La sagrada labor de acompañar, servir y cuidar a los ancianos
Todos sabemos que los enfermos, los ancianos y, sobre todo, los moribundos necesitan de la presencia, de la ayuda y de los cuidados no sólo de los profesionales sino también de los familiares, de los amigos y de los compañeros con los que, juntos, han convivido, disfrutado, sufrido y trabajado. Aunque es cierto que abundan los libros que nos orientan para que desarrollemos este servicio imprescindible y difícil, en mi opinión, esta obra se diferencia de todas ellas porque, además de proporcionarnos unas pautas concretas para realizar eficazmente ese acompañamiento durante el itinerario hacia la muerte, nos descubre los importantes beneficios que nos aporta a los acompañantes.
Adelanto que no es un libro de autoayuda, pero advierto que posee un elevado valor didáctico que, a mi juicio, estriba, primero, en la profundidad de los análisis psicológicos introspectivos, segundo, en la agudeza de la interpretación teológica y, tercero, en la intensa expresividad literaria de todo el relato. Me explico brevemente:
Aunque, efectivamente, la autora detalla con precisión cada una de las etapas de esa “travesía propiamente humana que es, no solamente vivir y morir, sino saber que se vive y se muere”, a mi juicio, es mucho más valiosa precisión con la que identifica las sensaciones, de las emociones, de los sentimientos y de las convicciones que ella ha experimentado. Es cierto que, salvo al final del libro, no aparecen términos teológicos ni siquiera referencias bíblicas, pero también es verdad que sus actividades, sus comportamientos y sus reflexiones nos descubren una fundamentación indudablemente evangélica. Juzgo acertado, además, el género narrativo que la autora emplea porque, como es sabido, éste es el cauce comunicativo más eficaz; es la fórmula más directa para que los lectores nos identifiquemos con la protagonista: una señora que, sin ser profesional de la Medicina, acompaña a Andrea, una “anciana que se ha convertido para ella en maestra de la vida”.
De la misma manera que Margarita Saldaña se quitó el reloj, decidida a caminar al ritmo de Andrea para ayudarle a vivir plenamente el tiempo que le quedaba, acompañándola tal como ella lo necesitaba, sin quedar prisionera de sus planes, de sus protocolos y de sus manera previas de hacer las cosas, los lectores -sintiéndonos conectados con ella- podemos experimentar esas vivencias hondas capaces de iluminar los últimos senderos, y, quizás, nos animemos a reconsiderar el empleo de nuestros tiempos y el valor de nuestras propias vidas. Tras la lectura de este libro, he llegado a la conclusión de que acercarnos, estar presentes, prestar atención, acompañar, ayudar y cuidar es “crear un espacio de confianza donde la persona pueda expresar lo que siente sin temor a ser juzgada o excluida”. Es posible que los lectores de este libro se sientan estimulados para rentabilizar alguna parte de su tiempo, siempre escaso, acompañando a alguna persona, quizás próxima, que necesite de su presencia, de su palabra discreta y medida o de su silencio respetuoso y cariñoso. Es posible, también, que este testimonio ayude a muchos a reflexionar sobre lo vivido y sobre ese futuro para todos tan próximo. Es posible que también sirva para descubrir nuevos horizontes y, sobre todo, para ahondar en el verdadero sentido de la vida. He llegado a la conclusión de que los mayores beneficiarios de los que cumplen “la labor sagrada” de acompañar, de servir y de cuidar a los ancianos son los acompañantes, los servidores y los cuidadores.
Adelanto que no es un libro de autoayuda, pero advierto que posee un elevado valor didáctico que, a mi juicio, estriba, primero, en la profundidad de los análisis psicológicos introspectivos, segundo, en la agudeza de la interpretación teológica y, tercero, en la intensa expresividad literaria de todo el relato. Me explico brevemente:
Aunque, efectivamente, la autora detalla con precisión cada una de las etapas de esa “travesía propiamente humana que es, no solamente vivir y morir, sino saber que se vive y se muere”, a mi juicio, es mucho más valiosa precisión con la que identifica las sensaciones, de las emociones, de los sentimientos y de las convicciones que ella ha experimentado. Es cierto que, salvo al final del libro, no aparecen términos teológicos ni siquiera referencias bíblicas, pero también es verdad que sus actividades, sus comportamientos y sus reflexiones nos descubren una fundamentación indudablemente evangélica. Juzgo acertado, además, el género narrativo que la autora emplea porque, como es sabido, éste es el cauce comunicativo más eficaz; es la fórmula más directa para que los lectores nos identifiquemos con la protagonista: una señora que, sin ser profesional de la Medicina, acompaña a Andrea, una “anciana que se ha convertido para ella en maestra de la vida”.
De la misma manera que Margarita Saldaña se quitó el reloj, decidida a caminar al ritmo de Andrea para ayudarle a vivir plenamente el tiempo que le quedaba, acompañándola tal como ella lo necesitaba, sin quedar prisionera de sus planes, de sus protocolos y de sus manera previas de hacer las cosas, los lectores -sintiéndonos conectados con ella- podemos experimentar esas vivencias hondas capaces de iluminar los últimos senderos, y, quizás, nos animemos a reconsiderar el empleo de nuestros tiempos y el valor de nuestras propias vidas. Tras la lectura de este libro, he llegado a la conclusión de que acercarnos, estar presentes, prestar atención, acompañar, ayudar y cuidar es “crear un espacio de confianza donde la persona pueda expresar lo que siente sin temor a ser juzgada o excluida”. Es posible que los lectores de este libro se sientan estimulados para rentabilizar alguna parte de su tiempo, siempre escaso, acompañando a alguna persona, quizás próxima, que necesite de su presencia, de su palabra discreta y medida o de su silencio respetuoso y cariñoso. Es posible, también, que este testimonio ayude a muchos a reflexionar sobre lo vivido y sobre ese futuro para todos tan próximo. Es posible que también sirva para descubrir nuevos horizontes y, sobre todo, para ahondar en el verdadero sentido de la vida. He llegado a la conclusión de que los mayores beneficiarios de los que cumplen “la labor sagrada” de acompañar, de servir y de cuidar a los ancianos son los acompañantes, los servidores y los cuidadores.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo. Actualmente, nos envía también una reseña semanal sobre libros de pensamiento cristiano, evangelización, catequesis y teología. Con la intención, de informar, de manera clara y sencilla, de temas y de pensamientos actuales, que gustosamente publicamos en nuestro “blog”.
[ Margarita Saldaña Mostajo
Cuidar. Relato de una aventura
Madrid, PPC, 2019]
[ Margarita Saldaña Mostajo
Cuidar. Relato de una aventura
Madrid, PPC, 2019]