Nuestra existencia humana alcanza su bienestar pleno cuando orientamos nuestras actividades -los movimientos corporales y las operaciones mentales- hacia el establecimiento de contactos, de conexiones y de compromisos con los otros; cuando mantenemos un diálogo fecundo, una comunicación productiva y una solidaridad fecunda mediante palabras generosas y a través de hechos coherentes. Uno de los procedimientos más eficaces para sentirnos bien con nosotros mismos es tender puentes que unan esos márgenes culturales, económicos, sociales e ideológicos que, a veces, están excesivamente separados.
En este tiempo en el que abundan los constructores de barreras y de barricadas, hemos de tender puentes entre el pasado y el futuro, entre los jóvenes y los adultos, entre los que tienen ideologías de izquierdas y los de derecha, entre los que cultivan la cultura popular y los que prefieren la cultura más elaborada, entre los científicos y los literatos, entre los agricultores y los industriales, entre los administrativos y el personal de servicios, entre los creyentes y los agnósticos, entre los políticos y los ciudadanos, entre los homosexuales, los heterosexuales y los bisexuales, y, por supuesto, entre las mujeres y los hombres.
Hemos de partir del supuesto de que nuestra prosperidad sólo será posible cuando miremos más allá de los intereses personales y nos decidamos a la construcción de unos proyectos colectivos más amplios, integradores, llenos de sueños y de visiones comunes. Creo que, en estos momentos, todos tenemos el deber de -entendiendo las diferencias y aceptando las diversidades- instalar en el debate público la cuestión de la visión compartida y de las metas comunes.
A mi juicio, la única manera de solucionar muchos de los problemas que nos acucian es uniendo nuestros esfuerzos y colaborando solidariamente en proyectos comunes. No se trata, por lo tanto, de que renunciemos a las peculiaridades, sino de que, aunque transitemos en diferentes direcciones, nos paremos de vez en cuando para conocernos, para conversar, para deshacer malentendidos y para favorecer la búsqueda de una vida más humana. Es urgente que superemos la indiferencia y los enfrentamientos, y que colaboremos estimulados por propósitos compartidos. En esta encrucijada que nos ha tocado vivir, nadie sobra; tenemos que contar con todas las manos para que los esfuerzos converjan en el crecimiento individual y en el progreso social, económico y cultural.
En este tiempo en el que abundan los constructores de barreras y de barricadas, hemos de tender puentes entre el pasado y el futuro, entre los jóvenes y los adultos, entre los que tienen ideologías de izquierdas y los de derecha, entre los que cultivan la cultura popular y los que prefieren la cultura más elaborada, entre los científicos y los literatos, entre los agricultores y los industriales, entre los administrativos y el personal de servicios, entre los creyentes y los agnósticos, entre los políticos y los ciudadanos, entre los homosexuales, los heterosexuales y los bisexuales, y, por supuesto, entre las mujeres y los hombres.
Hemos de partir del supuesto de que nuestra prosperidad sólo será posible cuando miremos más allá de los intereses personales y nos decidamos a la construcción de unos proyectos colectivos más amplios, integradores, llenos de sueños y de visiones comunes. Creo que, en estos momentos, todos tenemos el deber de -entendiendo las diferencias y aceptando las diversidades- instalar en el debate público la cuestión de la visión compartida y de las metas comunes.
A mi juicio, la única manera de solucionar muchos de los problemas que nos acucian es uniendo nuestros esfuerzos y colaborando solidariamente en proyectos comunes. No se trata, por lo tanto, de que renunciemos a las peculiaridades, sino de que, aunque transitemos en diferentes direcciones, nos paremos de vez en cuando para conocernos, para conversar, para deshacer malentendidos y para favorecer la búsqueda de una vida más humana. Es urgente que superemos la indiferencia y los enfrentamientos, y que colaboremos estimulados por propósitos compartidos. En esta encrucijada que nos ha tocado vivir, nadie sobra; tenemos que contar con todas las manos para que los esfuerzos converjan en el crecimiento individual y en el progreso social, económico y cultural.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
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20.- «CULTIVAR EL ESPÍRITU».
(Claves del bienestar humano)