La conversión de la industria militar
La decisión de continuar fabricando barcos de guerra para Arabia Saudí en los astilleros de la Bahía de Cádiz ha sido muy polémica, pero es justa, aunque solo sea como un mal menor. Lo contrario significaría poner seriamente en peligro miles de empleos, con todas las consecuencias injustas que esto tiene siempre, más aún en una comarca tan castigada por el desempleo, la precariedad y la pobreza.
Ahora bien, esa misma decisión será injusta si no va acompañada de la firme voluntad, con sus consecuentes decisiones, de modificar una situación en la que los trabajadores, ahora ocupados en fabricar para la industria de guerra, son rehenes. A nadie con un mínimo sentido de la dignidad humana puede gustarle dedicar sus capacidades a fabricar armas. Menos aún para una dictadura que viola sistemáticamente los derechos humanos. Pero esos trabajadores y sus familias son hoy rehenes de una situación sin salida: o se emplean en la fabricación de armas o no tienen empleo. Están así sometidos a un permanente chantaje que es una verdadera esclavitud.
Es necesario y urgente comenzar a modificar esa situación y para ello hay que convertir la industria militar en industria con fines civiles que respondan a verdaderas necesidades de desarrollo humano. De hecho, en los astilleros de la Bahía de Cádiz ya se fabrican otros productos con esa otra finalidad. Hay que comenzar por hacer posible que en todos ellos sea así, sin acomodarse en el mientras haya empleo no importa lo que se fabrique.
La conversión de la industria militar en industria con fines civiles requiere tiempo, esfuerzo y una firme voluntad; decisiones políticas, con acuerdos y pactos de Estado entre las diversas fuerzas políticas, con la participación activa de los trabajadores y sus sindicatos, así como de las demás organizaciones de la sociedad civil. Pero también pide un profundo cambio de mentalidad social que venza los muy poderosos intereses económicos y políticos que sostienen la industria militar.
Ese cambio pasa por reconocer sin ambigüedades que fabricar armas es un mal social, dedicar enormes recursos económicos, capacidades científicas y técnicas, y trabajo humano, a algo que destruye la vida en detrimento de la utilización de esos recursos sociales a fines que colaboren a responder a las necesidades humanas y a un desarrollo auténticamente humano.
Señala el papa Francisco que «la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás (…) las armas y la represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos» (EG 60).
Es, por tanto, una cuestión ética y política de primer orden. Que tiene, además, mucho que ver con el trabajo digno y con la dignidad del trabajo. Un elemento importante del trabajo digno es qué se produce con él y para qué. La dignidad del trabajo y el trabajo digno exigen dedicar las capacidades humanas a producir bienes y servicios socialmente útiles, que respondan a las verdaderas necesidades humanas.
Dedicar esas capacidades a fabricar armas es frustrar la dignidad del trabajo y someter a las personas trabajadoras a una actividad que no responde a su dignidad, porque destruye la vida en lugar de cuidarla y promoverla.
¿Estamos realmente dispuestos socialmente a avanzar por este camino de humanización o seguiremos cerrando los ojos ante el sometimiento de las personas a fines que son inhumanos?
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