Introducción: Todos los Santos.

¿Quiénes son los santos?. Los que habitan con Dios en el cielo. Pero, ¿podríamos penetrar siquiera sea un poco que es eso del cielo?. San Juan en la segunda lectura nos ha querido dar un camino para llegar. Nos dice que por el amor que Dios nos tiene nos ha hecho hijos, pero en seguida aclara que ahora no somos reconocidos como tales. Y afirma tajantemente que un día, cuando veamos a Dios cara a cara, se descubrirá ante todos que ¡somos semejantes a Él!. Luego estar en el cielo es antes que nada ser semejantes a Dios. ¿Habéis pensado la luz y la gloria que irradiaríamos si cada uno de nosotros es semejante al Dios vivo?. Y, ¿qué felicidad no sentiríamos dentro de nosotros si esa felicidad se parece, al menos, a la que experimenta el Dios Altísimo?. Pues ya podéis prepararos para vivirlo, porque sois vosotros, los hijos de Dios, quienes habéis sido llamados a compartir su gloria y su felicidad.


1. La multitud de los salvados que a una alaban al Dios trino.

Hablamos de hijos, pero Dios sólo tiene un Hijo, y ése sí que comparte su gloria desde toda la eternidad. Pero ese Hijo ha querido ofrecer su vida al Padre para que nosotros, pecadores, fuésemos hecho también como Él, hijos de Dios y hermanos suyos; y el Padre la ha aceptado gustosamente porque nos ha amado desde toda la eternidad, y la desobediencia de los hombres no agotó ese amor, aunque sí la posibilidad de que nosotros participáramos de su felicidad; la oblación de su Unigénito restableció las cosas dejándolas como fueron en un principio. Por la fe y el bautismo –en la Iglesia– fuimos lavados con la sangre de Cristo y restituidos, por tanto, a la dignidad de hijos. Y ese bautismo es el que nos ha hecho miembros de Cristo, porque la realidad “Cristo” no se acaba en su naturaleza humana unida a la divinidad, sino que se extiende a todos cuantos por el bautismo fuimos hecho miembros de la Iglesia y, por tanto, miembros de Cristo. Eso tampoco es ahora visible, pero después de nuestro paso por este mundo nos veremos atados a Cristo como los miembros del cuerpo se atan todos a un mismo cuerpo con lo que estaremos capacitados para amar a Dios con un amor indecible, con el que también nos amaremos unos a otros. En definitiva, seremos una misma cosa con Dios.


2. Una muchedumbre inmensa que nadie podía contar.

Esta es la realidad que viven los que llamamos santos, que no son solamente quienes han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia, sino otros muchísimos que durante su vida terrena amaron a Dios y al prójimo, no de palabra, sino de obra, y han sido acogidos en su muerte por la imponderable misericordia del Padre, de nuestro Padre Dios, que en su benignidad acepta la eficaz intercesión de su Unigénito. Éstos son los que veneramos hoy, sin olvidarnos de otros, no escasos, que todavía viven en la tierra, pero están ya destinados por su vida a ocupar un lugar en compañía de los ya salvados. ¡Qué fiesta tan grande, tan hermosa!. En la liturgia de hoy escuchamos también la receta para la santidad ¡para el cielo!. Son las bienaventuranzas que no sólo se dirigen a los pobres y sufridos, sino también a los que trabajan por mitigar la pobreza y el sufrimiento de modo que con la colaboración de todos, este mundo llegue a ser el Reino de Dios. Un mundo en el que todos puedan vivir como hijos de Dios y todos, unos a otros, respetemos la inmensa dignidad con que Dios nos ha enriquecido al hacernos a su imagen y semejanza y destinándonos desde la creación a gozar por siempre de su compañía: destino que perdimos por la desobediencia, pero que nos fue restituido por una obediencia mucho más valiosa, la del Hijo único encarnado, que obedeció al Padre hasta entregar su vida entre terribles tormentos por la salvación de los siervos.


Conclusión: La Eucaristía, avance del cielo.

Ahora vamos a vivir por unos momentos el cielo en la tierra: Jesús va a borrar en esta Eucaristía nuestros pecados con su sangre, el Padre bajará para recibir el ofrecimiento de su Hijo, y el Espíritu Santo, que convertirá el pan de nuestra mesa en su cuerpo nos unirá a Jesús y con Él, unos con otros, formando con Él un solo cuerpo.



Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.


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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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