Acabo de preguntar a varios amigos “hospedados” en la Residencia de San Juan de Dios si, a pesar de los achaques de la cuarta edad, no obstante a esa limitación de las capacidades de movimientos y, por lo tanto, reconociendo de esas trabas para la libertad de acción, es posible mantener e, incluso, aumentar el bienestar.
Las diferentes respuestas de los que se muestran contentos y, también, de los que están algo tristes o enfadados coinciden en que, aunque, a veces pasan por “momentos malos”, reclaman el derecho a sentirse felices asumiendo dichas limitaciones. Me explican que lo pasan muy bien, por ejemplo, cuando, con las visitas, comprueban que no están solos, y, cuando, en las conversaciones, recuerdan y reviven las experiencias importantes de sus vidas. Les asustan, me dicen textualmente, “la soledad, las ausencias, el silencio, el aburrimiento, el olvido o el desprecio”.
Todos han comprobado que la vida humana, por muy completa que sea o parezca, tiene inevitables carencias y múltiples problemas que es inútil que los ocultemos. Pero también coinciden en que hemos de evitar el veneno de los permanentes recuerdos de hechos malos del pasado, el exagerado énfasis de los aspectos negativos del presente y la continua advertencia sobre los graves peligros del futuro. Temen a los individuos, dolientes y afligidos, para quienes “todo tiempo pasado fue peor”, si no fuera porque el presente les parece todavía más horrible que el pasado y porque están convencidos de que caminamos veloz e irremisiblemente hacia el caos fatal y hacia la catástrofe más aniquiladora.
Por eso tratan de evitar a esos compañeros inconsolables que sólo nos recuerdan las calamidades desoladoras, a esos “aguafiestas” para quienes el mundo es un sórdido museo de penalidades, un infierno de padecimientos y un antro de vergonzosas perversidades: “por favor -me piden- ayúdanos a defendernos y a evitar que nos estropeen la función y nos amarguen la existencia”.
Las diferentes respuestas de los que se muestran contentos y, también, de los que están algo tristes o enfadados coinciden en que, aunque, a veces pasan por “momentos malos”, reclaman el derecho a sentirse felices asumiendo dichas limitaciones. Me explican que lo pasan muy bien, por ejemplo, cuando, con las visitas, comprueban que no están solos, y, cuando, en las conversaciones, recuerdan y reviven las experiencias importantes de sus vidas. Les asustan, me dicen textualmente, “la soledad, las ausencias, el silencio, el aburrimiento, el olvido o el desprecio”.
Todos han comprobado que la vida humana, por muy completa que sea o parezca, tiene inevitables carencias y múltiples problemas que es inútil que los ocultemos. Pero también coinciden en que hemos de evitar el veneno de los permanentes recuerdos de hechos malos del pasado, el exagerado énfasis de los aspectos negativos del presente y la continua advertencia sobre los graves peligros del futuro. Temen a los individuos, dolientes y afligidos, para quienes “todo tiempo pasado fue peor”, si no fuera porque el presente les parece todavía más horrible que el pasado y porque están convencidos de que caminamos veloz e irremisiblemente hacia el caos fatal y hacia la catástrofe más aniquiladora.
Por eso tratan de evitar a esos compañeros inconsolables que sólo nos recuerdan las calamidades desoladoras, a esos “aguafiestas” para quienes el mundo es un sórdido museo de penalidades, un infierno de padecimientos y un antro de vergonzosas perversidades: “por favor -me piden- ayúdanos a defendernos y a evitar que nos estropeen la función y nos amarguen la existencia”.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
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10.- «BALANCE»
(Claves del bienestar humano)