DOMINGO TERCER0 DE PASCUA
(18 de abril de 2021)
Introducción: El cuerpo del Resucitado es el mismo que pendía de la cruz.
Parece que la enseñanza principal que quiere trasmitirnos el evangelio de hoy es que el cuerpo del resucitado que están mirando es el mismo que tenía cuando andaba entre nosotros. Insiste en que no es un fantasma, sino que tiene manos y pies, que se pueden tocar, que son de carne y hueso: «Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palparme.» Y les pregunta si tienen algo que comer y come delante de ellos un trozo de pez asado, ¡cómo para dudar! Y enseguida acude a las Escrituras: aquellas Escrituras que habían estado veladas, pero que ahora se abren de par en par con la luz del Resucitado para dar testimonio de su vuelta a la vida. También a Tomás le ha dado a tocar sus manos, pies y costado ¡para hacerle creer!
1. La Pascua, un canto al perdón de los pecados.
«Matasteis al autor de la Vida!» Pero ¿cómo se puede matar al autor de la vida, si es la VIDA misma? Allí está “vivito y coleando” después de haber sido crucificado y enterrado en un sepulcro nuevo. El cuerpo que tomó de una Virgen ha sido «victima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero»; pero, una vez que ha cumplido su misión: El mismo «dijo: Está cumplido» (Jn 19,30), Dios le ha resucitado entre los muertos «y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos.» Ya no hay pecado que no sea perdonable, porque por todos ha pagado el que, puesto en lugar de los pecadores, ha inmolado su cuerpo como víctima de propiciación por los pecados de todos, y así ha sido aceptado por el Padre del cielo. Aleluya, aleluya. Éste es el gran canto de la Pascua que repetimos una y otra vez con inusitado gozo.
2. Participando en Cristo de la gloria de la Trinidad.
Y lo volveremos a cantar y esta vez por toda la eternidad cuando nos hayamos insertado al cuerpo vivo del Resucitado todos los que por el bautismo nos hemos hecho miembros de su cuerpo. Para eso Dios nos ha creado, para eso Jesús nos ha redimido, para formar parte del Cristo total que vivirá inmerso en la Santa Trinidad, en el lugar que corresponde al Hijo, por los siglos de los siglos. Porque ese es el plan de Dios al crear al hombre: que le haga compañía por siempre y, cuando el hombre perdió esta gran posibilidad por su desobediencia, manda a su Hijo para que restaure la inocencia del hundido por el pecado y haga posible que se cumpla el plan primitivo de la creación. Estamos acostumbrados a mirar las maravillas de la creación y a alabar por ella a su autor; pero quizás nos detenemos menos en la creación del hombre, destinado a compartir el destino de Dios: un ser creado para participar de la gloria de la Trinidad y hacer compañía a su Creador. Esto que el hombre perdió por su pecado ha sido restaurado por el misterio pascual que veneramos en estos días: por la Muerte y Resurrección del Hijo único. Quizás hoy, que veneramos el cuerpo resucitado de Jesús, se nos ofrece a ocasión de maravillarnos y exultar de alegría al tender nuestra mirada más allá de lo temporal y mirar a una humanidad salvada, unidos todos y cada uno de sus miembros al cuerpo glorioso del Resucitado formando con Él el Cristo Total, o como se suele decir, el Cuerpo Místico. ¡Bendito Dios que tan grande es y tanto nos ama!
Conclusión: Un ensayo sorprendente.
Y Jesús no ha querido que tuviéramos que esperar al otro mundo para hacer un ensayo de lo que será. Ahora nos da la posibilidad de unirnos –todos los comulgantes- a su cuerpo vivo en la Eucaristía que celebramos. Bendito ensayo en el que se dan todos los elementos dichos, aunque sólo podamos percibirlos por la fe. No es poco.
Parece que la enseñanza principal que quiere trasmitirnos el evangelio de hoy es que el cuerpo del resucitado que están mirando es el mismo que tenía cuando andaba entre nosotros. Insiste en que no es un fantasma, sino que tiene manos y pies, que se pueden tocar, que son de carne y hueso: «Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palparme.» Y les pregunta si tienen algo que comer y come delante de ellos un trozo de pez asado, ¡cómo para dudar! Y enseguida acude a las Escrituras: aquellas Escrituras que habían estado veladas, pero que ahora se abren de par en par con la luz del Resucitado para dar testimonio de su vuelta a la vida. También a Tomás le ha dado a tocar sus manos, pies y costado ¡para hacerle creer!
1. La Pascua, un canto al perdón de los pecados.
«Matasteis al autor de la Vida!» Pero ¿cómo se puede matar al autor de la vida, si es la VIDA misma? Allí está “vivito y coleando” después de haber sido crucificado y enterrado en un sepulcro nuevo. El cuerpo que tomó de una Virgen ha sido «victima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero»; pero, una vez que ha cumplido su misión: El mismo «dijo: Está cumplido» (Jn 19,30), Dios le ha resucitado entre los muertos «y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos.» Ya no hay pecado que no sea perdonable, porque por todos ha pagado el que, puesto en lugar de los pecadores, ha inmolado su cuerpo como víctima de propiciación por los pecados de todos, y así ha sido aceptado por el Padre del cielo. Aleluya, aleluya. Éste es el gran canto de la Pascua que repetimos una y otra vez con inusitado gozo.
2. Participando en Cristo de la gloria de la Trinidad.
Y lo volveremos a cantar y esta vez por toda la eternidad cuando nos hayamos insertado al cuerpo vivo del Resucitado todos los que por el bautismo nos hemos hecho miembros de su cuerpo. Para eso Dios nos ha creado, para eso Jesús nos ha redimido, para formar parte del Cristo total que vivirá inmerso en la Santa Trinidad, en el lugar que corresponde al Hijo, por los siglos de los siglos. Porque ese es el plan de Dios al crear al hombre: que le haga compañía por siempre y, cuando el hombre perdió esta gran posibilidad por su desobediencia, manda a su Hijo para que restaure la inocencia del hundido por el pecado y haga posible que se cumpla el plan primitivo de la creación. Estamos acostumbrados a mirar las maravillas de la creación y a alabar por ella a su autor; pero quizás nos detenemos menos en la creación del hombre, destinado a compartir el destino de Dios: un ser creado para participar de la gloria de la Trinidad y hacer compañía a su Creador. Esto que el hombre perdió por su pecado ha sido restaurado por el misterio pascual que veneramos en estos días: por la Muerte y Resurrección del Hijo único. Quizás hoy, que veneramos el cuerpo resucitado de Jesús, se nos ofrece a ocasión de maravillarnos y exultar de alegría al tender nuestra mirada más allá de lo temporal y mirar a una humanidad salvada, unidos todos y cada uno de sus miembros al cuerpo glorioso del Resucitado formando con Él el Cristo Total, o como se suele decir, el Cuerpo Místico. ¡Bendito Dios que tan grande es y tanto nos ama!
Conclusión: Un ensayo sorprendente.
Y Jesús no ha querido que tuviéramos que esperar al otro mundo para hacer un ensayo de lo que será. Ahora nos da la posibilidad de unirnos –todos los comulgantes- a su cuerpo vivo en la Eucaristía que celebramos. Bendito ensayo en el que se dan todos los elementos dichos, aunque sólo podamos percibirlos por la fe. No es poco.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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