En la solemnidad de Pentecostés celebramos el día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar para tomar conciencia de que en la Iglesia, nacida bajo el impulso del Espíritu Santo, el laicado juega un papel fundamental para esta nueva etapa de la evangelización, a la que hemos sido convocados reiteradamente por los últimos pontífices.
El Concilio Vaticano II, en la carta magna del laicado, el Decreto Apostolicam actuositatem, situaba como una urgencia de nuestros tiempos la participación de los fieles laicos en la misión de la Iglesia: «Nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio… Y este apostolado se hace más urgente porque ha crecido muchísimo, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida humana, y a veces con cierta separación del orden ético y religioso y con gran peligro de la vida cristiana. Además, en muchas regiones, en que los sacerdotes son muy escasos, o, como sucede con frecuencia, se ven privados de libertad en su ministerio, sin la ayuda de los laicos, la Iglesia a duras penas podría estar presente y trabajar» (AA, n. 1).
En la Evangelii nuntiandi 14, el beato Pablo VI nos recordaba que la Iglesia existe para evangelizar y de un modo especial destacaba el lugar que deben ocupar los seglares en esta misión, afirmando que «su vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales» (EN, n. 70).
A los veinte años del Concilio Vaticano II, en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, san Juan Pablo II expresará con rotundidad que lo propio y peculiar de los laicos es su dimensión secular: «Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la participación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función, que, según el Concilio, “es propia y peculiar” de ellos. Tal modalidad se designa con la expresión “índole secular” [LG, n. 31]» (ChL , n. 15).
En la actualidad, el papa Francisco ha definido este modo de estar la Iglesia en el mundo como una Iglesia en salida, que sale de su propia comodidad y se atreve a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio (cf. Evangelii gaudium, n. 20). En esa Iglesia, que está encarnada en lo profundo del mundo y de la sociedad, evitando la tentación de la autorreferencialidad y sin miedo a las equivocaciones, ocupan un lugar privilegiado los laicos. El papa Francisco está invitando constantemente a que en una Iglesia en salida, tengamos un laicado en salida. Unos laicos bien formados, maduros, animados por una fe sincera y límpida, cuya existencia haya sido tocada por el encuentro personal con Cristo Jesús. Son importantes en este sentido las palabras pronunciadas por el papa Francisco con motivo de la Asamblea del Pontificio Consejo para los Laicos (17.VI.2016): «Necesitamos laicos que se arriesguen, que se ensucien las manos, que no tengan miedo de equivocarse, que salgan adelante. Necesitamos laicos con visión de futuro, no cerrados en las pequeñeces de la vida. Y se lo he dicho a los jóvenes: necesitamos laicos con el sabor de la experiencia de la vida, que se atrevan a soñar. Hoy es el tiempo en que los jóvenes necesitan los sueños de los ancianos».
Ahora bien, los laicos están llamados a ser Iglesia en el mundo porque su apostolado tiene su origen en el bautismo. Por el sacramento del bautismo, cada fiel laico se convierte en discípulo misionero de Cristo, en sal de la tierra y luz del mundo (cf. EG, n. 120).
Ser discípulos misioneros de Cristo significa poner al Señor en el centro de tu propia existencia. El discípulo de Cristo se nutre de la oración, la escucha de la Palabra y los sacramentos, especialmente de la eucaristía.
Ser discípulos misioneros de Cristo se vive en el amor y la fidelidad a la Iglesia, fundada por el mismo Cristo para nuestra salvación. Ser discípulos misioneros de Cristo consiste en estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos, especialmente de los pobres y los excluidos y convertirnos para ellos en oasis de misericordia, luchando por un mundo más justo y solidario.
Ser discípulos misioneros de Cristo significa encarnar la vocación al Amor a la que estamos llamados, especialmente en lo cotidiano (familia, trabajo, ocio, etc.), sabiendo acoger y aprender de todos.
Ser discípulos misioneros de Cristo pide el compromiso en el cuidado y respeto de la creación.
El discípulo misionero de Cristo es, en definitiva, aquel que no se deja robar la alegría y la esperanza, porque ha puesto su confianza plena en el Señor, que es «fuente y origen de toda alegría» (cf. EG, n. 1).
Esta llamada a ser discípulos misioneros de Cristo, Iglesia en el mundo es para cada uno personalmente y también como miembros de Acción Católica, de las Delegaciones de Apostolado Seglar, de las Asociaciones y Movimientos de fieles laicos.
Damos gracias al Espíritu Santo por la variedad de carismas laicales con que ha enriquecido a su Iglesia y pedimos que todos sirvan para el bien común, para la edificación de la propia Iglesia.
En este año, en el que el papa Francisco ha convocado un Sínodo sobre los Jóvenes, no podemos olvidar que nuestra Iglesia está llamada a escuchar a los jóvenes y dejar que asuman el protagonismo en la tarea de la evangelización, en comunión con los adultos, con las familias.
Por este motivo, prestamos un especial interés en esta Jornada de Acción Católica y del Apostolado Seglar a los jóvenes, con el deseo de que «reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia. A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy»1.
Que la Virgen María, que estuvo presente en oración junto a los Apóstoles en el día de Pentecostés, interceda por nuestro laicado para que promueva en nuestra Iglesia española un nuevo, y tan necesario, Pentecostés.
1 Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria sobre los Jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (13.I.2017)
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Presidente
✠ Mons. Javier Salinas Viñals, obispo auxiliar de Valencia.
Vicepresidente y presidente de la subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida
✠ Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, obispo de Bilbao
Consiliario de pastoral de Juventud, Acción Católica y Manos Unidas
✠ Mons. Carlos Manuel Escribano Subías, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño.
Pastoral de Juventud
✠ Mons. Antonio Gómez Cantero, obispo de Teruel y Albarracín.
✠ Mons. Arturo Ros Murgadas, obispo auxiliar de Valencia.
Pastoral Obrera
✠ Mons. Antonio Ángel Algora Hernando, obispo emérito de Ciudad Real.
Consiliario de Cursillos de Cristiandad
✠ Mons. Josep Àngel Sáiz Meneses, obispo de Tarrasa.
Foro de Laicos
✠ Mons. Arturo Ros Murgadas, obispo auxiliar de Valencia.
Familia y Vida
✠ Mons. Juan Antonio Reig Plá, obispo de Alcalá de Henares.
✠ Mons. José Mazuelos Pérez, obispo de Jerez de la Frontera.
✠ Mons. Juan Antonio Aznárez Cobo, obispo auxiliar de Pamplona.
✠ Mons. Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos.
✠ Mons. Sergi Gordo Rodríguez, obispo auxiliar de Barcelona.
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Para que los fieles laicos cumplan su misión específica poniendo su creatividad al servicio de los desafíos del mundo actual.
Los laicos están en primera línea de la vida de la Iglesia.
Necesitamos su testimonio sobre la verdad del Evangelio y su ejemplo al expresar su fe con la práctica de la solidaridad.
Demos gracias por los laicos que arriesgan, que no tienen miedo y que ofrecen razones de esperanza a los más pobres, a los excluidos, los marginados.
Pidamos juntos este mes para que los fieles laicos cumplan su misión específica, la misión que han recibido en el bautismo, poniendo su creatividad al servicio de los desafíos del mundo actual.
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