DOMINGO TRIGESIMOPRIMERO
DEL TIEMPO ORDINARIO
(31 de octubre de 2021)
Introducción: Lo que es importante para poseer el Reino.
Podemos devanarnos los sesos, como hacían los letrados del tiempo de Jesús para descubrir cuáles son los preceptos más importantes de la ley. Pero no es necesario, porque ya Jesús nos da resuelto el problema. A aquel letrado, hombre de buena voluntad parece, que le presenta el problema le responde con toda claridad: El primero es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma…” y el segundo “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y remacha: “No hay mandamiento mayor que estos”. Está claro ¿no?. Ya puedes ir a misa los domingos, observar la abstinencia en cuaresma, guardar la castidad, no mentir… cosas todas muy importantes, pero ¡no son las primeras!. Todo esto hecho sin amor nada vale, el amor solo –a Dios y por Él al prójimo– es suficiente para poseer el reino preparado desde la creación del mundo (Mt 25,34). Es desdichado que nos perdamos en tantas cosas cuando nos enseñan tan claramente cuáles son la que importan.
1. Lo que encierran sólo dos mandamientos.
Claro que éstas tan importantes encierran como en una cajita mágica todas las demás, porque ¿quién adorará un ídolo si ama al Dios vivo y verdadero con todo su corazón? ¿quién matará a un hombre si lo quiere como a sí mismo? Y así podríamos ir examinando todos los preceptos de la ley. Estos dos preceptos parecen lo más sencillo del mundo, pero encierran tela. Sólo el cumplirlo nos harían hombres o mujeres distintos a lo que ahora somos; y, si fueran todos los hombres y mujeres quienes los cumplieran, haríamos una sociedad distinta: en la que no habría pobres ni marginados, en la que todos pudieran gozar de la alegría de vivir, en la que nadie careciera de la dignidad que corresponde a hombres creados por Dios para gozarse eternamente con su compañía. Esto es, haríamos realidad ese Reino de Dios que Jesús anuncia en toda su predicación. Y Dios ¡estaría tan contento con nosotros! No haría más que mandarnos gracias y favores, no habría petición alguna que no fuera escuchada. ¡Qué felicidad!. No nos atrevemos ni a imaginarla. Y todo por cumplir, no diez, sino sólo dos mandamientos.
2. Dos mandamientos que se funden en UNO.
Y digo sólo dos, pero a Jesús le parecen demasiados y al final de su vida los reduce a uno ¡uno solo!. Que reza así: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12). ¿Es que Jesús se ha cegado tanto con el amor a los hombres que se ha olvidado hasta de Dios? Nada de eso; es que sabe que amar a los demás como Él los ha amado, los ama, y los amará, no es posible sin un fuerte amor a Dios. Dejarse la vida en la cruz, que es lo que va a hacer, no puede ni entenderse sin un amor tan grande a Dios, que se refleje en quienes Él ha creado a su imagen y semejanza y por cuya salvación no ha dudado en entregar a la muerte a su Hijo único. Es que el amor al hombre en lo más íntimo de su ser no es otra cosa que amor a Dios.
Conclusión: El compromiso de comulgar.
Pero esto es muy difícil. Ya lo sabía Cristo, por eso nos hace tragarnos su entrega amorosa a los hombres que le lleva a la cruz ¡cuando comemos la hostia consagrada!. En ella va escondida la pasión y muerte del Señor, y comerla es comprometernos a entregarnos con Él al servicio de los hermanos.
Podemos devanarnos los sesos, como hacían los letrados del tiempo de Jesús para descubrir cuáles son los preceptos más importantes de la ley. Pero no es necesario, porque ya Jesús nos da resuelto el problema. A aquel letrado, hombre de buena voluntad parece, que le presenta el problema le responde con toda claridad: El primero es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma…” y el segundo “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y remacha: “No hay mandamiento mayor que estos”. Está claro ¿no?. Ya puedes ir a misa los domingos, observar la abstinencia en cuaresma, guardar la castidad, no mentir… cosas todas muy importantes, pero ¡no son las primeras!. Todo esto hecho sin amor nada vale, el amor solo –a Dios y por Él al prójimo– es suficiente para poseer el reino preparado desde la creación del mundo (Mt 25,34). Es desdichado que nos perdamos en tantas cosas cuando nos enseñan tan claramente cuáles son la que importan.
1. Lo que encierran sólo dos mandamientos.
Claro que éstas tan importantes encierran como en una cajita mágica todas las demás, porque ¿quién adorará un ídolo si ama al Dios vivo y verdadero con todo su corazón? ¿quién matará a un hombre si lo quiere como a sí mismo? Y así podríamos ir examinando todos los preceptos de la ley. Estos dos preceptos parecen lo más sencillo del mundo, pero encierran tela. Sólo el cumplirlo nos harían hombres o mujeres distintos a lo que ahora somos; y, si fueran todos los hombres y mujeres quienes los cumplieran, haríamos una sociedad distinta: en la que no habría pobres ni marginados, en la que todos pudieran gozar de la alegría de vivir, en la que nadie careciera de la dignidad que corresponde a hombres creados por Dios para gozarse eternamente con su compañía. Esto es, haríamos realidad ese Reino de Dios que Jesús anuncia en toda su predicación. Y Dios ¡estaría tan contento con nosotros! No haría más que mandarnos gracias y favores, no habría petición alguna que no fuera escuchada. ¡Qué felicidad!. No nos atrevemos ni a imaginarla. Y todo por cumplir, no diez, sino sólo dos mandamientos.
2. Dos mandamientos que se funden en UNO.
Y digo sólo dos, pero a Jesús le parecen demasiados y al final de su vida los reduce a uno ¡uno solo!. Que reza así: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12). ¿Es que Jesús se ha cegado tanto con el amor a los hombres que se ha olvidado hasta de Dios? Nada de eso; es que sabe que amar a los demás como Él los ha amado, los ama, y los amará, no es posible sin un fuerte amor a Dios. Dejarse la vida en la cruz, que es lo que va a hacer, no puede ni entenderse sin un amor tan grande a Dios, que se refleje en quienes Él ha creado a su imagen y semejanza y por cuya salvación no ha dudado en entregar a la muerte a su Hijo único. Es que el amor al hombre en lo más íntimo de su ser no es otra cosa que amor a Dios.
Conclusión: El compromiso de comulgar.
Pero esto es muy difícil. Ya lo sabía Cristo, por eso nos hace tragarnos su entrega amorosa a los hombres que le lleva a la cruz ¡cuando comemos la hostia consagrada!. En ella va escondida la pasión y muerte del Señor, y comerla es comprometernos a entregarnos con Él al servicio de los hermanos.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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