Editorial de Noticias Obreras
Núm. 1.475 [1-03-09 / 15-03-09]
Núm. 1.475 [1-03-09 / 15-03-09]
Se llama Christine Delphy, junto con Simone de Beauvoir fundó el feminismo europeo. Recientemente ha manifestado: «Sí, mucha ministra, pero la pobreza aún lleva faldas». En este día de la mujer trabajadora, podemos constatar que tras el feminismo virtual que aparece en multitud de eventos y escaparates, la realidad de la mujer trabajadora sigue siendo la de siempre.
Las estadísticas nos dicen que la mujer padece más paro que el hombre, cobra menos desempleo que el hombre, menos pensión que el hombre, menos salario que el hombre, ocupa menos puestos de responsabilidad que el hombre, abandona el trabajo para ocuparse de la familia más que el hombre; aun trabajando, dedica más horas a la casa, a los hijos, a los mayores que el hombre; padece mayor precariedad que el hombre, mayor trabajo a tiempo parcial que el hombre, mayor pobreza que el hombre… El hombre aparece como el modelo de comparación, lo cual es inevitable, lo malo es que también aparece como modelo de realización.
Hay una comparación que nunca se hace: la mujer pare más hijos que el hombre. Y no se hace, no porque no sea cierto, sino porque el hombre no pare; no se hace porque el hombre no puede ser modelo de comparación. Pero esta realidad, conocida y silenciada al mismo tiempo, está condicionando todas las demás. Los economistas han elaborado engorrosos cálculos para demostrar que la vida laboral de la mujer es más corta que la del varón debido, precisamente, a la maternidad y cuidado de los hijos; y si es más corta, dicen, toda inversión en ella es menos rentable. Luego hay que compensar su menor rentabilidad pagándole menos salario, dándole menos formación, menos promoción, menos derechos, etc.
Para esta teoría, si el objetivo de la empresa es el trabajador con «lastre cero», el trabajador sin ninguna limitación para adaptarse a los requerimientos de la empresa, la mujer nunca podrá tener «lastre cero» a no ser que renuncie a ser mujer. Pero lo paradójico del caso es que muchos hombres pueden tener «lastre cero» porque la mujer asume todo el «lastre». Con lo que llegamos a una terrible paradoja: si mujer y hombre compartieran el «lastre», las empresas lo verían como un desastre porque les privarían de contar con trabajadores totalmente disponibles.
La Iglesia proponemos que «la organización del trabajo…, debe tener en cuenta la dignidad y la vocación de la mujer, cuya verdadera promoción…, exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia, en la que como madre tiene un papel insustituible» (CDSI 295. «Laborem exercens», 19). Lo mismo habría que decir para el hombre, pues su papel como padre también es insustituible y tampoco puede ejercerlo.
La mujer no puede compararse al hombre ni tiene porqué hacerlo. La mujer no es igual al hombre ni tiene porqué serlo. La mujer es distinta, única e irrepetible, como todo ser humano lo es respecto a los demás. Lo que la mujer sí tiene, como todo ser humano, es el derecho a que se le reconozcan todos los derechos que son habituales en la sociedad en la que vive. La mujer tiene derecho a no ser penalizada por ser mujer.
A pesar de la realidad virtual, la opresión y lucha de la mujer trabajadora continúan. ■
Las estadísticas nos dicen que la mujer padece más paro que el hombre, cobra menos desempleo que el hombre, menos pensión que el hombre, menos salario que el hombre, ocupa menos puestos de responsabilidad que el hombre, abandona el trabajo para ocuparse de la familia más que el hombre; aun trabajando, dedica más horas a la casa, a los hijos, a los mayores que el hombre; padece mayor precariedad que el hombre, mayor trabajo a tiempo parcial que el hombre, mayor pobreza que el hombre… El hombre aparece como el modelo de comparación, lo cual es inevitable, lo malo es que también aparece como modelo de realización.
Hay una comparación que nunca se hace: la mujer pare más hijos que el hombre. Y no se hace, no porque no sea cierto, sino porque el hombre no pare; no se hace porque el hombre no puede ser modelo de comparación. Pero esta realidad, conocida y silenciada al mismo tiempo, está condicionando todas las demás. Los economistas han elaborado engorrosos cálculos para demostrar que la vida laboral de la mujer es más corta que la del varón debido, precisamente, a la maternidad y cuidado de los hijos; y si es más corta, dicen, toda inversión en ella es menos rentable. Luego hay que compensar su menor rentabilidad pagándole menos salario, dándole menos formación, menos promoción, menos derechos, etc.
Para esta teoría, si el objetivo de la empresa es el trabajador con «lastre cero», el trabajador sin ninguna limitación para adaptarse a los requerimientos de la empresa, la mujer nunca podrá tener «lastre cero» a no ser que renuncie a ser mujer. Pero lo paradójico del caso es que muchos hombres pueden tener «lastre cero» porque la mujer asume todo el «lastre». Con lo que llegamos a una terrible paradoja: si mujer y hombre compartieran el «lastre», las empresas lo verían como un desastre porque les privarían de contar con trabajadores totalmente disponibles.
La Iglesia proponemos que «la organización del trabajo…, debe tener en cuenta la dignidad y la vocación de la mujer, cuya verdadera promoción…, exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia, en la que como madre tiene un papel insustituible» (CDSI 295. «Laborem exercens», 19). Lo mismo habría que decir para el hombre, pues su papel como padre también es insustituible y tampoco puede ejercerlo.
La mujer no puede compararse al hombre ni tiene porqué hacerlo. La mujer no es igual al hombre ni tiene porqué serlo. La mujer es distinta, única e irrepetible, como todo ser humano lo es respecto a los demás. Lo que la mujer sí tiene, como todo ser humano, es el derecho a que se le reconozcan todos los derechos que son habituales en la sociedad en la que vive. La mujer tiene derecho a no ser penalizada por ser mujer.
A pesar de la realidad virtual, la opresión y lucha de la mujer trabajadora continúan. ■
EDITORIAL
Publicado en NOTICIAS OBRERAS:
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Núm. 1.475 [1-03-09 / 15-03-09] pág. 5
http://www.hoac.es/pdf/Noticias%20Obreras/1%20marzo/editorial.pdf
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