LA SALVACIÓN OBRA DE
LA MISERICORDIA INFINITA DE DIOS.
Domingo Cuarto de Cuaresma,
(14 de marzo de 2021)
Introducción: La salvación obra de la misericordia infinita de Dios.
El domingo pasado hablábamos de la salvación por la cruz, hoy vamos a intentar profundizar en ese misterio. Y, si ahondamos, nos encontramos con un manantial de aguas vivas y vivificadoras: ese manantial no es otro que el amor infinito de Dios al hombre. El evangelio lo ha expresado así: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna». Y para que se vea que Dios de ningún modo tomará venganza de nuestro mal obrar, añade: «Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». La cruz de Cristo es toda salvación, sin mescla alguna de condenación. Se accede a la salvación mediante la fe –la fe en que Dios por su gracia inmola a su Hijo único para que el mundo se salve-. Así hemos de entender lo que nos ha dicho san Pablo: «Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir».
1. Lo que no cabe en nuestra pequeña mente.
Esto dicho así puede parecer exagerado, pero lo verdaderamente exagerado es el amor de Dios a esta pequeña criatura que llamamos hombre; lo verdaderamente exagerado es que el Hijo eterno de Dios tome un cuerpo mortal para inmolarlo por los pecados que no ha cometido: ¡por las desobediencias de los humanos! Estamos ante un misterio tan grande que quizás no valga la pena querer comprenderlo, porque excede toda posible comprensión; hemos de contentarnos con adorarlo, que no es poco, y quedar extasiados por el inmenso amor que es el motor de toda esta maravillosa empresa: la liberación del hombre hundido por el pecado contra el buen Dios. Y como el jefe de la empresa es Dios actúa como Dios, no como hombre: no con un amor compresible, sino con un amor infinito y por tanto fuera de todo entendimiento.
2. Responder al amor del Padre.
He leído no sé dónde algo así: si eres invitado a comer, fíjate bien en los platos que te sirven, porque tendrás que devolver la invitación y servir platos semejantes. Pues bien, el plato al que Dios nos ha invitado, entregando a su Hijo para que tengamos vida, ha quedado bien visto por nuestros ojos; ahora se trata de pensar el que nosotros debemos servirle en justa compensación al que Él nos ha preparado. Está claro que no se trata de hacer un buen examen de conciencia para confesarnos y quedarnos tranquilos, se trata ni más ni menos que de corresponder a su invitación. Y en su invitación lo que más claro ha quedado, aparte de la materialidad concreta, es un efluvio de amor tan intenso que nos deja anonadados, ¿cómo preparar una respuesta en la que quede claro que le pagamos amor con amor? ¿cómo quedará claro nuestro amor a Dios en el plato que preparemos? ¿cómo emprenderemos una nueva vida en la que el amor sea el motor de todas nuestras acciones? No quedemos es ridículo preparando un plato que no esté en consonancia con el que hemos comido preparado por Él; preparémonos a ofrecer toda nuestra vida por amor, ya que Dios se entregó totalmente por amor nuestro para que, liberados del pecado, tengamos vida.
Conclusión: Compromiso por compromiso.
Y no olvidemos que el plato preparado por Dios se va a servir hoy de nuevo en esta mesa en torno a la cual estamos sentados. Y que el compromiso de prepararle un plato semejante lo contraeremos cada uno de nosotros al compartir su muerte, comulgando su cuerpo entregado. Que, al asumir ese compromiso, se nos conceda también la fuerza divina para ejecutarlo convenientemente. Que así sea.
El domingo pasado hablábamos de la salvación por la cruz, hoy vamos a intentar profundizar en ese misterio. Y, si ahondamos, nos encontramos con un manantial de aguas vivas y vivificadoras: ese manantial no es otro que el amor infinito de Dios al hombre. El evangelio lo ha expresado así: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna». Y para que se vea que Dios de ningún modo tomará venganza de nuestro mal obrar, añade: «Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». La cruz de Cristo es toda salvación, sin mescla alguna de condenación. Se accede a la salvación mediante la fe –la fe en que Dios por su gracia inmola a su Hijo único para que el mundo se salve-. Así hemos de entender lo que nos ha dicho san Pablo: «Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir».
1. Lo que no cabe en nuestra pequeña mente.
Esto dicho así puede parecer exagerado, pero lo verdaderamente exagerado es el amor de Dios a esta pequeña criatura que llamamos hombre; lo verdaderamente exagerado es que el Hijo eterno de Dios tome un cuerpo mortal para inmolarlo por los pecados que no ha cometido: ¡por las desobediencias de los humanos! Estamos ante un misterio tan grande que quizás no valga la pena querer comprenderlo, porque excede toda posible comprensión; hemos de contentarnos con adorarlo, que no es poco, y quedar extasiados por el inmenso amor que es el motor de toda esta maravillosa empresa: la liberación del hombre hundido por el pecado contra el buen Dios. Y como el jefe de la empresa es Dios actúa como Dios, no como hombre: no con un amor compresible, sino con un amor infinito y por tanto fuera de todo entendimiento.
2. Responder al amor del Padre.
He leído no sé dónde algo así: si eres invitado a comer, fíjate bien en los platos que te sirven, porque tendrás que devolver la invitación y servir platos semejantes. Pues bien, el plato al que Dios nos ha invitado, entregando a su Hijo para que tengamos vida, ha quedado bien visto por nuestros ojos; ahora se trata de pensar el que nosotros debemos servirle en justa compensación al que Él nos ha preparado. Está claro que no se trata de hacer un buen examen de conciencia para confesarnos y quedarnos tranquilos, se trata ni más ni menos que de corresponder a su invitación. Y en su invitación lo que más claro ha quedado, aparte de la materialidad concreta, es un efluvio de amor tan intenso que nos deja anonadados, ¿cómo preparar una respuesta en la que quede claro que le pagamos amor con amor? ¿cómo quedará claro nuestro amor a Dios en el plato que preparemos? ¿cómo emprenderemos una nueva vida en la que el amor sea el motor de todas nuestras acciones? No quedemos es ridículo preparando un plato que no esté en consonancia con el que hemos comido preparado por Él; preparémonos a ofrecer toda nuestra vida por amor, ya que Dios se entregó totalmente por amor nuestro para que, liberados del pecado, tengamos vida.
Conclusión: Compromiso por compromiso.
Y no olvidemos que el plato preparado por Dios se va a servir hoy de nuevo en esta mesa en torno a la cual estamos sentados. Y que el compromiso de prepararle un plato semejante lo contraeremos cada uno de nosotros al compartir su muerte, comulgando su cuerpo entregado. Que, al asumir ese compromiso, se nos conceda también la fuerza divina para ejecutarlo convenientemente. Que así sea.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
PARA VER HOMILIAS ANTERIORES DE ANTONIO TROYA MAGALLANES, PULSAR »AQUÍ«
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