El ayuno y el hambre.
¿Tiene sentido que, de vez en cuando, ayunemos? Tengamos en cuenta, en primer lugar, que los nutricionistas nos dicen que el ayuno voluntario y controlado nos puede servir para desintoxicar el organismo, para perder peso e, incluso, para mejorar el funcionamiento de la mente y para que, controlando nuestros gustos y nuestros disgustos, evitemos el insomnio.
Estoy convencido de que el ayuno vivido como experiencia de privación, nos puede ayudar a comprender a los que cerca o lejos de nosotros carecen de los medios necesarios para la subsistencia. Sentir un poco de hambre, de vez en cuando, nos ayudaría a experimentar la inquietud de quienes carecen de medios para, simplemente, sobrevivir: para comprender el sufrimiento de quienes tienen hambre, para recordar que, en la actualidad esta lacra la sufren 800 millones de personas en todo el mundo, la gran mayoría niños, y para ser conscientes de que esa desigualdad es una amenaza grave porque hipoteca el futuro de naciones y de continentes enteros. El ayuno podría servirnos para que no olvidemos que el hambre mata más que la pandemia, y que la pandemia agravará las condiciones de vida de buena parte del mundo.
En mi opinión, el ayuno carece de su sentido más importante si no está movido y si no tiene como fin estimular la solidaridad con los hambrientos, con los pobres y con los necesitados de nuestro entorno, de nuestra ciudad, de nuestro de nuestro país o del mundo entero. El ayuno podría incluso convertirse en una frívola diversión si no nos estimula para que compartamos nuestros bienes con los que padecen una cruel e injusta hambruna. Ya sabemos que el hambre no es contagiosa, pero no olvidemos que mata, y mata mucho más que la COVID-19, que el sida y que otras enfermedades.
Estoy convencido de que el ayuno vivido como experiencia de privación, nos puede ayudar a comprender a los que cerca o lejos de nosotros carecen de los medios necesarios para la subsistencia. Sentir un poco de hambre, de vez en cuando, nos ayudaría a experimentar la inquietud de quienes carecen de medios para, simplemente, sobrevivir: para comprender el sufrimiento de quienes tienen hambre, para recordar que, en la actualidad esta lacra la sufren 800 millones de personas en todo el mundo, la gran mayoría niños, y para ser conscientes de que esa desigualdad es una amenaza grave porque hipoteca el futuro de naciones y de continentes enteros. El ayuno podría servirnos para que no olvidemos que el hambre mata más que la pandemia, y que la pandemia agravará las condiciones de vida de buena parte del mundo.
En mi opinión, el ayuno carece de su sentido más importante si no está movido y si no tiene como fin estimular la solidaridad con los hambrientos, con los pobres y con los necesitados de nuestro entorno, de nuestra ciudad, de nuestro de nuestro país o del mundo entero. El ayuno podría incluso convertirse en una frívola diversión si no nos estimula para que compartamos nuestros bienes con los que padecen una cruel e injusta hambruna. Ya sabemos que el hambre no es contagiosa, pero no olvidemos que mata, y mata mucho más que la COVID-19, que el sida y que otras enfermedades.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Nos suele enviar, también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
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