DOMINGO DECIMOTERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO (27 de junio de 2021)
Introducción: La fe de los que piden la curación.
El evangelio de hoy nos invita a considerar la fe de los que se aceran a Jesús para implorar la curación de ellos o de sus deudos. Primero tenemos a la mujer que piensa que con tocar su vestido sanaría. ¿Quién no ha visto a alguna mujer ante una imagen del Señor y tocar, tocar una y otra vez, la imagen con sus dedos? Quizás piensa que el tacto da eficacia a su pedido. Nosotros, que somos más instruidos pensamos que la imagen no es más que madera policromada, pero el Señor tal vez valore de otra manera lo que es una fe que Él mismo ha puesto en su corazón. Una fe sencilla como la de la mujer del evangelio. Tenemos que ser cautos en juzgar a los que así obran, porque el don de la fe no es exclusivo de los entendidos. La reacción de Jesús ante quien pensaba que con sólo tocar sanaría no la esperábamos, de inmediato se produce la curación. Aunque después Jesús se apaña para descubrirle que ha sido Él y no su manto quien ha hecho el milagro. La fe del jefe de la sinagoga llega hasta creer que Jesús puede dar la salud a su hija moribunda, pero quizás no alcanza más; Jesús le ayuda a comprender que es Señor de la vida y de la muerte y que, incluso después de la noticia del fallecimiento hay que seguir esperando. Y esa fe así ampliada consigue la resurrección de la niña.
1. Las enseñanzas que se deducen de la fe de los peticionarios.
Quiero detenerme en la fe de la mujer, porque quizás desvalorizamos la fe popular y no tenemos en cuenta que la fe es un don de Dios y que seguro que no le será denegada a la gente sencilla. No entienden una liturgia que está pensada para gente más bien culta y se inventan su liturgia, su modo de relacionarse con Dios también a través de los sentidos. Hay que ayudar a esa gente popular, como lo hace Jesús, y descubrirle el verdadero objeto de la fe, que es Jesús Señor y Salvador, pero sin ignorar que es ese mismo Señor quien concede la fe a los humildes y son los humildes los que encuentran formas de expresarla que están al alcance de su cultura y aún de su ignorancia, pero que es también un don de Dios para sus corazones. La reacción de Jesús ante la mujer del evangelio es muy aleccionadora: no se detiene en el hecho externo del tocamiento, sino que descubre la fe del corazón de la que lo toca. En cuanto a la fe del jefe de la sinagoga no hay que ser tacaños poniendo límites al poder de Jesús como hacen los de su casa: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Nosotros que creemos en un Señor que tiene poder sobre los vivos y los muertos no hemos de limitar su actuación a un ámbito determinado. Es verdad que no se producen los milagros así como así, tal como a veces nos gustaría, pero no es por falta de poder, sino por mantener un orden establecido por la providencia divina. Respetemos el orden y no limitemos el poder.
2. Reflexión sobre la religiosidad popular.
Quizás este evangelio nos haga reflexionar sobre nuestra valoración de la religiosidad popular. Es verdad que lo que Dios quiere de nosotros no son rezos a las imágenes, sino una vida enriquecida por los valores del Evangelio, pero lo que practicamos una religión más culta ¿nos distinguimos también por ser ricos en esos valores? Si así fuera, el mundo sería distinto.
Conclusión: La valoración de los sencillos.
Hoy fortalecidos por la comunión del cuerpo de Cristo vamos a intentar fortalecer esos valores en nuestra conducta de cada día, sin olvidar que uno de esos valores, y no el más pequeño, es el amor a los pobres y sencillos, y que el amor lleva a la valoración de su religiosidad y de su relación especial con el Dios del cielo y de la tierra.
El evangelio de hoy nos invita a considerar la fe de los que se aceran a Jesús para implorar la curación de ellos o de sus deudos. Primero tenemos a la mujer que piensa que con tocar su vestido sanaría. ¿Quién no ha visto a alguna mujer ante una imagen del Señor y tocar, tocar una y otra vez, la imagen con sus dedos? Quizás piensa que el tacto da eficacia a su pedido. Nosotros, que somos más instruidos pensamos que la imagen no es más que madera policromada, pero el Señor tal vez valore de otra manera lo que es una fe que Él mismo ha puesto en su corazón. Una fe sencilla como la de la mujer del evangelio. Tenemos que ser cautos en juzgar a los que así obran, porque el don de la fe no es exclusivo de los entendidos. La reacción de Jesús ante quien pensaba que con sólo tocar sanaría no la esperábamos, de inmediato se produce la curación. Aunque después Jesús se apaña para descubrirle que ha sido Él y no su manto quien ha hecho el milagro. La fe del jefe de la sinagoga llega hasta creer que Jesús puede dar la salud a su hija moribunda, pero quizás no alcanza más; Jesús le ayuda a comprender que es Señor de la vida y de la muerte y que, incluso después de la noticia del fallecimiento hay que seguir esperando. Y esa fe así ampliada consigue la resurrección de la niña.
1. Las enseñanzas que se deducen de la fe de los peticionarios.
Quiero detenerme en la fe de la mujer, porque quizás desvalorizamos la fe popular y no tenemos en cuenta que la fe es un don de Dios y que seguro que no le será denegada a la gente sencilla. No entienden una liturgia que está pensada para gente más bien culta y se inventan su liturgia, su modo de relacionarse con Dios también a través de los sentidos. Hay que ayudar a esa gente popular, como lo hace Jesús, y descubrirle el verdadero objeto de la fe, que es Jesús Señor y Salvador, pero sin ignorar que es ese mismo Señor quien concede la fe a los humildes y son los humildes los que encuentran formas de expresarla que están al alcance de su cultura y aún de su ignorancia, pero que es también un don de Dios para sus corazones. La reacción de Jesús ante la mujer del evangelio es muy aleccionadora: no se detiene en el hecho externo del tocamiento, sino que descubre la fe del corazón de la que lo toca. En cuanto a la fe del jefe de la sinagoga no hay que ser tacaños poniendo límites al poder de Jesús como hacen los de su casa: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Nosotros que creemos en un Señor que tiene poder sobre los vivos y los muertos no hemos de limitar su actuación a un ámbito determinado. Es verdad que no se producen los milagros así como así, tal como a veces nos gustaría, pero no es por falta de poder, sino por mantener un orden establecido por la providencia divina. Respetemos el orden y no limitemos el poder.
2. Reflexión sobre la religiosidad popular.
Quizás este evangelio nos haga reflexionar sobre nuestra valoración de la religiosidad popular. Es verdad que lo que Dios quiere de nosotros no son rezos a las imágenes, sino una vida enriquecida por los valores del Evangelio, pero lo que practicamos una religión más culta ¿nos distinguimos también por ser ricos en esos valores? Si así fuera, el mundo sería distinto.
Conclusión: La valoración de los sencillos.
Hoy fortalecidos por la comunión del cuerpo de Cristo vamos a intentar fortalecer esos valores en nuestra conducta de cada día, sin olvidar que uno de esos valores, y no el más pequeño, es el amor a los pobres y sencillos, y que el amor lleva a la valoración de su religiosidad y de su relación especial con el Dios del cielo y de la tierra.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6299157.pdf
Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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