A pesar de la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, y de los múltiples esfuerzos legislativos, judiciales y policiales que se realizan, el número de mujeres asesinadas en nuestro país a manos de sus parejas o ex-parejas no sólo no disminuye sino que va en aumento.
En lo que va de año son ya más de 63 las mujeres víctimas de la violencia machista. Las expectativas que se había depositado en la ley no han dado el fruto esperado. Las mujeres siguen siendo agredidas en igual o mayor medida.
De alguna manera están atadas a una invisible pero férrea cadena de violencia que afecta a todas las relaciones entre mujeres y hombres. Esta violencia tiene múltiples rostros, se reproduce y perpetúa en la familia, en las relaciones afectivo-sexuales, en el trabajo, en los medios de comunicación y en viejas costumbres muy arraigadas. Las palabras, las imágenes, las actitudes y las conductas han actuado a lo largo de la historia como correa de transmisión de esta cadena cruel, interminable e invisible. La pregunta es: ¿por qué no rompemos de una vez esta cadena?
¿Por qué no rompemos con una socialización tradicional de mujeres y hombres que ha ayudado y ayuda a perpetuar la idea de la superioridad masculina y la sumisión femenina? Se ha de combatir estos valores que aún permanecen y sustituirlos por otros basados en la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos, mujeres y hombres. Hay que romper con los viejos estereotipos. Se necesita una educación alternativa basada en valores como el amor, respeto mutuo, equilibrio de poder y responsabilidad entre unas y otros. En una palabra, se necesita una verdadera coeducación. Se necesita acabar con la desigualdad en el reparto de tareas, responsabilidades y recursos económicos. Si no se consigue este nuevo equilibrio, los hombres seguirán ejerciendo su poder hegemónico y las mujeres seguiremos bajo la amenaza constante de sufrir violencia. Cuando una mujer muere asesinada, todas las mujeres mueren un poco.
En muchas ocasiones, las propias mujeres ni siquiera son conscientes de la violencia que se ejerce sobre ellas, creen que siendo sumisas podrán salvar a sus maltratadores, pero con toda seguridad es ése el camino más seguro para ser destruidas física y moralmente por ellos.
Esta situación de desigualdad y de violencia no se corregirá sólo con medidas de carácter penal. Son necesarias también medidas preventivas de carácter educativo, formando en igualdad a chicas y chicos desde la más tierna infancia: en casa, en la escuela, en las instituciones, en la calle y en los medios de comunicación. En las relaciones entre parejas, en muchas ocasiones, es inevitable que surjan conflictos, pero hay que aprender a resolverlos a través del diálogo, la comprensión y la tolerancia.
Es necesario incrementar la financiación a todos los niveles (municipales, autonómicos y estatales) para potenciar los recursos ya existentes, centros especializados, formación de profesionales que han de atender las demandas de ayuda (económica, psicológica, legal, etc.) de las mujeres maltratadas, así como crear centros de orientación y rehabilitación para reconducir las conductas agresivas que tanto daño está haciendo a las mujeres en particular, a las familias, a los propios agresores y a toda la sociedad en general.
Nosotras y nosotros como seguidores de Jesucristo manifestamos que el hombre y la mujer son iguales en dignidad; reivindicamos la necesidad de redefinir la masculinidad y la feminidad desde otros parámetros distintos a los actuales, caminar hacia una cultura y educación que promueva otros valores como el amor, el respeto, la comprensión, el compartir vida y responsabilidades.
En este día, la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), la Iglesia y las organizaciones sociales debemos unir nuestros esfuerzos a los de todas aquellas personas y colectivos que trabajan para erradicar la violencia de género, haciendo posible una vida más digna para la mujer y el hombre. Sólo así será posible una sociedad más humana y más justa donde impere la paz y el amor.
En lo que va de año son ya más de 63 las mujeres víctimas de la violencia machista. Las expectativas que se había depositado en la ley no han dado el fruto esperado. Las mujeres siguen siendo agredidas en igual o mayor medida.
De alguna manera están atadas a una invisible pero férrea cadena de violencia que afecta a todas las relaciones entre mujeres y hombres. Esta violencia tiene múltiples rostros, se reproduce y perpetúa en la familia, en las relaciones afectivo-sexuales, en el trabajo, en los medios de comunicación y en viejas costumbres muy arraigadas. Las palabras, las imágenes, las actitudes y las conductas han actuado a lo largo de la historia como correa de transmisión de esta cadena cruel, interminable e invisible. La pregunta es: ¿por qué no rompemos de una vez esta cadena?
¿Por qué no rompemos con una socialización tradicional de mujeres y hombres que ha ayudado y ayuda a perpetuar la idea de la superioridad masculina y la sumisión femenina? Se ha de combatir estos valores que aún permanecen y sustituirlos por otros basados en la igualdad y la dignidad de todos los seres humanos, mujeres y hombres. Hay que romper con los viejos estereotipos. Se necesita una educación alternativa basada en valores como el amor, respeto mutuo, equilibrio de poder y responsabilidad entre unas y otros. En una palabra, se necesita una verdadera coeducación. Se necesita acabar con la desigualdad en el reparto de tareas, responsabilidades y recursos económicos. Si no se consigue este nuevo equilibrio, los hombres seguirán ejerciendo su poder hegemónico y las mujeres seguiremos bajo la amenaza constante de sufrir violencia. Cuando una mujer muere asesinada, todas las mujeres mueren un poco.
En muchas ocasiones, las propias mujeres ni siquiera son conscientes de la violencia que se ejerce sobre ellas, creen que siendo sumisas podrán salvar a sus maltratadores, pero con toda seguridad es ése el camino más seguro para ser destruidas física y moralmente por ellos.
Esta situación de desigualdad y de violencia no se corregirá sólo con medidas de carácter penal. Son necesarias también medidas preventivas de carácter educativo, formando en igualdad a chicas y chicos desde la más tierna infancia: en casa, en la escuela, en las instituciones, en la calle y en los medios de comunicación. En las relaciones entre parejas, en muchas ocasiones, es inevitable que surjan conflictos, pero hay que aprender a resolverlos a través del diálogo, la comprensión y la tolerancia.
Es necesario incrementar la financiación a todos los niveles (municipales, autonómicos y estatales) para potenciar los recursos ya existentes, centros especializados, formación de profesionales que han de atender las demandas de ayuda (económica, psicológica, legal, etc.) de las mujeres maltratadas, así como crear centros de orientación y rehabilitación para reconducir las conductas agresivas que tanto daño está haciendo a las mujeres en particular, a las familias, a los propios agresores y a toda la sociedad en general.
Nosotras y nosotros como seguidores de Jesucristo manifestamos que el hombre y la mujer son iguales en dignidad; reivindicamos la necesidad de redefinir la masculinidad y la feminidad desde otros parámetros distintos a los actuales, caminar hacia una cultura y educación que promueva otros valores como el amor, el respeto, la comprensión, el compartir vida y responsabilidades.
En este día, la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), la Iglesia y las organizaciones sociales debemos unir nuestros esfuerzos a los de todas aquellas personas y colectivos que trabajan para erradicar la violencia de género, haciendo posible una vida más digna para la mujer y el hombre. Sólo así será posible una sociedad más humana y más justa donde impere la paz y el amor.
CONCHI VALLEJO E INMA LOUZADO,
(HOAC DE CÁDIZ)
(HOAC DE CÁDIZ)