NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
(24 de junio de 2021)
Introducción: El gozoso nacimiento del precursor de Jesús.
El nacimiento de san Juan, que es la fiesta que celebramos hoy esta como aureolado por una especial alegría. Un niño nace, todos se alegran: padres, vecinos… La gente se pregunta admirada: ¿Qué va a ser este niño? Pero la alegría parece desbordar este pequeño ambiente, haciéndose universal. Y después viene el nombre: padre y madre coinciden porque el nombre ha sido puesto por Dios: Juan. Juan significa “Dios perdona”. Quizás la alegría venga de que el niño es el anuncio del perdón de Dios. Porque el perdón de Dios es el Mesías que llega: y al que otros profetas anunciaron en la lejanía, a Juan se le permitirá señalarlo con su dedo índice: “Éste es” (Jn 1,29). Y además prepara su venida con un bautismo de conversión y a sus oyentes que lo toman por el Mesías, les aclara: «Yo no soy quien pensáis, sino que detrás de mí viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias».
1. La vida y misión de Juan.
Todavía en el vientre de su madre fue santificado por el saludo de María Virgen (Lc 1,44); Jesús dejó su casa para escuchar su palabra y, una vez sacrificado, tomó su antorcha y anunció por todas las villas y pueblos de Galilea y Judea el Reino de Dios, anunciando a un Dios Padre que quiere reunir a todos sus hijos en un mundo donde brille la justicia, la fraternidad y el amor. Discípulos de Juan siguieron a Jesús, porque Juan no se predicaba a sí mismo, sino al Enviado de Dios, el Mesías salvador. Él no era el Mesías, sino solo había sido mandado a prepararle el camino. Al final hizo gala de su misión acusando al rey de adultero lo que le valió cárcel y muerte.
2. Conviene que yo disminuya y que Él crezca.
Juan tuvo muchos adeptos que se sentían muy unidos a él y compartían sus enseñanzas, pero con el tiempo se fueron adhiriendo a Jesús y formaron parte de las comunidades cristianas. De este modo Juan tuvo también la gloria de no buscarse a sí mismo, sino que se hizo servidor del plan de Dios en la tierra, que fue capitalizado por el Mesías a quién Juan anunciaba con tanto ardor. Su muerte se debió al odio de una mujer que, como premio a un baile de su hija que agradó mucho al rey y a sus convidados, pidió la cabeza del Bautista. El rey se la concedió y mandó a un esbirro al calabozo donde estaba Juan, le cortó la cabeza y la entregó en una bandeja a la joven bailadora. De este modo Juan ha quedado hecho modelo de los predicadores, porque no se ha predicado a sí mismo y no ha temido sufrir incluso la muerte por proclamar la verdad a los poderosos. Aprendan de él los que hoy predican a Cristo Jesús, para ser verdaderamente fieles al ministerio que se la ha confiado. Porque Juan fue siempre fiel a su lema: «Conviene que yo disminuya y que Él crezca» (Jn 3,30). Pero volvamos al principio: el nacimiento de Juan Bautista pone fin al tiempo de las promesas y da principio a la realidad; es lo que justifica que este nacimiento se vea inmerso en una inmensa alegría.
Conclusión: La presencia del Cristo de Juan.
Ahora nosotros vamos a hacer presente al Jesús que anunció el Bautista. Lo hacemos presente en el sacramento que, celebrándose en todas las comunidades cristianas, va difundiendo el Reino de Dios, que predicó Jesús de Nazaret y del cual fue también precursor Juan. Que él nos ayude con su oración a que se haga pronto muy presente en nuestra comunidad y podamos participar así de la alegría que se desprende del nacimiento del Bautista.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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