"Después de 30 años
sigo aprendiendo de mis alumnos"
José Antonio Hernández Guerrero.
Catedrático emérito de la Universidad de Cádiz
José Antonio López /Diario de Cádiz
Actualizado 02.agosto.2015 - 06:46
Catedrático emérito de la Universidad de Cádiz
José Antonio López /Diario de Cádiz
Actualizado 02.agosto.2015 - 06:46
CATEDRÁTICO emérito de la Universidad de Cádiz, amante de la palabra y de la oratoria, José Antonio Hernández Guerrero (Cádiz, 1936) repasa aquí su trayectoria vital, su radical humanismo y su percepción de la vida que él mismo resume: "Vivo el momento presente en el que concentro todo lo posible del pasado, seleccionado y purificado, todas las expectativas ilusionadas del futuro".
-¿En qué colegio estudió?
-En el colegio de La Viña, de los hermanos de La Salle. Entro en 1944, con ocho años. Cuando venía el hermano visitador, le daban una barra de regaliz a los que respondían mejor las preguntas; dos barras de regaliz a los que querían ir a Hermanos de la Escuela Cristina, y cinco barras de regaliz a los que querían ir al seminario. Cuando preguntó quién quería ir al seminario, levanté la mano y desde entonces todos se convencieron que yo iba a ir al seminario.
-La vocación viene entonces de una barra de regaliz.
-De cinco barras, que le dieron a uno que tenía, y tiene, muchísima, muchísima, muchísima vocación como es el padre José Carlos Muñoz, que levantó la mano y yo la levanté también. Desde entonces, yo mismo me fui convenciendo y me fui preparando. Es curioso porque me exigían muchísimo, hasta tal punto que el hermano José me obligaba a que dijera las lecciones en público para ir aprendiendo, con nueve o diez años, a predicar.
Yo, desde entonces, tenía la convicción profunda de mi poca preparación y de mi ignorancia en todo, que llegó a ser verdaderamente complejo de inferioridad. Desde ese mismo momento, empecé a desarrollar una cantidad de destrezas para aprender a hablar primero correctamente, después eficazmente y después bellamente, o sea, literariamente, pero a partir del complejo, que sigo manteniendo, de que yo era muy torpe, y eso me obliga a trabajar mucho.
Yo, desde entonces, tenía la convicción profunda de mi poca preparación y de mi ignorancia en todo, que llegó a ser verdaderamente complejo de inferioridad. Desde ese mismo momento, empecé a desarrollar una cantidad de destrezas para aprender a hablar primero correctamente, después eficazmente y después bellamente, o sea, literariamente, pero a partir del complejo, que sigo manteniendo, de que yo era muy torpe, y eso me obliga a trabajar mucho.
-¿Afán de superación?
-Pero convencido todavía de que esas limitaciones las tengo, que soy muy torpe, subrayo el muy, y que soy muy ignorante, eso es lo que me obliga a trabajar tantísimas horas cada día para encontrar la palabra adecuada, que corrijo una y mil veces, y después cuando la leo impresa en periódicos o en libros, siempre veo que está mal.
-¿Es perfeccionismo?
-No sé, más que perfeccionismo es complejo de inferioridad, que efectivamente soy torpe.
-¿Tiene la culpa el hermano José?
-Bueno, el hermano José me exigía mucho, me llegué a acomplejar tantísimo que me ponía malo. El hermano José insistía en que yo tenía que sacar las primeras notas. Efectivamente las sacaba, pero gracias a unos esfuerzos sobrehumanos.
-¿Cuándo entra en el seminario?
-Entro a los 12 años, en Cádiz, y allí estoy durante 12 años, pero estudiando humanidades, filosofía y teología después, igual, haciendo unos esfuerzos enormes y sacando buenas notas gracias a unos esfuerzos sobrehumanos. Me quedaba noches enteras estudiando mucho para poder sacar las notas, y sacar muy buenas notas, por un ejercicio supremo, sobre todo, de autodisciplina. En La Viña, en el colegio de los hermanos, aprendí el esfuerzo, la necesidad de trabajar, que por otro lado yo copiaba de mis padres, a quienes más debo: durante toda su vida fueron unos trabajadores, o sea que el modelo de vida que mamé en mi propia casa fue el del trabajo permanente. Mi padre trabajaba día y noche durante los siete días de la semana, y mi madre trabajaba, día y noche, hasta las cinco de la mañana o las seis, para poder alimentar a sus hijos. Mi padre era mecánico y mi madre trabajaba de costurera. Lo que viví con ellos fue ese modelo de trabajo, el trabajo diario y permanente, eso lo fui copiando.
-¿Cómo fueron sus primeros años de cura?
-Cuando salí del seminario, ordenado de cura, estuve un año en Tarifa. Con 24 años, en 1961, me destinan a Tarifa. Allí, me dediqué con el médico y el farmacéutico a hacer un instituto de segunda enseñanza, un centro dependiente del instituto de Algeciras, para dar clases de Bachillerato. Al año me destinan de párroco a San Pablo de Buceite. Llego con una ilusión tremenda y me doy cuenta de que no tiene iglesia, nunca ha tenido cura, y entonces me dedico fundamentalmente, al darme cuenta que un gran número de personas están juntas pero no casadas, con grandes problemas económicos, a arreglarle los papeles, como es natural totalmente gratis, y a, como ellos decían, echarle las bendiciones. Y poco a poco, entre todo el pueblo, a ir construyendo una iglesia que al año, justamente, fue consagrada por el obispo Tomás Gutiérrez Díaz.
A los dos años hay problemas en Jimena, ya con Añoveros de obispo, con dos parroquias enfrentadas y el pueblo dividido. Añoveros me envió para unir al pueblo, donde había muchísima pobreza. Iban a pedirme leche en polvo y me decían: "Padre, me puede usted dar un poquito de leche en polvo, con perdón de la palabra".
A los dos años hay problemas en Jimena, ya con Añoveros de obispo, con dos parroquias enfrentadas y el pueblo dividido. Añoveros me envió para unir al pueblo, donde había muchísima pobreza. Iban a pedirme leche en polvo y me decían: "Padre, me puede usted dar un poquito de leche en polvo, con perdón de la palabra".
-Y después, ¿vuelve a Cádiz?
-Estuve dos años, y entonces Añoveros, mi gran obispo, me dijo que formara a los seminaristas. Y estoy durante diez años de rector de seminario. Añoveros me pidió entonces que estudiara una carrera civil porque le interesaba hacer del seminario un centro de estudios universitarios. Y me obliga, a mí no se me había pasado por la cabeza, a estudiar Filosofía y Letras, y estoy con una pierna en el seminario y otra en la universidad, tres años en Cádiz y dos en Sevilla, que así era entonces.
-Otra vez a estudiar.
-Creo que soy, fundamentalmente, no un estudioso especialista en diferentes materias, no, no soy estudioso, soy estudiante, hasta tal punto que mi actitud fundamental, de siempre, era la del estudiante que continuamente está cogiendo apuntes y estudiando. Eso ha sido una actitud permanente que sigo manteniendo todavía. Durante los 30 años que he sido catedrático de la Universidad, ahora soy emérito y sigo dando clases, yo voy para aprender de los alumnos, sigo aprendiendo. Mi teoría fundamental del lenguaje es que la palabra vale solo, solo y solo, tres veces lo digo, cuando hay respuesta; pero para que haya respuesta debe haber preguntas, hay que interpretar preguntas, hay que estar atentos a la pregunta. Mis exámenes consistían en que llevaran todos los libros que quisieran y todos los apuntes, y que hicieran su propia síntesis crítica de lo que estaban leyendo de autores importantes o insignificantes, y que cada uno de ellos elaborara su propia teoría.
-¿Como las encerronas de las oposiciones?
-Exactamente, porque si yo aprendía de los alumnos, el objetivo mío en la enseñanza era desarrollar el espíritu crítico de las palabras, de los textos, para que fueran críticos con la vida, para que después respondieran a la vida con su compromiso personal.
D. Antonio Añoveros Ataún (Obispo auxiliar y titular
de la diócesis de Cádiz y Ceuta entre 1954/1971)
-¿Hay crisis vocacional cuando se plantea salir del seminario?
-No, ya verás, no hay crisis... Sigo el discurso: Añoveros, y después Dorado, con mucha lucidez, advierten que el trabajo en la universidad es fundamental, la presencia activa es importantísima, porque cada vez más se está alejando, como ocurrió anteriormente con el mundo obrero, de la iglesia, y querían tener allí una presencia. Una presencia entre el alumnado, como un alumno más. Yo entonces, a pesar de ser rector del seminario, convivo con todos como alumno.
-¿Sus compañeros sabían que usted era sacerdote?
-Bueno, tanto que yo iba con cleriman muy riguroso negro. Yo me integro totalmente, como me pide el Concilio, el Papa, el obispo y el sentido común, yo me integro y soy un estudiante más: cogiendo apuntes, estudiando, sufriendo, y asustado con la posibilidad de cate porque yo tengo que desarrollar el trabajo como rector.
Y llega un momento en que veo la evolución que del seminario. Además, se da la circunstancia de que a Añoveros lo destinan. Y me encuentro en esa época en la que no hay obispo que unos curas empiezan a tirarme de un brazo, diciendo que yo soy el culpable de que aquello se haya caído, y otros también se ponen en contra de mí porque dicen que sigo manteniendo la institución. La división que en mí produce aquello... Mientras que en la universidad, entre los compañeros, me siento extraordinariamente integrado y querido, y entre el profesorado. Yo me encuentro por un lado muy querido y allí con ese trabajo que desarrollo como testimonio, que parecía importante sin clericalizar la universidad, y en diálogo permanente con los profesores y con los alumnos. Yo me siento profundísimamente dividido; ¿qué hago yo y qué tengo que hacer? Entonces, hago un informe muy detallado de mi división interna, contando la vida como te he contado desde que era cura, y que de todas formas hacía lo que la Santa Sede me dijera: o que rompía con toda la carrera civil y con mi compromiso con la universidad, y me iba al pueblo que quisieran ellos, o que me integraba en la universidad. Muchos curas solicitaron la secularización, pero yo había mandado un informe.
Y llega un momento en que veo la evolución que del seminario. Además, se da la circunstancia de que a Añoveros lo destinan. Y me encuentro en esa época en la que no hay obispo que unos curas empiezan a tirarme de un brazo, diciendo que yo soy el culpable de que aquello se haya caído, y otros también se ponen en contra de mí porque dicen que sigo manteniendo la institución. La división que en mí produce aquello... Mientras que en la universidad, entre los compañeros, me siento extraordinariamente integrado y querido, y entre el profesorado. Yo me encuentro por un lado muy querido y allí con ese trabajo que desarrollo como testimonio, que parecía importante sin clericalizar la universidad, y en diálogo permanente con los profesores y con los alumnos. Yo me siento profundísimamente dividido; ¿qué hago yo y qué tengo que hacer? Entonces, hago un informe muy detallado de mi división interna, contando la vida como te he contado desde que era cura, y que de todas formas hacía lo que la Santa Sede me dijera: o que rompía con toda la carrera civil y con mi compromiso con la universidad, y me iba al pueblo que quisieran ellos, o que me integraba en la universidad. Muchos curas solicitaron la secularización, pero yo había mandado un informe.
-No lo habían entendido como solicitud.
-Bueno, yo expuse mi situación. Y entonces me llama el obispo, ya Dorado, y me dice: "Esto ha sido milagroso, que te han concedido la secularización". En ese momento, le dije que mi situación no cambiaba, que estaba a sus órdenes, a su disposición, para sólo, todo y cómo lo que me pidiera, mientras no iba a hacer nada, y me dedico a la Universidad.
D. Antonio Dorado Soto (Obispo de la diócesis
de Cádiz y Ceuta entre 1973/1993)
-¿Cuándo da el paso de casarse?
-Ni había pasado por mi cabeza casarme. Una vez que me habían concedido la secularización, yo vivía en mi casa con mi padre. Y un día, mi hermano, mi hermana, mi cuñado, mi cuñada: "Pepe, ¿tú por qué no te casas?". Inmediatamente, ¿en quien pensé?: en María del Carmen García Tejera, que era profesora y había sido compañera mía. Por lo tanto, yo la conocía suficientemente, pero lo mismo que a otras más. Me lo planteé, y descaradamente fui y se lo dije.
-¿Prepara la universidad a los alumnos?
-(Se lo piensa mucho). Hemos partido del supuesto de que la preparación, incluso la profesional, la da la vida y el ejercicio profesional. Esto es un principio teórico; aprendemos a vivir viviendo y aprendemos una profesión ejerciéndola. Segundo, en los momentos actuales, teniendo en cuenta el ritmo vertiginoso con el que suceden los acontecimientos, la información e incluso la destreza que te ofrece cualquier institución educadora o de enseñanza, en cualquier nivel, se convierte en obsoleto, inservible, al día siguiente. Por lo tanto, la universidad es radicalmente insuficiente, pero de todas maneras, en relación con universidades antiguas ha mejorado en la medida en que está más en la vida económica, social, política y cultural.
-¿Ha notado que los alumnos, en sus últimos años de universidad, llegaron peor preparados de Secundaria y Bachillerato?
-No, yo en contra de lo que se dice, no, no; es una preparación diferente. Gracias a la vida abierta, a los medios de comunicación, a internet y gracias a su participación, tienen una preparación diferente. Puede que no recuerden de memoria los ríos de España, pero se han bañado en la mayoría de los ríos de España. Son diferentes, son diferentes.
-¿Y llegan hablando de otra manera?
-El problema de los alumnos es que el aprendizaje de lenguajes, la actualización de lenguajes, exige también mucho esfuerzo y mucha disciplina, y la ley suprema del lenguaje, que es la economía, se lleva hasta las últimas consecuencias. Es una ley de la lingüística general, pero hay que tener cuidado porque se llega a las últimas consecuencias, al empobrecimiento.
-¿Que es más importante, hablar bien o comunicar bien?
-Comunicar.
-¿Y se puede comunicar hablando mal?
-Sí, pero ya verás. A ver... yo defiendo la corrección. La corrección es una exigencia social y es un deber cívico para defender la lengua como instrumento social común. La corrección es fundamental para defender la lengua como vínculo de unión y como vehículo de comunicación social. De todas maneras, como me pregunta qué es más importante, se puede comunicar siendo algunas veces incorrecto. Hay políticos que articulan fonéticamente mal, pero que comunican muchísimo. Hay quien comete faltas de ortografía hablando.
-Ahora que estamos en una biblioteca con cientos de libros, ¿qué hacemos con el papel, cuál es el futuro?
-Primero, se mantendrá; segundo, sigue perdiendo y va a perder mucha amplitud, extensión, dominio, y tercero, el libro electrónico va a ir ganándole terreno. La evolución es inevitable. Las librerías van a permanecer, con mayor prestigio incluso, pero muy reducidas, y las bibliotecas van a quedar como reliquias que van a ir cobrando cada vez más valor.
-¿Qué obituario tendrían entonces las librerías y el papel?
-(Ríe y se lo piensa) Seguirán siendo fuentes perennes de luz y de vida, cada vez más reducidas, cada vez más valiosas, porque serán reliquias.
-La palabra seguirá llegando.
-Y la palabra transcrita en diferentes soportes, el papel es un soporte más que va a quedar reducido. Estoy convencido de que estos soportes electrónicos cada vez se van a desarrollar más. No olvidemos que el papel es un soporte.
-Ya que hablábamos de los obituarios, dígame cómo los vive.
-Hay tres palabras claves en mi comportamiento profesional, y yo eso lo interpreto también como comportamiento profesional, ciudadano y social: respeto, servicio y gratitud. Yo, efectivamente, comprendiendo la dificultad de la vida, lo duro que es por un lado y lo gratificante que es al mismo tiempo, cuando miro a mi alrededor, a cualquier persona, siento en primer lugar muchísimo respeto porque entiendo las dificultades que está pasando, y gratitud por lo mucho que me están enseñando. Si hablo de alguien que ha fallecido, seleccionaría cuatro cualidades porque en última instancia es lo que ha aportado. Tanto los obituarios como los perfiles pertenecen al género epidíctico, que consiste en subrayar aspectos positivos. Y hago otro ejercicio para descubrir cuáles son esos rasgos pertinentes que verdaderamente lo definen, y es un gesto de gratitud a él por lo que me enseña y me ayuda.