«Solo la fraternidad nos permitirá crecer en humanidad.
Ese servicio nos reclama ser defensores constantes de la justicia debida a los empobrecidos y testigos de la fuerza humanizadora de la misericordia para la vida personal y social».
Ese servicio nos reclama ser defensores constantes de la justicia debida a los empobrecidos y testigos de la fuerza humanizadora de la misericordia para la vida personal y social».
«CRISTO OBRERO»
EDITORIAL DE NOTICIAS OBRERAS DE JULIO 2016:
Hace poco más de un año de la publicación
de la Instrucción Pastoral de la
Conferencia Episcopal Española, Iglesia, servidora de los pobres,
que nos propone a las comunidades cristianas un programa de vida y acción al
servicio de la sociedad y, en particular, de los pobres.
¿Estamos atendiendo esa propuesta?
¿Qué nos pide la actual situación de
nuestra sociedad?
Como ya dijimos con motivo de la publicación de la Instrucción[1], consideramos que
nos pide una profunda conversión para ser mejores testigos de la misericordia
de Dios en nuestra sociedad, poniendo en el centro de nuestra existencia (toda
la Iglesia, cada comunidad cristiana y cada cristiano) la vida y la situación
de los empobrecidos, que es la manera concreta de que el centro sea realmente
Jesucristo.
Esto mismo es lo que necesita nuestra sociedad: solo
la fraternidad nos permitirá crecer en humanidad.
Ese servicio nos reclama ser defensores constantes de la
justicia debida a los empobrecidos y testigos de la fuerza humanizadora de la
misericordia para la vida personal y social.
Para ello necesitamos poner más nuestra vida junto a la de los
pobres y caminar juntos.
Y desde ahí, colaborar al cambio de mentalidad hacia la
fraternidad que necesita nuestra sociedad, a transformar las estructuras e
instituciones sociales injustas, a promover y apoyar iniciativas sociales que
nos ayuden a vivir de otra manera, más justa, fraterna y solidaria.
Iglesia, servidora de los pobres contiene dos afirmaciones que nos parecen
especialmente importantes en este sentido.
El llamamiento que se hace en el número 20 a plantearnos
otros objetivos sociales, otro modelo social que nos libere del círculo
infernal de un pervertido crecimiento económico, que descarta personas porque
ha descartado lo humano, sustituyéndolo por un proyecto común de lucha contra
la pobreza, de justicia y de solidaridad.
Y el que se hace en el número 32 a empeñarnos socialmente en la
defensa y promoción del trabajo digno (y no de cualquier tipo de empleo) como
camino imprescindible para luchar contra la pobreza y la exclusión, y para
posibilitar el crecimiento humano de las personas y de la sociedad.
Prestar este servicio en el mundo obrero y del trabajo nos pide
a la Iglesia vivir con mucha más profundidad y radicalidad lo expresado en las Jornadas de Pastoral Obrera con motivo
de los 20 años del documento La Pastoral Obrera de toda la Iglesia: «Ser
Iglesia en el mundo obrero […]
No se trata tanto de llevar a Cristo ahí, como de encontrar
a Cristo ahí […]
Ver en el rostro y en las manos del obrero a Cristo.
Es el Cristo Obrero quien está perdiendo sus derechos, el que
está siendo machacado […]
Es el rostro de Cristo.
Cuando identificas a tu Salvador, a tu Redentor ahí, te
involucra mucho más (Guillermo Rovirosa).
Poner la realidad del mundo obrero en la vida de la Iglesia.
Cuando el obrero pierde derechos es como si también la Iglesia
estuviera perdiendo.
Una Iglesia que sufre con la gente su dolor.
Esa gente es hija del amor de Dios»…
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[2] 2
Gasda, Élio Estanislau. Teología del trabajo, en Dignidad y esperanza en el
mundo del trabajo. EDICE. Madrid. 2016, pp. 125-126.
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