Editorial de Noticias Obreras
Núm. 1.519 [01-01-11 / 31-01-11]
«Los jóvenes necesitan que
nuestra Vida les diga que
no formamos parte de
la hipocresía dominante»
Los distintos informes que se hacen dan una imagen preocupante de los jóvenes. No quieren saber nada de política: el 81% no pertenece a ninguna asociación; el 0,9% a sindicatos y en la misma proporción a partidos políticos. No quieren saber nada de religión: sólo el 2,6% pertenece a alguna asociación religiosa y su valoración de la Iglesia es deplorable. No quieren saber nada de instituciones: Parlamento, Gobierno, tribunales… no les merecen la más mínima confianza. Sólo la familia tiene su aprobación y respeto.
La mayoría de esos informes son descriptivos, no explican las causas, describen la situación sin más y, aunque no sea su intención, la imagen que resulta es que los jóvenes «son» así. Quizás deberíamos pararnos a buscar una explicación, aunque no sea «la explicación», la verdadera, porque nos puede ayudar más el proceso de buscarla que la explicación misma.
Podría haber una explicación que dijera: debemos estar contentos de que los jóvenes sean como son, que no crean en unas instituciones que son una farsa; que se alejen de una vida política marcada por la corrupción y la mentira; que no crean en una justicia que encarcela a los pobres y deja sin castigo a los delincuentes de cuello blanco; que no se acerquen a unos sindicatos que sólo defienden a los que tienen empleo; que no quieran ni oír hablar de una Iglesia rica y poderosa empeñada en marcar prohibiciones a los demás mientras que sus miembros se las saltan a la torera; que no crean que con su esfuerzo van a conseguir algo, ni que un título universitario es el salvoconducto para el empleo. Gracias, jóvenes, por no creer en estas patrañas.
Seguramente esta no es la explicación, las cosas no son así, tienen muchos más matices. Junto a la corrupción está la honradez; junto a la farsa está la búsqueda de la justicia; es mucho lo que le debemos a la política y a los sindicatos y muchísimo a la Iglesia; sin esfuerzo y sacrificio no podemos conseguir nada… Pero lo que no podemos negar es que esta explicación recoge parte del imaginario social, de lo que se difunde cada día y, lo que es peor, de lo que viven muchos jóvenes cada día cuando experimentan que tienen cerrada la puerta del trabajo, la puerta de la creación de su familia y la puerta de su emancipación en una sociedad que le exige realizar ese recorrido con éxito para ser alguien. La distancia que hay entre lo que les exigimos ser, para ser alguien, y los medios que les ofrecemos para conseguirlo es tan grande que no puede menos que sonarles a pura hipocresía. Quizás por ello, la hipocresía sea la vara de medir con la que nos juzgan, porque es la que nosotros estamos utilizando con ellos.
La Iglesia les decimos que la Verdad los hará libres. Una Verdad que se realiza cuando pasando por el conocimiento y la razón se convierte en Camino gozoso que genera Vida porque genera comunión. Es Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida. Pero, ¿qué ocurre si ese mensaje surge de una institución que califican como hipócrita o que calla ante la hipocresía que los oprime? ¿No nos estará pasando como al payaso de la anécdota que escribiera Benedicto XVI?: gritaba, vestido de payaso, que el circo ardía en llamas, pero la gente se reía creyendo que formaba parte del espectáculo. ¿Estamos la Iglesia vestida de payaso ante los ojos de los jóvenes? A los jóvenes no les vale que lo afirmemos o lo neguemos, sólo necesitan que nuestra Vida les diga que no formamos parte de la hipocresía dominante. ■