Deshollinar la mente
Algunos de mis amigos escritores regalan periódicamente aquellos libros que no volverán a releer. Recuerdo, por ejemplo, cómo Fernando Quiñones repetía que él era un lector y un escritor, pero no un bibliotecario: “por eso -explicaba- me desprendo de la mayoría de las obras que ya he leído”.
Yo me atrevo a ir un poco más lejos y, de vez en cuando, practico el saludable ejercicio de deshollinar mi memoria para limpiarla de las telarañas mentales, de las ideas, de los pensamientos y de las convicciones que ya no me sirven y me impiden pensar con libertad y sentir con autonomía. Estoy convencido de que una limpieza a fondo de la mente es tan aconsejable como el barrido que periódicamente hacemos en nuestros hogares; la higiene mental exige que desechemos esa información sobrante que nos aturde, nos bloquea y nos empacha. También el espíritu debe evacuar las basuras porque, como nos enseñan los psicólogos, una de las funciones de la memoria es olvidar.
Aunque es conveniente que recordemos los errores que hemos cometido con el fin de evitar repetirlos, también es saludable que, al menos, evitemos que nos sigan torturando aquellas equivocaciones que condicionan nuestras relaciones con las personas con las que convivimos. Para lograr el daño que algunos recuerdos nos causan es eficaz que aceptemos que la vida tiene una parte incómoda, molesta, dolorosa y, a veces, injusta; sí, hemos de reconocer inteligentemente que tenemos que cargar con esos fardos -a veces pesados- que depositan en nuestros hombros los otros. Por eso, además de dolernos, nos resultaría práctico que interpretáramos con benevolencia esos fallos ajenos y, sobre todo, que evitáramos extraer conclusiones erróneas sobre las intenciones de los demás. Para lograr nuestro propio bienestar, hemos de seguir aprendiendo a olvidar y a perdonar a los otros y, sobre todo, a nosotros mismos. El verano es otra ocasión propicia para ventilar la mente y para renovar el aire viciado, encerrado en algunos de los pliegues de nuestras entrañas. Que descanséis, amigos.
Yo me atrevo a ir un poco más lejos y, de vez en cuando, practico el saludable ejercicio de deshollinar mi memoria para limpiarla de las telarañas mentales, de las ideas, de los pensamientos y de las convicciones que ya no me sirven y me impiden pensar con libertad y sentir con autonomía. Estoy convencido de que una limpieza a fondo de la mente es tan aconsejable como el barrido que periódicamente hacemos en nuestros hogares; la higiene mental exige que desechemos esa información sobrante que nos aturde, nos bloquea y nos empacha. También el espíritu debe evacuar las basuras porque, como nos enseñan los psicólogos, una de las funciones de la memoria es olvidar.
Aunque es conveniente que recordemos los errores que hemos cometido con el fin de evitar repetirlos, también es saludable que, al menos, evitemos que nos sigan torturando aquellas equivocaciones que condicionan nuestras relaciones con las personas con las que convivimos. Para lograr el daño que algunos recuerdos nos causan es eficaz que aceptemos que la vida tiene una parte incómoda, molesta, dolorosa y, a veces, injusta; sí, hemos de reconocer inteligentemente que tenemos que cargar con esos fardos -a veces pesados- que depositan en nuestros hombros los otros. Por eso, además de dolernos, nos resultaría práctico que interpretáramos con benevolencia esos fallos ajenos y, sobre todo, que evitáramos extraer conclusiones erróneas sobre las intenciones de los demás. Para lograr nuestro propio bienestar, hemos de seguir aprendiendo a olvidar y a perdonar a los otros y, sobre todo, a nosotros mismos. El verano es otra ocasión propicia para ventilar la mente y para renovar el aire viciado, encerrado en algunos de los pliegues de nuestras entrañas. Que descanséis, amigos.
José Antonio Hernández Guerrero, reflexiona, semanalmente en nuestro “blog”, sobre las Claves del bienestar humano el sentido de la dignidad humana y el nuevo humanismo.
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