Misión, trabajo y pastoral obrera
En el aniversario de Laborem exercens y Laudato Si'
Agustín Ortega, doctor en Humanidades y Teología y colaborador de Exaudi, ofrece este artículo titulado “Misión trabajo y pastoral obrera” en la conmemoración de Laborem exercens, sobre el trabajo humano, de san Juan Pablo II; y Fratelli tutti del Papa Francisco.
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En este artículo, vamos a exponer la trascendencia de la realidad del trabajo para la vida y la fe, en conmemoración de los aniversarios de esas tan significativas encíclicas: Laborem exercens (LE), sobre el trabajo humano, de San Juan Pablo II; y Fratelli tutti (FT) del Papa Francisco. San Juan Pablo II enseña que “uno de los contenidos más importantes de la Nueva Evangelización está constituido por el anuncio del «Evangelio del Trabajo», que he presentado en mi encíclica LE. Y que, en las condiciones actuales, se ha vuelto especialmente necesario. Ello supone una intensa y dinámica pastoral de los trabajadores, tan necesaria hoy, como en el pasado, respecto del cual, bajo algunos aspectos, se ha vuelto todavía más difícil. La Iglesia tiene que buscar siempre nuevas formas y nuevos métodos, sin ceder al desaliento». (Alocución de Juan Pablo II, 15-01- 1993).
Recalcamos así la importancia de la pastoral obrera, que es una dimensión constitutiva de la misión evangelizadora de la iglesia, siguiendo a Jesús obrero, pobre y crucificado-resucitado que nos regala su salvación liberadora e integral. Esta misión de la Iglesia en el mundo obrero, para llevar la buena nueva del Reino de Dios y su justicia a la realidad del trabajo, no es algo de estrictos especialistas ni para unos pocos que se sienten llamados a ello. Es una realidad inherente a la fe y a la vida de la iglesia.
Tal como subrayan los obispos españoles, “la evangelización del mundo obrero, objetivo central de la pastoral obrera, es preocupación, responsabilidad y tarea de toda la Iglesia (EN 14; CLIM 19). Es ella, en cuanto cuerpo visible de la presencia de Cristo entre nosotros, quien recibe de Él la misión de ‘ir por el mundo entero predicando la Buena Noticia a toda la humanidad’ (Mc. 15, 15-20). Fiel a la voluntad de su Señor, toda la Iglesia ha de sentirse y ha de mostrarse corresponsablemente unida, también en el testimonio cristiano, en el servicio evangélico a los trabajadores y también a la voluntad transformadora de eses condiciones sociales que tan directamente afectan al mundo obrero Por ello, es fundamental que en la comunidad creyente exista y se consolide una conciencia común, sinceramente compartida por todos los miembros del Pueblo de Dios, acerca de la necesidad, importancia y dimensiones fundamentales de una Pastoral Obrera verdaderamente eclesial” (La pastoral obrera de toda la iglesia II, introducción).
En esta línea, el trabajo, la vida y dignidad de la persona trabajadora con sus derechos para impulsar la justicia social (global) con los pobres de la tierra, forma parte intrínseca de la ecología integral, como nos muestra Francisco en Laudato si’ (LS 124-129). Y es que, sigue enseñando el Papa, “el gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que ‘ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo’. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque ‘no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo’. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo” (FT 162).
Se promueve así un auténtico humanismo, como es el personalismo comunitario, donde las personas en comunión son el centro y las protagonistas de toda la realidad social e histórica, de una cultura solidaria desde los obreros y pobres. En la línea de Santo Tomás de Aquino, es el argumento “personalista” . El principio de la prioridad del trabajo respecto al capital, como postulado que pertenece al orden de la moral social. Y, por medio de esta socialización de los medios de producción, se hace posible que el ser humano pueda conservar la conciencia de trabajar en “algo propio” (LE 14-15).
Efectivamente, el trabajo digno, con sus derechos como es un salario justo, tiene que estar sobre el capital y el beneficio que, para ser legítimos, no pueden ser fruto de la especulación y usura, del fenerismo; sino obra de la actividad trabajadora y social al servicio del bien común, del trabajo decente y desarrollo humano e integral. De esta forma, para esta distribución con equidad de los recursos, es clave en la moral social la justa remuneración del trabajo. El modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones trabajador-empresario es el constituido, precisamente, por esta remuneración del trabajo. El salario justo es la verificación concreta y clave de la justicia de todo el sistema socio-económico, de su justo funcionamiento (LE 19).
Se trata de promover una política orientada al bien común, con una economía al servicio de las necesidades de los seres humanos. Guida por el destino universal de los bienes, la equidad en el distribuir común de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad y los medios de producción, para que sirvan al trabajo humano (LE 14). Francisco reafirma esta enseñanza de “San Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». En esta línea recuerdo que «la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada». El principio del uso común de los bienes creados para todos es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social», es un derecho natural, originario y prioritario” (FT 120).
Y es que lo justo es poseer solamente lo estrictamente necesario para vivir, uniendo así inseparablemente la propiedad y el uso de los bienes, en la línea de Tomas de Aquino. Ya que todo lo que nos sobra, lo que no usamos estrictamente para nuestras necesidades vitales, pertenece a los otros, a los pobres y excluidos. Como nos enseñan asimismo los Santos Padres de la Iglesia. Estos “sabios desarrollaron un sentido universal en su reflexión sobre el destino común de los bienes creados. Esto llevaba a pensar que si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando. Lo resume san Juan Crisóstomo al decir que «no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos»; o también en palabras de san Gregorio Magno: ‘Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo’” (FT 119).
De ahí la denuncia de la raíz del mal de los totalitarismos con sus materialismos economicistas, como son el capitalismo o el comunismo, con su fenerismos. Esto es, esa usura del alquiler de todo, de préstamos e intereses que son injustos, inhumanos y dominadores, impidiendo la comunión, el destino universal de los bienes y rechazando la justicia social en el reparto con equidad de los recursos. El acceso al dinero y a los bienes se da principalmente por el trabajo y su salario justo universal, para todos los trabajadores, de cualquier actividad o sector (LE 13). Las rentas u otras prestaciones sociales, sin dejar de considerarlas un derecho con la finalidad de mantener una vida digna, son sobre todo para todos aquellos que, por algunas circunstancias, no pueden trabajar y/o hacerlo condiciones dignas.
En esta línea, las empresas son comunidades humanas, han de favorecer la comunión de las personas trabajadoras que son verdaderos sujetos, poseedores y artífices de la marcha y destino empresarial (LE 13). Una verdadera ética de la empresa, con su responsabilidad social corporativa, tiene esta orientación cooperativa. El cooperativismo que promueve la honradez del cooperativista, el protagonismo de los trabajadores en esta vida y posesión de empresa para esta comunión de vida, bienes y de acción por la justicia social. Y que, de esta manera, se realice una verdadera democracia económica Todo ello lleva a dar esa importancia a esos movimientos de solidaridad, como es el obrero y el asociacionismo (LE 8), con la organización de los trabajadores, sindicatos, casas y centros de cultura obrera, ateneos populares, publicaciones, editoriales, periódicos, revistas, libros, etc.
De hecho, esta pastoral obrera es clave inspiradora para el desarrollo de la vida e historia de la iglesia contemporánea y del pensamiento inspirado en la fe, tanto a nivel filosófico como teológico, para el Concilio Vaticano II, la DSI y las conferencias episcopales e iglesias latinoamericanas con Medellín o Puebla. Aquí relucen las organizaciones apostólicas obreras con sus testimonios de fe y santidad. La Juventud Obrera Cristiana (JOC) con Joseph Cardijn y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) en España con Eugenio Merino, Guillermo Rovirosa, Tomas Malagón o J. Gómez del Castillo.
Ellos nos testimonian una espiritualidad de encarnación en el mundo e historia, siguiendo desde el Espíritu al Dios encarnado en Jesús (FT 277), para promover el mandamiento nuevo del amor en la promoción de la justicia con los obreros, los oprimidos y los pobres. Es la mística de la comunión con Dios, con los otros y con todo el mundo en una conversión y amor a Jesús, a la iglesia y a los pobres. A imagen del Dios Trinidad (FT 85), una comunión de vida, de bienes y de acción solidaria por la justicia, en la opción por los pobres y los trabajadores como sujetos protagonistas de su promoción personal, social, liberadora e integral. Esa existencia entregada en pobreza, humildad y sacrificio por el Reino de Dios y su justicia, que nos dona su salvación y liberación integral frente al pecado de egoísmo e idolatrías de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia.
Se plantea así una lectura creyente de la realidad, con una revisión de vida y encuesta siguiendo el método del: ver, conocer la realidad y sociedad-mundo con sus esclavitudes e injusticias; juzgar, un juicio crítico-ético y evangélico, a la luz de la fe, sobre estas realidades e injusticias; y el actuar transformador sobre esta realidad, yendo a las causas de estos males e injusticias. Tal como se observa, nos transmiten la clave de la vocación a la santidad universal de todo bautizado, realizada en la vida del mundo e historia como lugar teologal, donde se encarna la Gracia de Dios en Cristo y su Espíritu de Amor (FT 91-93).
Un pensamiento social inspirado en la fe y militancia cristiana con una profunda renovación, con esta pionera y auténtica opción por los pobres, por los trabajadores u oprimidos. No como objetos de beneficencia paternalista, ese asistencialismo humillante, impuesto por parte de elites o líderes. Los trabajadores, los pobres y las victimas son sujetos y protagonistas de la misión, autores y gestores de la praxis social liberadora e integral. Todos estos testigos de la fe y pastoral obrera son adelantados de la DSI, de un laicado adulto, maduro, formado, responsable y militante, de una lectura creyente de lo real discerniendo los signos de los tiempos, con este método del ver-juzgar-actuar.
Para resumir, terminamos con San Juan Pablo II, un Papa obrero que, como ya apuntamos, en LE junto al resto de la DSI recoge lo que hemos expuestos hasta aquí. “Hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos Países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la ‘Iglesia de los pobres’. Y los ‘pobres’ se encuentran bajo diversas formas; aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casos come resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo —es decir por la plaga del desempleo—, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia” (LE 8).