5º Domingo del Tiempo Ordinario (5 febrero)
Si pensamos en un grupo de cristianos
en el que están en honor
las virtudes de pobreza y de humildad
y cada uno comparte con los demás
los bienes de cualquier naturaleza que tiene,
dándose todo a todos;
al mismo tiempo que acepta
y asume a los demás, tal como son,
recibiéndolos íntegramente
como un puro don de Dios,
se comprende que una sociedad así
ha de ser algo maravilloso y entusiasmador;
algo así como el cielo en la tierra.
Pero, ¡atención! que aquí está el peligro,
ya que esta tierra no es, ni puede ser, el cielo.
Si una sociedad así se tomara
como un fin en sí misma,
fácilmente degeneraría en un gueto;
y entonces el cristianismo
dejaría de ser levadura,
ni sería luz del mundo,
y la sal se habría hecho sosa
(Rovirosa, OC. T.I. 150).
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