Editorial de Noticias Obreras
Núm. 1.473 [01-02-09 / 15-02-09]
Núm. 1.473 [01-02-09 / 15-02-09]
Todo empezó con Abraham. De su sierva Agar nació su primer hijo, Ismael. De su mujer Sara el segundo, Isaac. Los judíos se consideran descendientes de Isaac. Los árabes de Ismael. El pueblo judío y el pueblo palestino, que llevan toda la vida enfrentados, son en realidad pueblos hermanos.
Tras la destrucción por los romanos del templo de Herodes, en el año 70 de nuestra era, los judíos empezaron a dispersarse por el mundo. El holocausto nazi, y el soborno a algunos países que estaban en contra, impulsaron a las recién creadas Naciones Unidas a promulgar la resolución 181, en la que se aprobaba la partición de Palestina para crear dos Estados, uno judío y otro árabe. Estamos a finales de 1947, pero antes, Palestina había estado, después de la dominación romana, bajo la dominación del Imperio Otomano y, después de la I Guerra Mundial, bajo la dominación de los franceses e ingleses.
El Estado de Israel se constituye en 1948. En este mismo año comienzan las guerras entre árabes y judíos, y comienza la dispersión del pueblo palestino, cuyo número de refugiados alcanza en la actualidad a cuatro millones de personas.
Podría parecer que en este espacio de tiempo, en el que la ciencia y la técnica han avanzado tanto, también lo hubiera hecho la capacidad humana para resolver conflictos. No ha sido así. El avance de la ciencia y de la técnica se ha utilizado para incrementar el poder de destrucción, terror y muerte. Lo que evidencia una vez más que razón y ciencia no acaban de encontrarse. Que la misma razón de la que surge la ciencia es la que luego la utiliza para sembrar el terror y la muerte. Que es la misma razón humana la que ordena destruir escuelas, hospitales, casas y mezquitas sin importarle lo más mínimo la vida de muchos inocentes que se pierde entre los escombros. Lo importante es que el líder, el cabecilla, ha caído, si con él lo han hecho treinta niños, treinta víctimas inocentes, hay que lamentarlo, pero son los «efectos colaterales», un eufemismo que los hombres se han inventado para eludir el calificativo de asesinos, de asesinos de inocentes, de asesinos de niños, mujeres y ancianos.
El pueblo judío y el pueblo palestino están condenados a entenderse. De las tres salidas posibles: eliminación de uno de los dos pueblos; guerra permanente y coexistencia pacífica en dos Estados diferentes, parece que la más racional, la más humana es la coexistencia, y no dudamos de que algún día se alcanzará. Lamentablemente ese día nos preguntaremos: ¿Cómo es posible que esta solución no se haya producido antes? ¿Por qué han sido necesarias decenas de miles, quizás millones, de víctimas inocentes para llegar a una solución que ya estaba al principio? No tendremos respuestas, la barbarie nunca tiene respuesta, pero sí paga un precio: la deshumanización
Nuestra humanización se hace jirones y se destruye ante tamaño desatino. El pueblo judío, con la matanza de inocentes, ha echado sobre sí una pesada lacra que lo acompañará por siempre. El pueblo palestino lamentará no haber seguido el camino de paz que emprendió Arafat. Los pueblos del resto del mundo tenemos un serio problema: salvo honradas excepciones, permanecemos impasibles ante la muerte de inocentes. ■
EDITORIAL
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Núm. 1.473 [01-02-09 / 15-02-09] pág. 5