DOMINGO DECIMO CUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO (04 de julio de 2021)
Introducción: El Mesías es rechazado por la pobreza con la que se presenta a los hombres.
Jesús va a su pueblo y entra en la sinagoga para exponer su doctrina y habla acompañando su palabra de signos. A sus convecinos le admira lo que dice y se quedan extasiados por los signos que acompañan sus palabras. Esto sería suficiente para descubrir en Jesús al Mesías esperado, pero.. hay un inconveniente y gordo: Jesús es un vecino del pueblo, aquí tiene su vivienda, con Él vive su familia, con los niños del pueblo ha jugado y del trabajo de sus manos mantiene a la familia. El Mesías no puede caer tan bajo; debe ser una persona importante que en su mismo porte y alcurnia manifieste la grandeza del que lo envía, del Dios grande y todopoderoso. Pero esto es no conocer a Dios, porque Dios se manifiesta precisamente lo pobre y desamparado. El Mesías está allí y no tiene más aval que los signos de Dios que realiza.
1. El caso de san Pablo: la fuerza se realiza en la debilidad.
Una prueba de esto la vemos también en la segunda lectura: Pablo tiene una enfermedad que le impide en parte su acción misionera, le pide a Dios por tres veces verse libre de ese estorbo, pero Dios no le hace caso. ¿Cómo puede Dios ignorar la súplica de un misionero que lo que pide es ser útil a la misión? Los caminos de Dios son distintos de los caminos de los hombres: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos.» (Is 55,8). Por eso Dios le responde: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Desde entonces Pablo no sólo deja de pedir, sino que se gloría de todas sus debilidades: de los inconvenientes que encuentra en su misión, de la persecución de sus compatriotas, de todo lo que parece obstaculizar, porque está seguro de esas que parecen dificultades aseguran el éxito de la misión. Dios es así, y a Dios no lo podemos cambiar; bastante haremos si conseguimos adaptarnos nosotros a su modo de ser. Así ganaremos.
2. El que puede ser nuestro caso.
Si buscamos a Dios no busquemos cosas grandes, porque a Dios lo encontraremos en lo pequeño. A veces pensamos que a Dios se encuentra haciendo grandes penitencias, dedicando muchas horas del día a la oración, y no sé cuántas cosas más. Y resulta que Dios se nos quiere manifestar a través de pequeñas contradicciones aceptadas con alegría como caricias venidas de sus manos amorosas; del sincero ofrecimiento del quehacer de cada día; de una pequeña limosna depositada con amor en la mano del indigente; de todo lo que hacemos si lo hacemos pensando en Dios y buscando su gloria. Si pensamos que se encuentra a Dios haciendo cosas grandes, renunciaremos a Él, porque esas cosas grandes nos exceden; si sabemos que se encuentra en el quehacer de cada día hecho con alegría y ofrecido con amor puede que en poco tiempo Él se nos manifieste como cercano y amante. Del mismo modo, si consideramos que para ser misionero hay que emigrar a África o a la India, renunciaremos a serlo; si, en cambio, pensamos que ser misionero es comunicar de boca a boca el don de la fe que nosotros gratuitamente hemos recibido, podremos acercar a muchos a Jesucristo o avivar la fe dormida de los indiferentes. Todo es del color del cristal con que se mira.
Conclusión: En unión con Cristo Jesús.
Lo grande ya lo hizo Cristo Jesús padeciendo su dolorosa muerte, que es lo que vamos a hacer presente en este altar. Y lo hacemos presente para que, uniendo nuestras pequeñas cosas a su inmenso dolor, lo pequeño que hacemos gane por esta unión calidad y Dios lo reciba como digno de sí. Jesús hace grande nuestra pequeñez y así nos hace gratos al Dios Padre de todos: de Él y nuestro.
Jesús va a su pueblo y entra en la sinagoga para exponer su doctrina y habla acompañando su palabra de signos. A sus convecinos le admira lo que dice y se quedan extasiados por los signos que acompañan sus palabras. Esto sería suficiente para descubrir en Jesús al Mesías esperado, pero.. hay un inconveniente y gordo: Jesús es un vecino del pueblo, aquí tiene su vivienda, con Él vive su familia, con los niños del pueblo ha jugado y del trabajo de sus manos mantiene a la familia. El Mesías no puede caer tan bajo; debe ser una persona importante que en su mismo porte y alcurnia manifieste la grandeza del que lo envía, del Dios grande y todopoderoso. Pero esto es no conocer a Dios, porque Dios se manifiesta precisamente lo pobre y desamparado. El Mesías está allí y no tiene más aval que los signos de Dios que realiza.
1. El caso de san Pablo: la fuerza se realiza en la debilidad.
Una prueba de esto la vemos también en la segunda lectura: Pablo tiene una enfermedad que le impide en parte su acción misionera, le pide a Dios por tres veces verse libre de ese estorbo, pero Dios no le hace caso. ¿Cómo puede Dios ignorar la súplica de un misionero que lo que pide es ser útil a la misión? Los caminos de Dios son distintos de los caminos de los hombres: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos.» (Is 55,8). Por eso Dios le responde: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Desde entonces Pablo no sólo deja de pedir, sino que se gloría de todas sus debilidades: de los inconvenientes que encuentra en su misión, de la persecución de sus compatriotas, de todo lo que parece obstaculizar, porque está seguro de esas que parecen dificultades aseguran el éxito de la misión. Dios es así, y a Dios no lo podemos cambiar; bastante haremos si conseguimos adaptarnos nosotros a su modo de ser. Así ganaremos.
2. El que puede ser nuestro caso.
Si buscamos a Dios no busquemos cosas grandes, porque a Dios lo encontraremos en lo pequeño. A veces pensamos que a Dios se encuentra haciendo grandes penitencias, dedicando muchas horas del día a la oración, y no sé cuántas cosas más. Y resulta que Dios se nos quiere manifestar a través de pequeñas contradicciones aceptadas con alegría como caricias venidas de sus manos amorosas; del sincero ofrecimiento del quehacer de cada día; de una pequeña limosna depositada con amor en la mano del indigente; de todo lo que hacemos si lo hacemos pensando en Dios y buscando su gloria. Si pensamos que se encuentra a Dios haciendo cosas grandes, renunciaremos a Él, porque esas cosas grandes nos exceden; si sabemos que se encuentra en el quehacer de cada día hecho con alegría y ofrecido con amor puede que en poco tiempo Él se nos manifieste como cercano y amante. Del mismo modo, si consideramos que para ser misionero hay que emigrar a África o a la India, renunciaremos a serlo; si, en cambio, pensamos que ser misionero es comunicar de boca a boca el don de la fe que nosotros gratuitamente hemos recibido, podremos acercar a muchos a Jesucristo o avivar la fe dormida de los indiferentes. Todo es del color del cristal con que se mira.
Conclusión: En unión con Cristo Jesús.
Lo grande ya lo hizo Cristo Jesús padeciendo su dolorosa muerte, que es lo que vamos a hacer presente en este altar. Y lo hacemos presente para que, uniendo nuestras pequeñas cosas a su inmenso dolor, lo pequeño que hacemos gane por esta unión calidad y Dios lo reciba como digno de sí. Jesús hace grande nuestra pequeñez y así nos hace gratos al Dios Padre de todos: de Él y nuestro.
Antonio Troya Magallanes, nace en San Fernando (Cádiz), el 28 de diciembre del año 1927, un cura al que a muchos nos ha alegrado conocer y a los que a muchos nos ha dejado una gran huella de humanidad. Fiel defensor del Concilio Vaticano II, su labor pastoral y su compromiso evangélico y social chocó con una sociedad autoritaria y caciquil.
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Antonio Troya Magallanes, su perfil como sacerdote a través de sus homilías:
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Antonio Troya Magallanes, nombrado “hijo adoptivo de Puerto Real”:
https://www.puertorealhoy.es/antonio-troya-maruja-mey-seran-nombrados-nuevos-hijos-adoptivos-puerto-real
Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
http://www.obispadocadizyceuta.es/wp-content/uploads/2003/07/BOO2541-Julio-Agosto-2003.pdf
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Antonio Troya Magallanes, perfil sacerdotal (Pág. 23), por JAHG:
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