DÍA
DE LA HOAC
2025
Te
invitamos a este Acto Diocesano
que tendrá lugar (D.m.) el
próximo:
DIA:
Martes, 20
de mayo de 2025
HORA
DE COMIENZO: 5:00 de la tarde (17:00h.)
LUGAR:
En Puerto
Real (Cádiz),
Parroquia
de San Sebastián.
C/
Ancha, 56
PROGRAMA:
Saludo
de la Comisión Diocesana de la HOAC:
Continuando
con el desarrollo de la campaña «Cuidar
el trabajo, cuidar la vida»,
plantea que el trabajo humano es fuente de dignidad, relación y
comunión. Inspirado en la Doctrina
Social de la Iglesia
y especialmente en Fratelli
tutti,
del papa
Francisco,
este cuaderno invita a generar relaciones sanadoras y comprometidas,
promoviendo una espiritualidad
del cuidado.
Presentación
del Cuaderno núm. 27
de la HOAC:
«REAPRENDER
A SER COMUNIDAD»
El
cuaderno es una propuesta de reflexión sobre la necesidad de
reconstruir vínculos comunitarios frente al individualismo que
fragmenta la sociedad.
Diálogo
compartido:
Cuestionario para la reflexión personal y en
grupo.
¡¡¡LA
HOAC DIOCESANA TE INVITA
A QUE PARTICIPES!!!
«REAPRENDER
A SER COMUNIDAD»
Comisión
Permanente de la HOAC
Índice
Introducción
I.
Todo el mundo es una zona de contacto (Ver)
II.
Dando un poco de luz a esta situación (Juzgar)
III.
La vida fluye a través de las relaciones (Actuar)
Oración
al Creador
Introducción
«Cuidar
el trabajo, cuidar la vida»
es el lema de nuestra campaña y quiere poner de manifiesto que, sin
cuidado a la vida, no hay vida y como gran parte de ella nos la
pasamos trabajando, con o sin remuneración, para que sea plena,
debemos cuidar el trabajo, que recobre su sentido humano, su
capacidad de crear, de ser relación y de construir. Porque si lo
descuidamos la
vida se precariza, se deshumaniza y nos perdemos.
Los
parámetros para medir la salud social tienen que ver con todo lo que
permite vivir con dignidad, en igualdad y armonía con la propia
personalidad, entre las personas, la naturaleza y Dios. Este
equilibrio constante se sustenta, en gran medida, en la capacidad
creadora que es el trabajo, porque toda actividad humana que sale de
nuestras manos y nuestra mente debe contribuir a acrecentar la
creación.
Estas
variables, por lo tanto, no pueden considerarse de manera aislada
pues, de lo contrario, estaríamos dañando gravemente nuestra propia
humanidad. Así que cuidar el trabajo implica cuidar de todas
aquellas condiciones, internas o externas, que hagan posible
que se realice con dignidad. Una de las más importantes es el
tipo de relaciones que tenemos que fomentar para generar
colectividad.
Este
es el punto de reflexión y diálogo en el que nos queremos centrar
en este cuaderno, que nos ayude a discernir cómo podemos ir
generando relaciones sanadoras, en igualdad, que posibiliten el
desarrollo personal y comunitario; y lo queremos hacer
intercambiando experiencias, conocimientos y la realidad de las
personas que nos rodean, con las que convivimos.
Por
este motivo, este material, que ahora ofrecemos, está orientado al
trabajo en pequeños grupos con el objetivo de facilitar el compartir
desde la propia vida. Entendemos que, de esta forma, se posibilita
mejor la escucha y la acogida, pasando de lo expositivo a lo
narrativo, para que el punto central sea el clamor del mundo obrero.
«(…)
la persona humana, más crece, más madura y más se santifica a
medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en
comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así
asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha
impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso
nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que
brota del misterio de la Trinidad».
I.
VER:
Todo el mundo es una zona de
contacto
Detengámonos
en esta frase. La primera parte: «Todo el mundo» se puede referir
tanto a todas las personas como a todo el planeta, pero
independientemente del matiz que le queramos dar, está claro que el
énfasis está en todo,
la globalidad, la totalidad, sin excepciones.
Si
nos fijamos en la segunda parte «zona de contacto» también cabrían
varias interpretaciones: un lugar determinado, un espacio acotado, un
sitio concreto; y sobre contacto,
puede que nuestra mente nos desvíe y lo reduzca al listado de
números que tenemos en el móvil, o las direcciones de los correos
electrónicos. Aquí ese no es su sentido: contacto es cercanía,
proximidad, relación.
Retomando
la frase entera queremos expresar que somos seres sociales, tejemos
relaciones unos con otros, por lo que inevitablemente establecemos
contacto. Desde que nacemos nuestro destino está ligado a una
familia, a un barrio, a un país, a un continente, al mundo;
durante todo nuestro recorrido vital aumentamos esos vínculos e
interactuamos con grupos diferentes: amistad, trabajo, vecindario,
colegio, parroquia… siempre nuestra historia se desarrolla
en una comunidad, unas dadas y otras elegidas, a través de la
colaboración y la convivencia.
Pero
estas relaciones, que comienzan siendo humanas, se van
resquebrajando cuando el individualismo invade esos lazos,
fragmentando lo colectivo, inculcandonos que no necesitamos a
nadie, que somos autosuficientes e independientes, que no nos hace
falta vivir en comunidad. El sistema nos proporciona otra forma
de vida más acorde a su lógica utilitarista y mercantilista.
De
esta forma nos convencen de que estamos exentos de toda
responsabilidad en la marcha de la sociedad, en la suerte de las
personas empobrecidas, en el cuidado de la casa común, en los
desplazamientos forzados,… en los males de este mundo. Nos
parapetamos en nuestro egoísmo, desconfiando de la bondad y
dejándonos llevar por el miedo. Poco a poco, la cultura dominante
nos va desvinculando de nuestros orígenes comunitarios, nos encierra
en nuestra «verdad» y nos aísla socialmente, así nos controla.
Las
consecuencias resultan devastadoras: la desestructuración, el
vaciamiento moral, la desigualdad, el empobrecimiento a todos los
niveles… nos rompemos por dentro sin apenas percibirlo. Asumimos
con naturalidad este estado de cosas, aceptamos la máxima del
«sálvese quien pueda», dejando a su suerte a quienes no pueden
cambiar el rumbo; vamos perdiendo los valores que configuran nuestra
humanidad y nuestra capacidad de cuidarnos.
El
individualismo, llevado a un exponencial más alto, se convierte en
corporativismo y clasismo, que se justifican así mismo como
necesarios para poder defender los derechos y/o privilegios de un
grupo, o como necesarios para diferenciar unos grupos de otros…
porque ¿quién puede negar la necesidad de defender a personas de
una familia, una empresa, un barrio?… no hay nada de malo en
reclamar lo «mío». Pero este egocentrismo acorta el horizonte
de la fraternidad universal y la amistad social; reduce la
palabra comunidad a la mínima expresión, se maquilla como
necesaria la defensa de los derechos individuales olvidándose del
bien común y la justa distribución de los bienes.
Esto
aplicado al ámbito laboral provoca unas relaciones más frágiles e
interesadas; un debilitamiento de las organizaciones sindicales;
olvido de nuestra historia común, la del movimiento obrero; nos
nubla la convicción de que el trabajo crea, expresa nuestro ser y
amor, que nos socializa; nos roban la esperanza en el proyecto
colectivo, distorsionando la narrativa compartida. Nos han hecho
creer que es mejor la conexión que la vinculación, lo rápido,
efímero y flexible que la continuidad y la permanencia.
El
trabajo nos construye como persona, como pueblo y como creación;
desarrolla nuestro ser
mediante un hacer;
nos involucra en la comunidad y se hace, inevitablemente comunidad,
pues lo realizamos con otras personas y para otras personas;
repercute en nuestro pequeño mundo y en el conjunto de la sociedad;
nos sostiene materialmente pero también nos alimenta cultural y
espiritualmente, porque no es solo fuerza, pura mecánica imitable
por cualquier aparato o inteligencia artificial (IA), lo que sale
de nuestro cuerpo, es parte nuestra, nos damos con cada actividad que
llevamos a cabo.
«El
gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque
promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de
hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus
capacidades, su iniciativa, sus fuerzas» (Fratelli tutti,
162)
Esta
dimensión fundamental de nuestra existencia no nos encierra en
nuestra individualidad, sino que se expande en el universo como
fuerza que transforma siempre y cuando nazca del Amor, de nuestra
preocupación y ocupación por las demás criaturas, las cercanas y
las lejanas. Si a nuestra motivación y esfuerzo les guía el
deseo profundo de cuidar la vida, iremos generando espacios sanadores
que tejan vínculos para que repercutan positivamente en la
convivencia social, en general y en nuestros ambientes, en
particular.
Las
relaciones sociales, especialmente las laborales, son bien común,
pues contribuyen a mejorar la vida de las personas y el respeto a su
dignidad. Necesitamos cuidarlas, regenerarlas para que ayuden a
elaborar un relato que nos pertenezca, que hayamos construido
colectivamente, con la aportación singular e irrepetible de cada
persona.
No
podemos dejarnos convencer que la lucha por la justicia, por
condiciones laborales dignas, la capacidad de organizar a los
trabajadores y trabajadoras más allá de su sección, empresa,
siglas, país… la necesidad de cambiar el sistema porque es
profundamente inhumano, es del todo inútil.
Debemos
combatir el aislamiento al que nos somete el sistema, que nos
prefiere sin lazos ni compromisos para así seguir manipulándonos,
amoldándonos a su interés y semejanza, haciéndonos creer que somos
libres porque nos adaptamos a su modelo de persona-islote.
Para
la reflexión personal y el diálogo grupal
A
nuestro relato le falta poner vida, experiencias concretas que lo
reafirmen o lo contradigan.
Comparte
tu experiencia:
1.
¿Qué tipo de relaciones creas: liberadoras o corporativistas?
2.
¿Cuál crees tú que es la causa principal que provoca la falta
de
unidad en la clase trabajadora?
II.
JUZGAR: Dando un poco de luz a esta situación.
A
pesar de las sombras que envuelven la realidad, siempre hay una luz
que se cuela para alumbrar ese rincón algo oscuro. Nuestro faro, en
este caso, es la Doctrina Social de la Iglesia, más concretamente,
la encíclica Fratelli tutti (FT) del papa Francisco.
Pretendemos
que estos cuatro textos ayuden a contemplar la realidad como Jesús
lo haría. Te invitamos a que los leas con detenimiento y te dejes
interpelar
«Es
un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental
de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del
bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra
vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto
humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que “la
existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás:
la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro”»
(FT,66).
«(…)
nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a
quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia
humana, porque «la vida subsiste donde hay vínculo, comunión,
fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se
construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el
contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a
nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la
muerte» (FT,87).
«Pero
no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni
siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderse sin
un tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual sino también
el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida. Mi
relación con una persona que aprecio no puede ignorar que esa
persona no vive sólo por su relación conmigo, ni yo vivo sólo por
mi referencia a ella. Nuestra relación, si es sana y verdadera, nos
abre a los otros que nos amplían y enriquecen. El más noble
sentido social hoy fácilmente queda anulado detrás de intimismos
egoístas con apariencia de relaciones intensas. En cambio, el
amor que es auténtico, que ayuda a crecer, y las formas más nobles
de la amistad, residen en corazones que se dejan completar. La
pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para
volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos.
Los grupos cerrados y las parejas autorreferenciales, que se
constituyen en un “nosotros” contra todo el mundo, suelen ser
formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación» (FT,89).
«En
una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una
dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un
modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento
personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí
mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el
perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”
(FT,162).
Para
la reflexión personal y el diálogo grupal
Después
de haber leído los textos:
1.
¿Qué destacas de cada uno de ellos?
2.
¿Qué interpelaciones recibes en tu forma de relacionarte con las
demás personas, especialmente en el trabajo?
3.
¿Qué actitudes tienes que cambiar?
III.
ACTUAR: La vida fluye a través de las relaciones
«(…)
fue capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo
lo consideró digno de dedicarle su tiempo».
Tejer
relaciones requiere de tiempo, para estar, acompañar. Establecer
vínculos demanda observar, poner atención a la vida de la otra
persona, a sus heridas, virtudes… acercarnos, interesarnos de
corazón, ser auténticas, encontrarnos. Porque una verdadera
sociedad «humana» necesita del aporte de cada persona en su
edificación sin excluir a nadie, requiere educar en la
participación, en tomar conciencia de nuestra responsabilidad y
asumirla plenamente.
Para
la esperanza sólo hace falta un tú que sumado a otros
tus se convierte en un nosotros, nosotras y entonces comienza
la «revolución de la ternura»,
el amor que se hace cercano y concreto, «el futuro está,
sobre todo, en manos de las personas que reconocen al otro como un
“tú” y a ellos mismos como parte de un “nosotros”».
Esto aplicado a todos los ámbitos de nuestra vida social
supondría crecer en unidad de acción de lucha, con un propósito
más internacionalista, universal.
Si
queremos construir lo común, debemos empeñarnos en promover no sólo
una sociedad cohesionada e inclusiva, sino que cuida.
Somos seres vulnerables, siempre necesitados de cuidados, y de
cuidar, y más allá de lo estrictamente sanitario, porque para
no enfermar de ninguna dolencia física o social resulta
imprescindible atender a lo que nos rodea, a lo que incide en
nuestro crecimiento y convivencia.
«Sentir
que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad
por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y
honestos» (Laudato si’, 229).
Necesitamos
vínculos comunitarios porque el individualismo no cuida, por
tanto, debemos esforzarnos por ir cambiando la mentalidad y
pensar en «términos de comunidad»
como clase obrera que camina junta con quienes sufren la
precariedad, el empobrecimiento o la exclusión; que busca
sinergias, colabora y actúa con otras personas y organizaciones
estableciendo alianzas que verdaderamente prioricen lo colectivo;
que cuida el trabajo porque por medio de él podemos ir restituyendo
la plena dignidad humana, construir comunión, relaciones fraternas y
asegurar un futuro más sostenible.
Tenemos
que arriesgarnos y asumir riesgos, pues recuperar prácticas
comunitarias, regenerar algunas y a la vez imaginar creativamente
otras, supone sostenerlas, impulsarlas, elaborar nuestros propios
relatos transformadores escritos desde la experiencia, con
la esperanza renovada, que recogen nuestro sueño común.
Compartir la vida, lo que soy, lo que tengo, lo que sé, nos une, va
trenzando el proyecto colectivo de esa persona y sociedad que
queremos ser.
Reaprender
a ser comunidad significa sentirnos pueblo donde lo local no es
reduccionista, sino concreción de lo global; tomar mayor
conciencia de que somos ecodependientes e interdependientes;
establecer relaciones sanas y que sanen, no podemos respirar
permanentemente un aire viciado por el resentimiento, los recelos y
la indiferencia; tenemos que recuperar los vínculos, colaborar,
solidarizarnos, para ir neutralizando nuestras tendencias
egoístas, a descentrarnos, a vivir con mayor autenticidad, a
empujar la conversión social y política de un sistema que ya no se
aguanta, que deja desolación y muerte a su paso. Optar por la
esperanza a pesar del futuro incierto y «recuperar la pasión
compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la
cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes».
«Necesitamos
fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana.
No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan
aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización
de la indiferencia» (Laudato sí’, 52).
Conseguir
que cuidar sea cultura, que revolucione, que se abra camino entre
tanta inequidad y ojos cerrados a nuestra esencia, solo se
realizará si cultivamos esta espiritualidad del cuidado porque sólo
así podremos ir recuperando el sabor de la fraternidad «como
espíritus libres y dispuestos a encuentros reales»,
cuidar humanamente, desde lo local con miras a lo universal y
«desatar procesos con la esperanza puesta en las fuerzas secretas
del bien que se siembra, sabiendo que los frutos los recogerán
otros».
«Frente
a la liquidez del mundo, apostemos por la política de la
relación, la política sostenida en la creación y el cuidado de
vínculos de libertad, porque allá donde estos se dan hay
sentido compartido y se puede construir común».
Para
la reflexión personal y el diálogo grupal
1.
Ahora, de esta parte que acabas de leer, ¿con qué te quedas?
2.
Mira a tu alrededor y decide qué tipo de acción vas a emprender
para que tus relaciones sean sanadoras.
3.
¿Qué puedes plantearte junto a otras personas, grupos u
organizaciones para crecer en fraternidad en tu barrio, parroquia,
trabajo…?
Oración
al Creador
Señor
y Padre de la humanidad, que creaste a todos los seres humanos
con la misma dignidad, infunde en nuestros corazones un espíritu
fraternal.
Inspíranos
un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos
a crear sociedades más sanas y un mundo más digno, sin hambre,
sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que
nuestro corazón se abra a todos los pueblos y naciones de la
tierra, para reconocer el bien y la belleza que sembraste en cada
uno, para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes, de
esperanzas compartidas. Amén.
Papa
Francisco, Fratelli tutti,
Reaprender a ser comunidad