CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
(02 de noviembre de 2021)
Rom 8,31b-35.37-39;
Sal 114, 5.6.115,10.11.15-16;
Jn 17,24-26
Introducción: La felicidad de cielo consiste en el amor.
El evangelio está tomado del sermón de la cena, que es como el testamento de Jesús abierto a la consideración del Padre eterno. A éste le hace una petición que revela al mismo tiempo su confianza con el Padre y su amor a los hombres. Le dice sencillamente que quiere que los suyos –sus amigos– estén con Él en la gloria y que allí participe de la felicidad con que Él se verá colmado en el cielo. Pero de alguna manera revela en qué consiste esa felicidad: que el amor que el Padre le tiene a Él colme también a sus amigos ya que Él estará personalmente en ellos. Habrá, pues, una comunión íntima entre el Padre que ama, el Hijo, que pondrá su morada en los hombres y éstos, que serán el objeto del amor de ambos: ser amados de Dios y amar intensamente a Dios ¡qué mayor felicidad! Esto es lo que hoy, día de los difuntos, están gozando los que se han ido; esto es lo que nosotros podemos ya pregustar, porque es lo que nos toca.
1. Las posibilidades que tenemos de ir al cielo.
Pero ¿llegaremos nosotros al cielo? San Pablo nos ha querido desvelar las posibilidades que tenemos. Nos dice que el Dios Padre que entregó a su Hijo a la muerte ¡por nosotros! ¿cómo no nos va a dar todo con él?. Y en este todo entra la salvación eterna. Pablo monta una especie de juicio en el que el Padre es el fiscal y Jesús el que preside. El fiscal es el que acusa, pero, ¿cómo nos va a acusar el que nos ha lavado con la sangre de su Hijo amado? El presidente es quien condena, pero ¿cómo puede condenarnos quién ha entregado su vida en tormentos para salvarnos? ¿cómo pronunciará una sentencia condenatoria quien día y noche está intercediendo ante el Padre, y mostrándole sus llagas, para alcanzar nuestra salvación?. De aquí lo que se deduce es que tenemos que tener muchas ganas de condenarnos para que lo consigamos, ¡y no tenemos ninguna!. La salvación está conseguida –la consiguió Jesús en la cruz– y nosotros, buscando participar de los frutos de la cruz imitando en nuestra vida al crucificado, la obtenemos; hay que ser muy desastre para perderla. Por tanto, ya desde hoy, día de los difuntos, podemos recrearnos como si ya la poseyéramos, podemos recrearnos con la compañía de aquellas personas queridas por las que hoy ofrecemos la misa y nuestras oraciones. Por lo que nos dicen las Escrituras hay más posibilidades de salvarse que de condenarse; y todo, porque Alguien tomó la delantera y pagó por nuestros pecados, sufriendo lo que a nosotros nos tocaba: se adelantó y ocupó el puesto que nos estaba reservado para purgar nuestros delitos, que no era otro que el infierno eterno.
2. El Dios amor engendra a un Hijo que es el Amor infinito.
En este asunto podemos, y debemos, pensar en nuestros pecados, que no son pocos; pero debemos sobre todo pensar en un Dios Padre que entregó a su Hijo a la muerte para que no se pierda ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna; y ¿cómo no? en un Hijo Dios que ocupó el puesto que nosotros merecíamos, para que nosotros ocupáramos el que a Él le corresponde como Dios y Señor. Un Dios así no hay por donde cogerlo: sólo merece amor y acción de gracias. Este es el consuelo con que nos regala hoy cuando recordamos a los que se fueron.
Conclusión: La presencia de la salvación en medio de la comunidad celebrante.
Y para hacernos más fácil la fe ha querido confirmarla con su presencia real en medio de la comunidad que celebra la Eucaristía: y no sólo se hace presente Él, hace también presente el sacrificio por el que consigue para todos los hombres la salvación eterna. Hoy mismo lo estamos celebrando gozosos por aquellos que se fueron.
Sal 114, 5.6.115,10.11.15-16;
Jn 17,24-26
Introducción: La felicidad de cielo consiste en el amor.
El evangelio está tomado del sermón de la cena, que es como el testamento de Jesús abierto a la consideración del Padre eterno. A éste le hace una petición que revela al mismo tiempo su confianza con el Padre y su amor a los hombres. Le dice sencillamente que quiere que los suyos –sus amigos– estén con Él en la gloria y que allí participe de la felicidad con que Él se verá colmado en el cielo. Pero de alguna manera revela en qué consiste esa felicidad: que el amor que el Padre le tiene a Él colme también a sus amigos ya que Él estará personalmente en ellos. Habrá, pues, una comunión íntima entre el Padre que ama, el Hijo, que pondrá su morada en los hombres y éstos, que serán el objeto del amor de ambos: ser amados de Dios y amar intensamente a Dios ¡qué mayor felicidad! Esto es lo que hoy, día de los difuntos, están gozando los que se han ido; esto es lo que nosotros podemos ya pregustar, porque es lo que nos toca.
1. Las posibilidades que tenemos de ir al cielo.
Pero ¿llegaremos nosotros al cielo? San Pablo nos ha querido desvelar las posibilidades que tenemos. Nos dice que el Dios Padre que entregó a su Hijo a la muerte ¡por nosotros! ¿cómo no nos va a dar todo con él?. Y en este todo entra la salvación eterna. Pablo monta una especie de juicio en el que el Padre es el fiscal y Jesús el que preside. El fiscal es el que acusa, pero, ¿cómo nos va a acusar el que nos ha lavado con la sangre de su Hijo amado? El presidente es quien condena, pero ¿cómo puede condenarnos quién ha entregado su vida en tormentos para salvarnos? ¿cómo pronunciará una sentencia condenatoria quien día y noche está intercediendo ante el Padre, y mostrándole sus llagas, para alcanzar nuestra salvación?. De aquí lo que se deduce es que tenemos que tener muchas ganas de condenarnos para que lo consigamos, ¡y no tenemos ninguna!. La salvación está conseguida –la consiguió Jesús en la cruz– y nosotros, buscando participar de los frutos de la cruz imitando en nuestra vida al crucificado, la obtenemos; hay que ser muy desastre para perderla. Por tanto, ya desde hoy, día de los difuntos, podemos recrearnos como si ya la poseyéramos, podemos recrearnos con la compañía de aquellas personas queridas por las que hoy ofrecemos la misa y nuestras oraciones. Por lo que nos dicen las Escrituras hay más posibilidades de salvarse que de condenarse; y todo, porque Alguien tomó la delantera y pagó por nuestros pecados, sufriendo lo que a nosotros nos tocaba: se adelantó y ocupó el puesto que nos estaba reservado para purgar nuestros delitos, que no era otro que el infierno eterno.
2. El Dios amor engendra a un Hijo que es el Amor infinito.
En este asunto podemos, y debemos, pensar en nuestros pecados, que no son pocos; pero debemos sobre todo pensar en un Dios Padre que entregó a su Hijo a la muerte para que no se pierda ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna; y ¿cómo no? en un Hijo Dios que ocupó el puesto que nosotros merecíamos, para que nosotros ocupáramos el que a Él le corresponde como Dios y Señor. Un Dios así no hay por donde cogerlo: sólo merece amor y acción de gracias. Este es el consuelo con que nos regala hoy cuando recordamos a los que se fueron.
Conclusión: La presencia de la salvación en medio de la comunidad celebrante.
Y para hacernos más fácil la fe ha querido confirmarla con su presencia real en medio de la comunidad que celebra la Eucaristía: y no sólo se hace presente Él, hace también presente el sacrificio por el que consigue para todos los hombres la salvación eterna. Hoy mismo lo estamos celebrando gozosos por aquellos que se fueron.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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