Alfonso Castro Pérez
Queridos
amigos y amigas:
Ha
fallecido Alfonso Castro.
Que
su vida nos ilumine y resucite en nosotros.
Un
fuerte abrazo
Pedro
Testimonio a imitar, en un día tan señalado.
Para tenerlo presente en nuestras oraciones,
añorando tener una vida de servicio a los demás
y de seguimiento a nuestro maestro y Señor.
Dios lo tendrá ya en sus brazos,
y le podremos pedir que interceda
por nosotros y por el pueblo.
Un abrazo en Cristo obrero
Sebastián
Fallece Alfonso Castro, un sacerdote bueno.
Obituario, por José Antonio Hernández Guerrero
Hace escasos días, en una de esas dilatadas conversaciones que manteníamos semanalmente, me atreví a preguntarle una vez más a Alfonso la razón íntima de sus decisiones vitales más importantes: de su ingreso en el Seminario de Cádiz, de su aceptación gozosa del celibato y de su opción preferente por los pobres. Y, nuevamente, me respondió de manera clara y rotunda: mi amor a Jesús de Nazaret. En mi opinión, la razón por la que Alfonso era uno de los seres más queridos y más respetados de nuestra Diócesis era la coherencia con la que explicaba, no con palabras sino con su conducta, que él era, simplemente, un creyente, un amigo de Jesús. Por eso renunció explícitamente a formar una familia, a ejercer una profesión lucrativa y a ocupar un puesto de poder en la Iglesia: estas decisiones constituían, a mi juicio, el fundamento del atractivo humano y del singular carisma cristiano que despedía su grácil y amable figura.
Nació en Jerez de la Frontera y ha desarrollado todas sus tareas pastorales en la Diócesis de Cádiz y Ceuta. Estudió en el Seminario Conciliar de San Bartolomé y se licenció en Teología en la Universidad Pontifica de Salamanca. Ha sido profesor de Filosofía en el Seminario, Rector del Teologado y Capellán de las Carmelitas Descalzas. Fundó el Centro Juvenil de Trille y el de Tartessos donde organizó diversas empresas y cooperativas para proporcionar trabajo a los jóvenes en paro. Abrió varios pisos de acogida, programó cursillos y talleres, actividades deportivas y campamentos de verano. Ya enfermo, seguía muy pendiente de las actividades Creó el Nuevo Madrugador, un espacio privilegiado para la reinserción dotado de varios programas reglados de Formación Profesional Obrera como, por ejemplo, carpintería y albañilería o el taller de impermeabilización, y cursos de jardinería o de mantenimiento general. Durante veinte años también ha ejercido su ministerio sacerdotal en la Prisión de Puerto dos.
Desde que fue ordenado sacerdote, Alfonso Castro decidió, no sólo acompañar, sino convivir, cohabitar y compartir las carencias y los trabajos de los más humildes reclamando y creando espacios amables para los marginados, pero lo hacía, no por un afán paternalista sino por una conciencia de solidaridad y de fraternidad. Él siempre miró, escuchó, habló y trató a los más necesitados como veía, escuchaba y trataba a sus familiares y a sus amigos más cercanos.
Su comportamiento ha constituido un referente y una autoridad moral para todos sus amigos. Por eso, las escasas veces que se levantaba para hablar, lo escuchábamos con profundo respeto. Cultivador de una densa espiritualidad, encarnaba a una Iglesia modesta, sencilla, abierta al mundo, portadora de esperanza para los más débiles, comprometida con la causa de Jesús, que es la causa de los pobres. Él solía confesar que no hablaba de las cosas de las “iglesias” porque, a pesar de ser Licenciado en Teología por la Universidad de Salamanca, entendía poco de lo que en ellas se hablaba y se hacía. Alfonso era un insólito personaje medio místico y medio agitador que, con ternura y con coraje, se movía entre la oración y el testimonio, que creía firmemente en el poder contagioso del amor desinteresado y de los comportamientos coherentes. Extraordinariamente resistente ante la adversidad, sentía la necesidad de comprometerse personalmente en la lucha por un mundo más justo, y estaba convencido de que deberíamos implicarnos todos con esas cosas de los más débiles porque son las que realmente nos afectan a los demás seres humanos: encontraba al ser humano en cualquiera de los seres humanos.
Ésta es -me repetía una y otra vez- la única manera válida de plantear las cuestiones concretas de la política, de la economía, de la ciencia, del arte, de la religión y de la naturaleza. Su comportamiento ha sido la mejor –quizás la única- manera, gratuita y desinteresada, de explicar los valores cristianos y los derechos humanos, esos principios evangélicos que dignifican al ser humano en su dimensión más profunda y en su condición más auténtica. Su aportación más genuina ha sido la entrega incondicional a los pobres, a los marginados y a los discriminados. Su concepción del sacerdocio como la convivencia con los que sufren ha sido el lenguaje más elocuente de predicar el mensaje evangélico. A pesar del debilitamiento de su salud durante los últimos doce años, Alfonso ha seguido gastando su escasa energía vital en el servicio a los más necesitados. Lejos de todo rebosamiento puramente místico, hizo de su sacerdocio una relación ética con el otro y una forma de defensa y de protección de la persona humana y de su libertad.
Ha fallecido un creyente, un hombre bueno que, en silencio, nos ha dado muchas lecciones sobre la generosidad gratuita, sobre el servicio desinteresado, sobre la abnegación altruista, el perdón de las ofensas, el reconocimiento sereno de los propios errores, el trabajo oculto, la comprensión de las conductas ajenas, la paciencia, la sencillez sin fingimiento, la modestia recatada, la prudencia sensata, la humildad sincera, el sufrimiento callado e, incluso, la resignación serena ante los males irremediables. Con su hermana Ana, con su hermano Manolo, con sus sobrinos y con Amanda, su generosa y fuerte cuidadadora, somos muchos los amigos que lloramos su ausencia. Que descanse en paz.
Que los obreros muertos
en el campo de honor
del trabajo y de la lucha,
por la misericordia de Dios,
descansen en paz.
«¡Acoge, abraza, cuida, acompaña…!
La vida del mundo obrero
con misericordia y compasión».
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