Saborear los instantes presentes.
En mi opinión, para impedir que estos desvíos nos arrastren al agobio, a la desesperanza o a la tristeza, además de exigir los derechos que nos corresponden, deberíamos aprender a saborear con detenimiento cada uno de los instantes presentes y a vivir los momentos que nos queden por vivir. Tengo la impresión de que los agnósticos “dogmáticos” y los creyentes “fanáticos” que lean detenidamente los Evangelios y se despojen de los prejuicios pesudoideológicos o pseudoteológicos, podrían llegar a la conclusión de que, frente a las teorías que sólo proponen la felicidad en la economía o en un mañana indefinido, deberíamos trabajar unidos en busca de un bienestar que empieza aquí y ahora. Por eso pienso que todos podríamos aprender a vivir el presente de una forma plena asentándolo sobre los dos pilares firmes de un pasado analizado críticamente y de un futuro seriamente cimentado.
El sentido temporal de la existencia humana exige que apoyemos nuestros diferentes momentos y nuestras distintas visiones, por un lado, en la contemplación agradecida de los episodios saludables de nuestros antepasados y de nuestra propia biografía y, por el otro lado, en la elaboración de un panorama futuro que nos oriente y nos estimule hacia nuevos horizontes más humanos. El recuerdo nos hace renacer sólo cuando nos genera unos propósitos transformadores. Si prescindimos de cualquiera de estos dos apoyos y nos quedamos sin memoria o sin proyectos, perderemos el equilibrio y el puente del presente se derrumbará irremisiblemente en un agitado mar de confusiones. No tenemos más remedio que mirar, admirar y trabajar con mucha esperanza o, al menos, con un poco de ilusión.
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