Dios nos pro-voca en la actual situación de muerte en la humanidad
Se me ocurre pensar que la actual pandemia del coronavirus es un auténtico signo de los tiempos, a través del cual Dios nos interpela, nos hace una llamada muy fuerte a replantearnos todo el actual sistema de vida. Una llamada no circunscrita a la Iglesia, sino dirigida a toda la humanidad, y que todos pueden captar. Porque toda la humanidad ha caído en la deshumanización existencial y social y en la destrucción de la naturaleza. Se viene produciendo -como tanto dice el Papa Francisco- la expoliación y la contaminación de la naturaleza junto con la opresión y explotación de las personas por el afán de riqueza, por el trabajo -o ausencia del mismo- y por el consumismo adictivo. Entonces, tanto la Pachamama como la humanidad en su inmensa mayoría, está gritando, consciente o inconscientemente, en una oración anónima pero real, porque brota como un deseo apremiante, un grito hondo del corazón… clamando a Dios por una acción liberadora o alternativa a este sistema cultural, sociopolítico, económico (también religioso) depredatorio de la naturaleza y de toda la vida humana. El actual proceso de vida personal, social, ecológica y religiosa no es viable, no tiene futuro.
Dios habla y actúa en y a través de los acontecimientos humanos, personalmente y socialmente. El cristiano y la Iglesia hemos de leer y discernir el mensaje y la llamada de Dios en la marcha de la historia -como sucedió con la esclavitud y la liberación de Egipto, así como la lectura de la realidad social, política, económica y religiosa que hacían los profetas, el mismo Jesús en confrontación con los poderes fácticos de su tiempo y la propia Iglesia, cuando analiza desde el Evangelio y la Doctrina Social los problemas y las graves cuestiones que atraviesan los países y la humanidad-.
¿Qué nos está diciendo hoy el Señor en esta gravísima situación que estamos viviendo a nivel mundial? Atravesamos una situación que sabe a “castigo del diluvio”, pero que es el auto-castigo de la propia humanidad, enrolada en un ámbito generalizado de pecado, de maldad humana, de inhumanidad -lo que es el pecado-. Sí. ¡Cómo está “castigando” a todos los países del mundo, a todas las personas -de una u otra forma-! ¡Cómo está ahogando vidas! ¡Cómo está asolando la economía productiva, salarial, de consumo! Un gran castigo infligido por la humanidad misma en su conjunto, como fruto del sistema de vida que estamos manteniendo en toda su globalidad. (Por supuesto, Dios no castiga bajo ningún concepto, somos nosotros quienes recogemos lo que sembramos, ya aquí en este tiempo)
Y Dios quiere servirse pedagógicamente de esta situación para pulsar las mentes y los corazones de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de la tierra, para provocar una reflexión no elusiva, un cambio de mentalidad y de vida, una verdadera conversión -como la de Nínive, “la gran ciudad” - de toda la humanidad. Y a fe que lo está consiguiendo el Señor. Salvo unos cuantos altos líderes de la humanidad, que parecen nadar en la inconsciencia o en la paranoia de una omnipotencia política y mediática, hoy más que nunca están proliferando escritos e iniciativas con reflexiones y propuestas que abogan por una economía humana -superadora del siempre redivivo sistema capitalista, el supremo virus toxico de la humanidad-, la redistribución de la riqueza, la dotación publica de servicios adecuados de Salud, Educación, Servicios Sociales…, junto a un plan al fin global y efectivo que preserve la vida de la naturaleza y que supere los efectos desoladores del cambio climático.
En esta misma línea viene expresándose constantemente el Papa Francisco, llamando a este cambio, escribiendo, por ejemplo, hace unos días un bello mensaje a los trabajadores y organizaciones de trabajadores del mundo y planteando -por primera vez por su parte- la dotación de un ingreso mínimo vital, especialmente para quienes realmente lo necesiten para cubrir sus necesidades más básicas.
Escuchemos, pues, en esta situación de pandemia, la voz del Señor y su llamada a movilizarnos para un cambio personal de vida y un compromiso activo en la sociedad. Él nos habla y nos envía a anunciar hoy el Evangelio del Reino de Dios, que reclama la liberación de toda opresión sobre la humanidad y sobre la naturaleza.
Dios habla y actúa en y a través de los acontecimientos humanos, personalmente y socialmente. El cristiano y la Iglesia hemos de leer y discernir el mensaje y la llamada de Dios en la marcha de la historia -como sucedió con la esclavitud y la liberación de Egipto, así como la lectura de la realidad social, política, económica y religiosa que hacían los profetas, el mismo Jesús en confrontación con los poderes fácticos de su tiempo y la propia Iglesia, cuando analiza desde el Evangelio y la Doctrina Social los problemas y las graves cuestiones que atraviesan los países y la humanidad-.
¿Qué nos está diciendo hoy el Señor en esta gravísima situación que estamos viviendo a nivel mundial? Atravesamos una situación que sabe a “castigo del diluvio”, pero que es el auto-castigo de la propia humanidad, enrolada en un ámbito generalizado de pecado, de maldad humana, de inhumanidad -lo que es el pecado-. Sí. ¡Cómo está “castigando” a todos los países del mundo, a todas las personas -de una u otra forma-! ¡Cómo está ahogando vidas! ¡Cómo está asolando la economía productiva, salarial, de consumo! Un gran castigo infligido por la humanidad misma en su conjunto, como fruto del sistema de vida que estamos manteniendo en toda su globalidad. (Por supuesto, Dios no castiga bajo ningún concepto, somos nosotros quienes recogemos lo que sembramos, ya aquí en este tiempo)
Y Dios quiere servirse pedagógicamente de esta situación para pulsar las mentes y los corazones de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de la tierra, para provocar una reflexión no elusiva, un cambio de mentalidad y de vida, una verdadera conversión -como la de Nínive, “la gran ciudad” - de toda la humanidad. Y a fe que lo está consiguiendo el Señor. Salvo unos cuantos altos líderes de la humanidad, que parecen nadar en la inconsciencia o en la paranoia de una omnipotencia política y mediática, hoy más que nunca están proliferando escritos e iniciativas con reflexiones y propuestas que abogan por una economía humana -superadora del siempre redivivo sistema capitalista, el supremo virus toxico de la humanidad-, la redistribución de la riqueza, la dotación publica de servicios adecuados de Salud, Educación, Servicios Sociales…, junto a un plan al fin global y efectivo que preserve la vida de la naturaleza y que supere los efectos desoladores del cambio climático.
En esta misma línea viene expresándose constantemente el Papa Francisco, llamando a este cambio, escribiendo, por ejemplo, hace unos días un bello mensaje a los trabajadores y organizaciones de trabajadores del mundo y planteando -por primera vez por su parte- la dotación de un ingreso mínimo vital, especialmente para quienes realmente lo necesiten para cubrir sus necesidades más básicas.
Escuchemos, pues, en esta situación de pandemia, la voz del Señor y su llamada a movilizarnos para un cambio personal de vida y un compromiso activo en la sociedad. Él nos habla y nos envía a anunciar hoy el Evangelio del Reino de Dios, que reclama la liberación de toda opresión sobre la humanidad y sobre la naturaleza.
Añado un texto de X. Pikaza de su artículo "Dios está en nosotros. No está fuera para arreglarnos algunas chapuzas mal hechas" (en Religión Digital)
“Hemos creado una conciencia dominadora, diciendo “pienso, luego soy” para suponer que podemos pensar y hacer todo lo que podamos… De ese pienso luego soy pasamos al “puedo, luego soy”, y después al “produzco luego soy”, y al “tengo y acumulo, luego soy”, al “conquisto luego…”. Ciertamente, pensamos, podemos, producimos, tenemos, comparamos y vendemos, pero en realidad no somos, en verdad no somos.
Hemos creado una fábrica donde se produce todo, menos humanidad, mercado donde se compra y vende todo, empezando por oro y plata y terminando con “cuerpos y almas humanas”, como dice el Apocalipsis (Ap 18,13), pero donde no se comparte vida, en amor, en comunión de futuro, en esperanza de resurrección, desde los más pobres.
() El peor virus del siglo XXI no es el “coronavirus”, sino un tipo de mercado y capital que compra y vende a los hombres… Ése es el virus, es el cáncer, la peste de guantes blancos de una sociedad de mala feria.
Hemos creado una conciencia falsa de poder, de riqueza, de dominio sobre los demás… Corremos el riesgo de perder la verdadera sabiduría humana, el conocimiento de uno mismo, el reconocimiento de los demás, el gozo de la hermandad, del respeto, el auténtico placer-placer del sol de cada día, de la lluvia en la ventana, de las manos que se acarician, del perdón que nos hace caminar de nuevo.
Si no cambiemos nuestra “conciencia”, nuestra forma de pensar y ser, no podremos “salvarnos”, es decir, no podremos vivir en el futuro. Así comienza diciendo Jesús en el evangelio de Marcos cuando dice “si no os convertís…”. Esa palabra convertir, tanto en su fondo semita como en la formulación griega del texto, significa “cambiar de conciencia” (meta‒noeín, meta‒noia: Un conocimiento nuevo de la realidad).
() El tema es claro: Si no cambiamos de “conciencia”, de forma de pensar y de ser, en unas pocas generaciones podemos destruir nuestra vida en el planeta… y de eso tiene la culpa un tipo de “progreso” que vinculamos a la producción de medios de consumo en clave de poder, no de vida”
El cura Isaac Núñez, "benefactor de la humanidad"
Fundador de la Asociación Proyecto Hombre y "fiel discípulo" de Cristo