DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA
(11 de abril de 2021)
Introducción: Con la muerte y resurrección de Jesús las cosas han cambiado.
El evangelio de hoy nos narra la aparición de Jesús a los discípulos a la caída del día de su resurrección. ¿A quiénes se aparece? Allí está Pedro que ha negado por tres veces conocerle bajo juramento, allí están los demás, que, cuando detuvieron a Jesús «lo abandonaron y huyeron» (Mc 14,50). Y ¡qué maravilla: Jesús no les echa en cara su conducta, ni siquiera se la recuerda; más aún, sigue confiando en ellos y les confirma en la misión para la que los ha elegido: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, para terminar, está la escena de Tomás, éste se ha negado a creer en la resurrección si no toca con sus manos las llagas del crucificado-resucitado. Y Jesús, muy condescendiente, le ofrece con mucho amor sus manos y costado para que toque y crea. ¡Qué efluvio de misericordia! Lo pasado, pasado está, volvamos a empezar de nuevo. Parece que se pasa de rosca, pero, no, se pasa de amor. Han cambiado los tiempos y ya Dios no es el Señor severo que espera para castigar, sino el padre que abraza al pecador en un sublime gesto de amor. Y todo esto por la muerte del Hijo unigénito en la cruz.
1. Nuestra respuesta a la divina generosidad.
De aquí se puede sacar una conclusión fácil, pero errónea: si es tan fácil el perdón, no merece la pena esforzarse tanto por no pecar. Conclusión evidentemente falsa. La verdadera sería: Y, ¿cómo pagar tan exquisito perdón conseguido a base de tanto dolor y tan terribles humillaciones? Y la conclusión verdadera sería: puesto que “amor con amor se paga, volquémonos en amor hacia un Dios tan misericordioso, y hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable a sus ojos, esforzándonos al máximo no sólo en responder guardando sus mandamientos, sino con una atención constante en captar sus más mínimos deseos para que, cumpliéndolos con toda escrupulosidad, podamos hacer feliz a Aquel que, entregando su vida por nosotros, nos ha alcanzado tan generoso perdón.
2. El pago a nuestra generosa respuesta.
Y, ¿cómo podremos averiguar cuáles son los deseos de nuestro Dios con respecto a nosotros, sus hijos?. Hay sin duda un primer paso: si queremos vivir como hijos, el modelo es el Hijo unigénito encarnado: Jesús el Señor. ¿Cómo podremos vivir como hijos si no es imitando al que es Hijo por naturaleza y que se ha hecho hombre para servirnos como modelo? Copiándolo, siempre nos quedaremos cortos, pero seguro que a Dios le agradará, y mucho, que al menos lo intentemos seriamente. Y, como el perdón que nos da es fruto de su amor, ya tenemos una primera cosa que imitar: amar a los hombres como Él los ha amado. Nunca llegaremos a tanto, pero caminando por esa senda, nos encontraremos un día de cara con el Dios que nos ha amado y tendremos toda una eternidad para darle las gracias. Qué más podemos desear sí, con nuestro esfuerzo en este mundo, conseguimos estar una eternidad unidos al Dios Grande y gozando de su presencia y de su felicidad. No perdamos la ocasión, que los bienes de este mundo se desvanecen y, como mucho los podremos dejar a otro, pero nunca gozar de ellos para siempre. Dios, en cambio, es un bien que nunca se acaba y que, por mucho que gocemos de Él, nunca podremos conocerlo y gozarlo del todo.
Conclusión: Un adelanto del gozo eterno.
Y, para que veamos lo grande que es, Dios no quiere que esperemos para la otra vida la recompensa de vivir con Él, sino que aún en esta vida se nos da en la Eucaristía que celebramos para que ya gocemos aquí de su presencia, aunque sólo podamos acceder a ella por la fe. Pero la fe es también un don suyo.
El evangelio de hoy nos narra la aparición de Jesús a los discípulos a la caída del día de su resurrección. ¿A quiénes se aparece? Allí está Pedro que ha negado por tres veces conocerle bajo juramento, allí están los demás, que, cuando detuvieron a Jesús «lo abandonaron y huyeron» (Mc 14,50). Y ¡qué maravilla: Jesús no les echa en cara su conducta, ni siquiera se la recuerda; más aún, sigue confiando en ellos y les confirma en la misión para la que los ha elegido: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, para terminar, está la escena de Tomás, éste se ha negado a creer en la resurrección si no toca con sus manos las llagas del crucificado-resucitado. Y Jesús, muy condescendiente, le ofrece con mucho amor sus manos y costado para que toque y crea. ¡Qué efluvio de misericordia! Lo pasado, pasado está, volvamos a empezar de nuevo. Parece que se pasa de rosca, pero, no, se pasa de amor. Han cambiado los tiempos y ya Dios no es el Señor severo que espera para castigar, sino el padre que abraza al pecador en un sublime gesto de amor. Y todo esto por la muerte del Hijo unigénito en la cruz.
1. Nuestra respuesta a la divina generosidad.
De aquí se puede sacar una conclusión fácil, pero errónea: si es tan fácil el perdón, no merece la pena esforzarse tanto por no pecar. Conclusión evidentemente falsa. La verdadera sería: Y, ¿cómo pagar tan exquisito perdón conseguido a base de tanto dolor y tan terribles humillaciones? Y la conclusión verdadera sería: puesto que “amor con amor se paga, volquémonos en amor hacia un Dios tan misericordioso, y hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable a sus ojos, esforzándonos al máximo no sólo en responder guardando sus mandamientos, sino con una atención constante en captar sus más mínimos deseos para que, cumpliéndolos con toda escrupulosidad, podamos hacer feliz a Aquel que, entregando su vida por nosotros, nos ha alcanzado tan generoso perdón.
2. El pago a nuestra generosa respuesta.
Y, ¿cómo podremos averiguar cuáles son los deseos de nuestro Dios con respecto a nosotros, sus hijos?. Hay sin duda un primer paso: si queremos vivir como hijos, el modelo es el Hijo unigénito encarnado: Jesús el Señor. ¿Cómo podremos vivir como hijos si no es imitando al que es Hijo por naturaleza y que se ha hecho hombre para servirnos como modelo? Copiándolo, siempre nos quedaremos cortos, pero seguro que a Dios le agradará, y mucho, que al menos lo intentemos seriamente. Y, como el perdón que nos da es fruto de su amor, ya tenemos una primera cosa que imitar: amar a los hombres como Él los ha amado. Nunca llegaremos a tanto, pero caminando por esa senda, nos encontraremos un día de cara con el Dios que nos ha amado y tendremos toda una eternidad para darle las gracias. Qué más podemos desear sí, con nuestro esfuerzo en este mundo, conseguimos estar una eternidad unidos al Dios Grande y gozando de su presencia y de su felicidad. No perdamos la ocasión, que los bienes de este mundo se desvanecen y, como mucho los podremos dejar a otro, pero nunca gozar de ellos para siempre. Dios, en cambio, es un bien que nunca se acaba y que, por mucho que gocemos de Él, nunca podremos conocerlo y gozarlo del todo.
Conclusión: Un adelanto del gozo eterno.
Y, para que veamos lo grande que es, Dios no quiere que esperemos para la otra vida la recompensa de vivir con Él, sino que aún en esta vida se nos da en la Eucaristía que celebramos para que ya gocemos aquí de su presencia, aunque sólo podamos acceder a ella por la fe. Pero la fe es también un don suyo.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de febrero del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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