Si cultivar deseos –esos sentimientos tan relacionados con la autoestima y con la esperanza- es iniciar la senda que nos lleva a su realización, manifestarlos a los demás es, además, mostrarles nuestra disposición de ayudarles a alcanzarlos. Éstas son las razones que me mueven a defender la costumbre de entrecruzarnos felicitaciones durante estas fechas tan cargadas de historia y de simbolismos. Estoy convencido de que, por muy estereotipadas que sean las frases que usemos, si salen desde lo profundo de nuestro corazón, además de infundirnos ánimo, estrechan los lazos que nos unen y nos transmiten unas saludables energías para seguir caminando.
En la celebración de estas fiesta navideñas y del fin de año, en vez de dejarnos arrastrar por el temor o por la tristeza ante lo desconocido, podríamos animarnos mutuamente para palpar con detenimiento cada uno de los instantes que nos quedan por vivir.
Yo les deseo –queridos lectores- felicidad y felicidades. Sí; les deseo el bienestar del cuerpo y del espíritu: esa felicidad honda, sosegada y apacible que consiste en lograr un equilibrio que es el resultado de nuestra propia aceptación, del conocimiento de nuestras cualidades, de la estimación de nuestros valores y del reconocimiento de nuestras limitaciones. Pero, además, les deseo muchas otras felicidades como, por ejemplo, la felicidad del conocimiento hondo, la felicidad de una lectura placentera, la felicidad del trabajo bien hecho, la felicidad del ocio compartido, la felicidad del diálogo respetuoso, la felicidad de la amistad sincera y, sobre todo, la felicidad de un amor expansivo. Os deseo todas esas cosas que llenan la vida aunque no nos cuesten dinero ni ocupen demasiado tiempo.
Les deseo que sigáis creciendo intelectual, artística y al moralmente: que sigáis aprendiendo, pensando, disfrutando y, también, siendo bondadosos. Estoy convencido de que estas felicitaciones, si son sinceras, crean una atmósfera transparente y cálida de confianza mutua y de calor humano que facilita la armonía familiar, el trabajo profesional y la convivencia social.
Es posible que, si creamos entre todos este clima de benévola y de cordial amabilidad –esa benevolencia de la que hablan los retóricos-, será más fácil encontrar las expresiones adecuadas y los gestos elocuentes para honrar y para mostrar nuestra gratitud a los familiares, amigos, compañeros y colaboradores que, durante este año, nos han soportado y ayudado.
Por todas esta razones, este año me permito reiterarles varias peticiones: que agucen sus mirada con el fin de descubrir algo nuevo y bello en los seres que les rodean; que luchen para no caer en el desencanto ni en la rutina -la gran arrasadora de la vida-, que presten atención para ver las cosas como recién estrenadas. Si pretendemos aprovechar el jugo de la vida, hemos de aprender a apreciarnos a nosotros mismos y a valorar la realidad que nos rodea; sin admiración, la vida es anodina y puede llegar a perder su sentido, por eso es necesario que cultivemos nuestro espíritu para penetrar en el fondo de las cosas y para descubrir sus mensajes. Les ruego que, a pesar de los contratiempos, pongan caras más alegres y que esbocen unas sonrisas más permanentes.
Les pido, al menos, una palabra amable, un abrazo cordial y un beso cariñoso. A todos vosotros -queridos amigos- a los que siempre recuerdo y a los que, sabiéndolo o sin saberlo, hacen grata y fecunda mi vida, les deseo felicidad y felicidades. Ustedes son mis mejores regalos.
En la celebración de estas fiesta navideñas y del fin de año, en vez de dejarnos arrastrar por el temor o por la tristeza ante lo desconocido, podríamos animarnos mutuamente para palpar con detenimiento cada uno de los instantes que nos quedan por vivir.
Yo les deseo –queridos lectores- felicidad y felicidades. Sí; les deseo el bienestar del cuerpo y del espíritu: esa felicidad honda, sosegada y apacible que consiste en lograr un equilibrio que es el resultado de nuestra propia aceptación, del conocimiento de nuestras cualidades, de la estimación de nuestros valores y del reconocimiento de nuestras limitaciones. Pero, además, les deseo muchas otras felicidades como, por ejemplo, la felicidad del conocimiento hondo, la felicidad de una lectura placentera, la felicidad del trabajo bien hecho, la felicidad del ocio compartido, la felicidad del diálogo respetuoso, la felicidad de la amistad sincera y, sobre todo, la felicidad de un amor expansivo. Os deseo todas esas cosas que llenan la vida aunque no nos cuesten dinero ni ocupen demasiado tiempo.
Les deseo que sigáis creciendo intelectual, artística y al moralmente: que sigáis aprendiendo, pensando, disfrutando y, también, siendo bondadosos. Estoy convencido de que estas felicitaciones, si son sinceras, crean una atmósfera transparente y cálida de confianza mutua y de calor humano que facilita la armonía familiar, el trabajo profesional y la convivencia social.
Es posible que, si creamos entre todos este clima de benévola y de cordial amabilidad –esa benevolencia de la que hablan los retóricos-, será más fácil encontrar las expresiones adecuadas y los gestos elocuentes para honrar y para mostrar nuestra gratitud a los familiares, amigos, compañeros y colaboradores que, durante este año, nos han soportado y ayudado.
Por todas esta razones, este año me permito reiterarles varias peticiones: que agucen sus mirada con el fin de descubrir algo nuevo y bello en los seres que les rodean; que luchen para no caer en el desencanto ni en la rutina -la gran arrasadora de la vida-, que presten atención para ver las cosas como recién estrenadas. Si pretendemos aprovechar el jugo de la vida, hemos de aprender a apreciarnos a nosotros mismos y a valorar la realidad que nos rodea; sin admiración, la vida es anodina y puede llegar a perder su sentido, por eso es necesario que cultivemos nuestro espíritu para penetrar en el fondo de las cosas y para descubrir sus mensajes. Les ruego que, a pesar de los contratiempos, pongan caras más alegres y que esbocen unas sonrisas más permanentes.
Les pido, al menos, una palabra amable, un abrazo cordial y un beso cariñoso. A todos vosotros -queridos amigos- a los que siempre recuerdo y a los que, sabiéndolo o sin saberlo, hacen grata y fecunda mi vida, les deseo felicidad y felicidades. Ustedes son mis mejores regalos.