Querida familia,
Con el miércoles de Ceniza, hemos
comenzamos el camino de Cuaresma con toda la Iglesia.
Cuaresma, tiempo de
conversión, de ir despojándonos de tantas cosas que nos alejan de los valores
del Reino y de abrirnos a la voluntad de Dios, dejándonos inundar por su
inmensa misericordia.
Pues, echemos a andar hacia
la Pascua”.
Un
abrazo en Cristo Obrero y ¡Hasta mañana en el altar!
Mª Carmen Perea
Responsable de Organización
y Vida comunitaria
Responsable de Organización
y Vida comunitaria
CONVERTÍOS A MÍ DE
TODO CORAZÓN
Cuaresma 2019.
El profeta Joel (2, 12) pone en
boca de Dios esa invitación a la conversión, para volver a encontrarnos con el
Dios compasivo y misericordioso; una
invitación que resuena nuevamente en la súplica que nos llega de parte de Pablo
(2Cor 5, 20): Por
el Mesías os suplicamos: Dejaos reconciliar con Dios. Toda nuestra vida,
y más este tiempo de Cuaresma, es tiempo favorable para sentir que el Señor nos
escucha… si queremos volver a él.
Con esa invitación que acogemos
el miércoles de Ceniza, nos disponemos a emprender este camino de Cuaresma,
para llegar al final a experimentar en nuestras vidas y en la vida del mundo
obrero la realización de la profecía de Isaías (43,19): mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré
un camino por el desierto, ríos en el yermo.
Para llegar a descubrir lo
nuevo, lo que está brotando, tenemos que abrir los ojos, reconocer nuestro
pecado, dolernos, empezar a vivir con una “mística de ojos abiertos” que nos
haga capaces de percibir que, en medio de la evidencia, de la dura realidad que
parece imponerse, está la presencia de Dios que nos ofrece reconciliación, y
que alienta la esperanza en un futuro de humanidad cumpliendo su promesa.
Un
camino de conversión.
La primera condición es la
experiencia de nuestro pecado y nuestra indigencia. ¿A dónde nos lleva esta
manera de vivir; a dónde mis prácticas cotidianas? ¿Hacia dónde nos conduce, y
de quién nos separa? ¿Qué aporta a la
deshumanización de nuestra vida y de la vida de los pobres? ¿Qué consume
de la comunión? Es nuestro examen de conciencia que nos desvela que nuestro
mundo ha perdido –y nosotros con él muchas veces- esta conciencia de pecado,
porque ha perdido la capacidad de amar. Nos desvela que también nos pasa a
nosotros. Perdemos esa conciencia, pero sigue existiendo el pecado, el mal, la
injusticia… y, sobre todo, no desaparecen sus consecuencias.
Y la segunda condición,
inseparable, es la de dolernos. Dolor de nuestros pecados; de los personales, y de los
estructurales; de los míos propios y de los de mi Iglesia. Dolernos del
sufrimiento de tantas personas y tomar conciencia de nuestra responsabilidad,
de la parte que nos toca en el dolor del mundo obrero, en la degradación de
nuestra humanidad y de la casa común. Ese dolor es el único capaz de abrirnos
los ojos, y tocarnos el corazón. Es el único capaz de hacernos sentir la
necesidad de conversión y empujarnos a emprender el camino de vuelta a la casa
del Padre (Lc 15, 18) sabiendo que solo en ella –solo en el amor- encontramos
la capacidad de amar que restaura nuestra humanidad.
La persona que ve las cosas
como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es
capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz.
Consolada por Jesús puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y
descubrir que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor,
comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Es la persona que
siente que el otro es carne de su carne; que el otro es Cristo para mí, y que
yo tengo que hacerme Cristo para él.
Sentir el consuelo de Jesús nos
empuja a vivir con ese propósito de enmienda que hace fructífero el encuentro
del perdón porque nos pone en camino de conversión a Dios y a los pobres del
mundo obrero.
Un
camino de comunión.
Por ser camino de conversión
este tiempo de cuaresma es, también, tiempo de comunión. Porque nadie se salva
solo (GE 6). Es tiempo de convertir nuestras prácticas concretas y cotidianas
en la concepción del dinero y en el uso de nuestros bienes hacia la comunión de
bienes; tiempo de convertir mis tendencias egoístas. Tiempo de convertir mi yo,
para ir pasando al nosotros, a la comunión de vida; tiempo para redescubrir el
valor de la vida entregada para que otros puedan vivir, y para acoger con
ternura y misericordia, humildemente, a los demás. Tiempo para ir dejando que
–sacrificados por amor- mis planes y proyectos estén al servicio del quehacer,
de la misión comunitaria, que no es otra que anunciar la liberación de
Jesucristo en el mundo obrero.
"La
creación expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios" (Rom
8,19)
En su Mensaje para la Cuaresma 2019, el papa Francisco
nos recuerda que recorrer este camino de conversión que lleva a la comunión, nos hace ser conformes
a Cristo, y que este parecernos a Cristo es un don inestimable de la misericordia de Dios. En la medida en
que no vivimos como hijos de Dios nuestro estilo de vida viola los límites que
nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar. Si no vivimos en
el horizonte de la Resurrección la lógica del todo y ya, del tener cada vez
más, acaba por imponerse. Cuando se abandona la ley del amor, acaba
triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil, como decía hace tiempo
Rovirosa.
La creación tiene necesidad de
que se manifiesten los hijos de Dios. El mundo obrero tiene necesidad de hijos
e hijas de Dios que sean testigos de fraternidad. Por eso emprendemos este
camino, para restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante
el ayuno, la oración y la limosna:
Ayuno,
o sea, aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas;
pasar de la tentación de devorarlo todo, a la capacidad de sufrir por amor.
Oración,
para saber renunciar a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos
necesitados del Señor y su misericordia.
Limosna,
para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos
creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece.
En definitiva, se trata de
vivir esta Cuaresma la pobreza, la
humildad y el sacrificio. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto
que Dios ha puesto en nuestro corazón: es decir, amarle, amar a nuestros hermanos
y hermanas, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.
Empezaremos en el desierto para
hacer que se vaya transformando, por la fuerza del Espíritu, en el jardín de la
comunión.
LA COMISIÓN
PERMANENTE