Los comúnmente llamados curas obreros, personificaron una nueva concepción de la Iglesia: menos triunfal, ausente de poder y aferrada al mundo. Para demostrarlo, se alejaron de las comodidades que le ofrecía el mundo eclesial y se convirtieron en unos trabajadores más, renunciando a la paga estatal y marchándose a vivir a los mismos barrios donde lo hacían los obreros, pues estar al lado de ellos era estar con los más pobres.
Ese encarnamiento les permitió alcanzar la conciencia de clase necesaria para dar el salto al movimiento obrero circundante y, desde dentro de él, implementar su misión: el empoderamiento de una clase obrera deficitaria tanto de conciencia política como de conciencia de clase. Desde entonces, entendieron la evangelización del mundo obrero, tan alejado de la Iglesia, no como un deseo de conversión, sino como la invitación a vivir la palabra de Dios como la mejor forma de luchar por la justicia social, la liberación del hombre y la defensa de los derechos individuales y colectivos.
Aunque la obra es un estudio de caso de los curas obreros de la diócesis de Cádiz y Ceuta desde el Vaticano II a la Transición, el análisis de su génesis, la descripción de su labor sociopolítica y las conclusiones sobre sus acciones sociales que aquí se presentan se pueden inferir, en gran medida, a lo acontecido en otros territorios de nuestro país.
Finalmente, por encima de todo lo anterior, este libro pretende ser una contribución a la recuperación de la memoria histórica de los curas obreros, pues quien debería mantener vivo sus experiencias evangélicas y misionales, la Iglesia jerárquica de nuestros días, ha hecho poco por recordarlos como lo que fueron: otros protagonistas de la Transición. Ellos llevaron al extremo, varias décadas antes, el deseo que popularizaría el papa Francisco de que sus sacerdotes deberían ser pastores con olor a oveja.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Aquellos pastores obreros en lucha y con “olor a oveja”
'Botas, casco y mono de obrero sobre el altar. Los curas obreros y la lucha por la justicia social, 1966-1979', del doctor Francisco Javier Torres Barranco, desentierra del olvido un fenómeno muy relevante en Cádiz que, en pleno tardofranquismo y siguiendo el Evangelio, peleó por las libertades y los derechos laborales
Nacieron antes o después de la Guerra Civil y eran pastores del rebaño nacional-católico de la época, pero su conciencia social y el Evangelio estaban por encima de todo, por lo que decidieron ponerse frente por frente ante los abusos y la falta de libertades democráticas para combatirlos. “En esos momentos sentimos que venían desde el pueblo al cura a darnos, no a pedirnos. Esa era la línea que queríamos. Esas eran las cosas que nos iban dando vida”. Alfonso Castro, el jerezano afincado en Cádiz que fuera conocido como el padre de los curas obreros gaditanos, era profesor de filosofía, lógica, crítica y metafísica, y a través de estas materias trataba de inculcar a los seminaristas su convicción por volcarse en este tipo de sacedorcio en el trabajo, un sacedorcio que lo mismo le llevaba a participar en movilizaciones que a acabar corriendo delante de la policía del tardofranquismo.
Jesús Maeztu, actual Defensor del Pueblo Andaluz, fue cura de la parroquia del gaditano barrio del Cerro del Moro. Allí recuerda que “hacíamos todos los papeles menos el de cura, hasta el punto que no había una misión parroquial como tal y sí emprendíamos retos sociales que entraban en contradicción con la misma” convirtiéndose la parroquia en uno de los núcleos más activos de la lucha en pro de los derechos de los trabajadores de los astilleros de la bahía gaditana y de otras luchas políticas y sociales“. Éramos el santuario de los que luchaban”, asegura.
Si en España se calcula que unos 800 sacerdotes lucharon por las libertades democráticas desde los años 60 y hasta la Transición, renunciando al salario oficial para arrimar el hombro junto a los excluidos, una parte muy importante de este fenómeno se desarrolló en la Diócesis de Cádiz. De los altares bajaron al fango de las calles sin asfaltar, soltaron los cirios y agarraron los picos y las palas, y siguieron los dictados del Evangelio: estar al lado de los más pobres y que por sus obras les conocieran. Un libro les recuerda después de tantas décadas de olvido. El doctor en Humanidades por la Universidad de Cádiz, sociólogo y politólogo algecireño Francisco Javier Torres Barranco ha convertido su tesis doctoral en la obra Botas, casco y mono de obrero sobre el altar. Los curas obreros y la lucha por la justicia social, 1966-1979 (Editorial UCA, 2018), una intensa y emotiva memoria fruto de años de investigación, recopilación documental y acceso a las últimas fuentes vivas donde ha querido contribuir “a la recuperación de la memoria histórica de los curas obreros”.
“Quien debería mantener vivas sus experiencias evangélicas y misionales, la Iglesia jerárquica de nuestros días, ha hecho poco por recordarlos como lo que fueron, unos sacerdotes que llevaron al extremo, varias décadas antes, el deseo que popularizaría el Papa Francisco de que sus curas deberían ser pastores con olor a oveja”, asegura en respuesta a lavozdelsur.es. Como explica el autor, “el libro va más allá y transciende el territorio gaditano para analizar el fenómeno desde su génesis, describir su labor sociopolítica y analizar las acciones sociales que llevaron a cabo. La idea final que me hizo decidirme por la redacción del libro fue la de intentar acabar con esa confusión existente en catalogar como cura obrero a todo sacerdote que tuviera inclinación hacia la promoción de las clases más humildes o trabajadoras o que, simplemente, desarrollaran su trabajo eclesiástico en parroquias ubicadas en barrios obreros”.
Porque, efectivamente, los curas obreros estaban en el tajo, no eran simples curas rojos, como alguna vez peyorativamente se les ha descrito. Dividido en tres partes, tras la lectura del libro, como explica Torres Barranco, “el lector comprobará que los curas obreros fueron sacerdotes que en el ejercicio de su ministerio dedicaban la mayor parte de su tiempo a una actividad profesional y el tiempo libre a su misión pastoral entre los fieles, renunciando a la paga estatal a la que tenían derecho como sacerdotes por su deseo de vivir del salario conseguido con sus propias manos”. Además, abunda, “de ordinario vivían juntos varios de ellos en domicilios particulares localizados en los mismos barrios populares en los que lo hacía mayoritariamente la clase obrera, alejados de las comodidades que les podría ofrecer otra vivienda perteneciente a la iglesia. Todo ello lo hacían con una inequívoca voluntad de permanecer dentro de la clase obrera para siempre bajo el principio de encarnación, frente a otros compromisos temporales dentro del mundo obrero“.
¿Qué le ha sorprendido más en el proceso de investigación y escritura?
En primer lugar, el vacío investigador y divulgativo sobre la figura del cura obrero existente en el ámbito académico. Cuestión que se acrecienta en el caso de la Diócesis gaditana, pues no solo fue ésta una de las primeras españolas en que se desarrolló con éxito el fenómeno, sino que también llegó a contar con una de las cifras más elevadas de curas obreros de toda la geografía española. También detecté un déficit investigador sobre dos de los, como llamo en el libro, acelerantes que influyeron decididamente para el éxito del fenómeno a nivel diocesano. Por un lado, la historia de los movimientos especializados obreros de Acción Católica Juventud Obrera Cristiana (JOC) y Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).
Por otro, la desconocida y apasionante etapa del obispo Añoveros al frente de la Diócesis. Mucho se ha escrito sobre su talante progresista y, sobre todo, del conocido como caso Añoveros, pero nada se ha escrito a nivel académico sobre su valiente papel de impulsor de los curas obreros de la diócesis de Cádiz en un contexto eclesiástico marcado por las pugnas entre curas progresistas y conservadores. En segundo lugar, y respecto de los curas obreros, su forma de entender la evangelización del mundo obrero: no como un deseo de conversión, sino como la invitación a vivir la palabra de Dios como la mejor forma de luchar por la justicia social, la liberación del hombre y la defensa de los derechos individuales y colectivos.
¿Hasta qué punto estaba necesitada aquella España, aquella Andalucía?
De forma transversal a toda la estructura social asistíamos a lo que suele llamar franquismo sociológico, es decir, al interés del Régimen de atraer hacia su causa ideológica a una sociedad persuadida por los nuevos valores de la sociedad de consumo. Esto trajo aparejado al menos dos consecuencias: la primera de ellas, la de socializar en la idea de que tras años de penurias y hambre, ahora que se podía disfrutar de bienes materiales, mejor era no complicarse la vida embarcándose en posibles protestas sobre el sistema político, lo que invitaba a la desmovilización. La segunda, que el carácter burocrático y autoritario del sistema lo distanciaba cada vez más del pueblo trabajador, aumentando la brecha el desempleo y los bajísimos sueldos y que significaría la pauperización de la clase obrera. Este era, a grandes rasgos, el tipo de capitalismo que imperaba en la sociedad española, andaluza y gaditana y que se reflejaba en una clase obrera que carecía tanto de conciencia política como de falta de conciencia de clase, pues su día a día en el trabajo se centraba exclusivamente en colmar sus aspiraciones de alcanzar escuelas para sus hijos, viviendas, mejores ingresos… Los obreros curas, ya pertenecientes al movimiento obrero, se rebelaron ante esta situación, uniéndose a los frentes de lucha ya abiertos para promocionar la dignidad del trabajador.
Huelga de misas y curas apaleados y en los calabozos de comisaría. Otros, despedidos de trabajo que habían logrado por oposición
Apellidos como Araujo, Mougán, Troya, Fajardo o Avelino, entre otros mucho, son algunos de los rostros del estudio. Sacerdotes, seminaristas, que potenciaron un esquema aplicable a cualquier otro marco espacial de aquella España “injusta y necesitada”. Hay varios casos documentados de la época en que el sacerdote se dirige a la propia comisaría de policía con el deseo de que se le cambie el concepto “profesión” de sacerdote por el de trabajo manual de soldador u operario. O muestras objetivas de solidaridad del pueblo trabajador con estos curas. Como rememora a este medio el autor del libro, en una ocasión una señora del barrio gaditano de Puntales se presentó voluntariamente en la casa del barrio de La Laguna donde vivían dos curas obreros para prepararles la comida y limpiar cuando se enteró de que ambos estaban solos por encontrarse en paro. En otro momento, también fue a visitarles una señora del Cerro del Moro para llevarles un cartuchito de garbanzos y otro de lentejas, y les dijo: “He ido al economato de Astilleros por un mandado y me he acordado de ustedes”. Tan agradecidos estuvieron a la señora los curas obreros que recuerdan que cuando se fue le entonaron el Te Deum.
“El cura obrero Alfonso Castro, quien me recordaba estas anécdotas tan ilustrativas, me comentaba: «En esos momentos sentimos que venían desde el pueblo al cura a darnos, no a pedirnos. Esa era la línea que queríamos. Esas eran las cosas que nos iban dando vida”. Hubo curas que hasta amenazaron con huelga de misas si el Obispado no les aceptaba un cambio de destino en la provincia, y hubo otros que tenían casi imposible encontrar trabajo, pues los contratos que se hacían en magistratura terminaban pasando por la Brigadilla político socialpara ser cotejados con los ficheros de la Policía, o incluso llegaron a ser despedidos de otros empleos aunque éste hubiera sido obtenido por oposición. Muchos de ellos fueron detenidos, maltratados en estancias policiales y durmieron en los calabozos, rodeados de otros obreros que “olían” a subversivos.
“Los trabajadores de los años 60 y 70 del pasado siglo podían gozar de unos derechos ahora inexistentes, pero era un trasfondo para justificar bajos salarios y explotación”
Si uno observa los datos de exclusión social y desempleo, especialmente en la Bahía de Cádiz, donde discurren muchos episodios de su libro, pensaríamos que no se ha evolucionado tanto… ¿o es que siempre parece que cualquier tiempo pasado fue mejor?
Esa misma sensación tuve yo en la fase de trabajo de campo. Incluso hubo un momento en que llegué a pensar que ahora la clase trabajadora está peor. ¿Por qué? Porque los trabajadores de los años 60 y 70 del pasado siglo podían gozar de unos derechos ahora inexistentes: viviendas, escuela de formación profesional donde los niños de los productores (terminología franquista) podían estudiar, un dispensario, un economato donde se adquirían las cosas más baratas que en cualquier supermercado y hasta, en el caso de grandes empresas gaditanas, la participación en las tradicionales casetas de feria. Evidentemente esta situación, aparentemente privilegiada, escondía un trasfondo: todo ello no era más que una estrategia de las grandes empresas para justificar la explotación y los bajos salarios. La empresa quería aparecer más que como tal, como parte de la familia.¿Quién desea pelearse con la familia? Nadie.
“El obrero era socializado desde el mundo empresarial para que se centrara en conseguir tales recompensas empresariales, lo que le invitaba a su desmovilización ante las injusticias y penalidades que padecían”
El obrero era socializado desde el mundo empresarial para que se centrara en conseguir tales recompensas empresariales, lo que le invitaba a su desmovilización ante las injusticias y penalidades que padecían, aunque de ellas fuera conscientes. El resultado era el desconocimiento de leyes y derechos laborales, que aunque pocos, existían. Ante ese abuso, la patronal no tenía un contrapeso sindical (recordar que el sindicalismo de clase obrero estaba prohibido), pues el sindicato vertical, como era reconocido por todos, estaba más aliado con los empresarios que con los obreros.
En una época en la que Iglesia Católica no pasa por sus mejores momentos, con escándalos y desafección de muchos de sus fieles, se hacía imprescindible poner de relieve el papel de estos curas obreros que lo dieron todo a cambio de nada. Pero ¿cómo surgió este fenómeno dentro de la Iglesia? Torres Barranco lo explica: “Lo que hicieron los curas obreros (y esto puede sorprendernos a los católicos de hoy), no fue ni más ni menos que obedecer los mandatos de la Iglesia de entonces. Me explico: gracias al concilio Vaticano II se obtuvo la conciencia de que el mundo de la década de los sesenta del siglo XX era tan moderno como injusto. La Asamblea Conjunta de obispos-sacerdotes de 1971 contribuyó decididamente a que los curas asumieran el compromiso de una Iglesia misionera, libre y profética frente al poder, orientada hacia los alejados y al servicio de los más pobres. Y ¿quiénes eran los más pobres de entonces? Los trabajadores manuales”. De la simpatía a la empatía con la clase obrera, “un encarnamiento” en la clase trabajadora, y un empoderamiento que alcanzó ésta gracias a la labor de esta suerte de misioneros en una tierra necesitada de casi todo. Y el pueblo acabó dándoles, no pidiéndoles.