Frente a los que, ingenuamente, afirman que el bienestar depende exclusivamente de la relación con una persona, de la posesión de un objeto o de de la realización de una determinada experiencia, hemos de reconocer que los contenidos de esta palabra -“bienestar”- son bastante más amplios y más complejos. De manera esquemática podemos afirmar que el bienestar humano es el resultado de la combinación equilibrada de componentes materiales e inmateriales: es la consecuencia de un estado orgánico, como la salud, el goce sensorial y el placer sexual, y, en especial, el efecto de estados anímicos como la alegría, la ilusión, la esperanza, el recuerdo, la gratitud, la serenidad, la libertad, la paciencia, la comunicación y, sobre todo, el amor.
Es ese conjunto de pensamientos, de sensaciones, de emociones, de recuerdos y de deseos, que nos producen nuestras relaciones con determinadas personas, y la posesión y el uso de algunos objetos útiles o la ejecución de obras buenas y bellas. Es cierto que el bienestar depende, en cierta medida, de que las circunstancias que nos rodean sean favorables, pero nuestras experiencias nos muestran cómo los factores más importantes son nuestras propias disposiciones personales. En mi opinión, deberíamos rentabilizar más esos hechos aparentemente insignificantes como, por ejemplo, el recuerdo o el encuentro con la persona amada, la evocación de una caricia, la mirada de los hijos, un proyecto ilusionante, el calor de la mano de un anciano, el aire proveniente del mar o de la montaña o, simplemente, el olor del pan recién hecho. (Sugiero que cada uno piense y escriba a continuación sus ejemplos).
¿No es verdad que, a pesar de los inevitables problemas, de los achaques de la edad, de las enfermedades propias o de los familiares, de las dificultades de los trabajos, de las restricciones económicas, de las incomprensiones de compañeros y de los conflictos sociales, conocemos a muchos seres que mantienen un notable y, a veces, elevado estado de bienestar? Fijaos, por ejemplo, en las miradas luminosas, en los rostros amables, en las palabras afectuosas que, de manera permanente e, incluso, en situaciones dolorosas, advertimos en algunas personas con las que convivimos o con las que nos entrecruzamos.
Es ese conjunto de pensamientos, de sensaciones, de emociones, de recuerdos y de deseos, que nos producen nuestras relaciones con determinadas personas, y la posesión y el uso de algunos objetos útiles o la ejecución de obras buenas y bellas. Es cierto que el bienestar depende, en cierta medida, de que las circunstancias que nos rodean sean favorables, pero nuestras experiencias nos muestran cómo los factores más importantes son nuestras propias disposiciones personales. En mi opinión, deberíamos rentabilizar más esos hechos aparentemente insignificantes como, por ejemplo, el recuerdo o el encuentro con la persona amada, la evocación de una caricia, la mirada de los hijos, un proyecto ilusionante, el calor de la mano de un anciano, el aire proveniente del mar o de la montaña o, simplemente, el olor del pan recién hecho. (Sugiero que cada uno piense y escriba a continuación sus ejemplos).
¿No es verdad que, a pesar de los inevitables problemas, de los achaques de la edad, de las enfermedades propias o de los familiares, de las dificultades de los trabajos, de las restricciones económicas, de las incomprensiones de compañeros y de los conflictos sociales, conocemos a muchos seres que mantienen un notable y, a veces, elevado estado de bienestar? Fijaos, por ejemplo, en las miradas luminosas, en los rostros amables, en las palabras afectuosas que, de manera permanente e, incluso, en situaciones dolorosas, advertimos en algunas personas con las que convivimos o con las que nos entrecruzamos.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
ANTERIOR ARTÍCULO
3.- «¿QUÉ QUIERES SER DE MAYOR?»
(Claves del bienestar humano)