Editorial de Noticias Obreras
Núm. 1.483 [1-07-09 / 15-07-09]
http://www.hoac.es/pdf/Noticias%20Obreras/1%20julio/editorial.pdf
Núm. 1.483 [1-07-09 / 15-07-09]
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En nuestra vida política, llevamos bastantes años en los que la acusación, el insulto, la descalificación y la mentira han sustituido el necesario debate, la reflexión y la concienciación sobre los graves problemas que padecemos. Si en el plano de la participación política este proceder está induciendo a la abstención, son mucho más graves las consecuencias en el plano personal y social.
En el plano personal, nos hemos vuelto insensibles ante el dolor de los otros, entre otras cosas, porque no sabemos si los otros son víctimas, como dicen unos, o sinvergüenzas, como dicen otros. Y no lo sabemos porque los que dicen una y otra cosa aparecen un día como personas honradas y como corruptos indeseables al día siguiente. El Roto ha reflejado en sus viñetas el dramatismo de esta realidad: un pensativo ciudadano se pregunta: «¿A quién votar, después de oír lo que dicen los candidatos unos de otros?». En el plano social, esta pregunta se traduce inexorablemente en esta otra: ¿A quién creer, después de oír lo que dicen los políticos unos de otros?
Los daños en términos de ética y moral personal y ciudadana son gravísimos. Prueba de ello es la siguiente situación, que se viene produciendo con bastante frecuencia: aquellos políticos que son acusados de corrupción se ven recompensados con una avalancha de votos. Parece como si a los ciudadanos les diera igual, o como si dijeran: ¿No te da vergüenza acusar cuando tú eres mucho más corrupto? O lo que es mucho peor: que lo vean normal, que piensen que ellos también lo harían si se les presentara la ocasión. En cualquier caso, totalmente deplorable.
El problema es que un nuevo ser humano está emergiendo: el amoral, el que cree que todo es lícito con tal de conseguir sus propósitos. Este nuevo ser procurará guardar las apariencias, dirá lo políticamente correcto aunque sea falso; si puede, hará lo que más le satisfaga; estará dispuesto a romper toda barrera ética y moral contenida en los humanismos o en los credos religiosos, porque así concibe la libertad. Y esta forma de proceder la irradiará allí donde desempeñe su trabajo o actividad. Pero si este nuevo modelo de ser humano se consolida, habremos alcanzado una de las más altas cotas de deshumanización de toda la historia.
El ser humano es una unidad: conciencia y existencia, creencias y praxis, hacer y ser, vida material y espiritual, yo y el otro…, no pueden separarse ni escindirse sin causarle un daño irreparable. Esta unidad se expresa en todo su hacer, que moldea su ser; y en todo su ser, que determina y cualifica su hacer. Por ello, la Iglesia decimos que la política, la preocupación por la justicia, libertad y dignidad de los otros, es la más alta y noble expresión del ser humano, la actividad que lo cualifica como verdaderamente humano, porque precisa y pone en ejercicio esa unidad que encierra toda la humanidad del ser humano y, al hacerlo, la cultiva, la amplía y la desarrolla. Por la misma razón, cuando la política se prostituye, también lo hace el ser humano.
Esta visión, que puede parecer pesimista, no niega la existencia de personas, y grupos, honradas y vocacionadas para el servicio al otro, animadas por nobles ideales, deseosas de cambiar esta situación y empeñadas en ello. Pero muchas estructuras políticas las hemos convertido en estructuras de pecado que deshumanizan a todos. Tampoco pretendemos alejar de la política, al contrario, hoy más que nunca necesitamos personas que empeñen su vida en dignificarla y ponerla al servicio de la moral y la justicia, porque entonces estará al servicio de los pobres.
La Iglesia, y la HOAC como parte de ella, tenemos un reto formidable: los cristianos presentes en la vida pública hemos de ser exquisitos testimonios de honradez y servicio. Sólo así podremos ser fermento de la vida nueva que Dios nos ofrece. No olvidemos que con nuestra praxis política testimoniamos a Jesucristo. ■
En el plano personal, nos hemos vuelto insensibles ante el dolor de los otros, entre otras cosas, porque no sabemos si los otros son víctimas, como dicen unos, o sinvergüenzas, como dicen otros. Y no lo sabemos porque los que dicen una y otra cosa aparecen un día como personas honradas y como corruptos indeseables al día siguiente. El Roto ha reflejado en sus viñetas el dramatismo de esta realidad: un pensativo ciudadano se pregunta: «¿A quién votar, después de oír lo que dicen los candidatos unos de otros?». En el plano social, esta pregunta se traduce inexorablemente en esta otra: ¿A quién creer, después de oír lo que dicen los políticos unos de otros?
Los daños en términos de ética y moral personal y ciudadana son gravísimos. Prueba de ello es la siguiente situación, que se viene produciendo con bastante frecuencia: aquellos políticos que son acusados de corrupción se ven recompensados con una avalancha de votos. Parece como si a los ciudadanos les diera igual, o como si dijeran: ¿No te da vergüenza acusar cuando tú eres mucho más corrupto? O lo que es mucho peor: que lo vean normal, que piensen que ellos también lo harían si se les presentara la ocasión. En cualquier caso, totalmente deplorable.
El problema es que un nuevo ser humano está emergiendo: el amoral, el que cree que todo es lícito con tal de conseguir sus propósitos. Este nuevo ser procurará guardar las apariencias, dirá lo políticamente correcto aunque sea falso; si puede, hará lo que más le satisfaga; estará dispuesto a romper toda barrera ética y moral contenida en los humanismos o en los credos religiosos, porque así concibe la libertad. Y esta forma de proceder la irradiará allí donde desempeñe su trabajo o actividad. Pero si este nuevo modelo de ser humano se consolida, habremos alcanzado una de las más altas cotas de deshumanización de toda la historia.
El ser humano es una unidad: conciencia y existencia, creencias y praxis, hacer y ser, vida material y espiritual, yo y el otro…, no pueden separarse ni escindirse sin causarle un daño irreparable. Esta unidad se expresa en todo su hacer, que moldea su ser; y en todo su ser, que determina y cualifica su hacer. Por ello, la Iglesia decimos que la política, la preocupación por la justicia, libertad y dignidad de los otros, es la más alta y noble expresión del ser humano, la actividad que lo cualifica como verdaderamente humano, porque precisa y pone en ejercicio esa unidad que encierra toda la humanidad del ser humano y, al hacerlo, la cultiva, la amplía y la desarrolla. Por la misma razón, cuando la política se prostituye, también lo hace el ser humano.
Esta visión, que puede parecer pesimista, no niega la existencia de personas, y grupos, honradas y vocacionadas para el servicio al otro, animadas por nobles ideales, deseosas de cambiar esta situación y empeñadas en ello. Pero muchas estructuras políticas las hemos convertido en estructuras de pecado que deshumanizan a todos. Tampoco pretendemos alejar de la política, al contrario, hoy más que nunca necesitamos personas que empeñen su vida en dignificarla y ponerla al servicio de la moral y la justicia, porque entonces estará al servicio de los pobres.
La Iglesia, y la HOAC como parte de ella, tenemos un reto formidable: los cristianos presentes en la vida pública hemos de ser exquisitos testimonios de honradez y servicio. Sólo así podremos ser fermento de la vida nueva que Dios nos ofrece. No olvidemos que con nuestra praxis política testimoniamos a Jesucristo. ■
EDITORIAL
Publicado en NOTICIAS OBRERAS:
Núm. 1.483 [1-7-09 / 15-7-09] pág. 5
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