AYER (sábado 8 de agosto), después de un mes en el claustro del Convento, salió el grupo de familias que se encerró en él el pasado 8 de julio. Después de muchos días de reclamar la atención de todos sobre su situación, los que hemos estado alrededor de ellos hemos podido ver, también con ellos, algo de luz y vías de solución para éste que es problema que afecta a millones de familias en nuestra nación y a miles de nuestros vecinos en nuestra provincia.
Con todos hemos comprobado muchas cosas y hemos vivido muchas situaciones, de unos para agradecer y aprender el ejercicio de la solidaridad verdadera, de otros para descubrir como también existen entre nosotros quienes quieren aprovechar las situaciones de calamidad de los demás para provecho propio, y de otros como es verdadero uno de los signos de nuestro tiempo, que es el de la falta de sensibilidad y de compromiso ante las necesidades de los que nos rodean.
No sé si con estas líneas me haré portador de los sentimientos de estos que han sido durante estos largos días los compañeros y la guardia de la Patrona, pero si que me gustaría hacer llegar a todos lo que creo ha sido una experiencia enriquecedora y llena de tonalidades. Lo hago, eso sí, en nombre de todos los que la hemos vivido juntos y a todos me gustaría nombrar para que nadie se sienta al margen de lo que hemos compartido.
Estos días he visto en el Convento continuador de su larga trayectoria como Casa de la Virgen y lugar de encuentro con Ella ante las dificultades, como lo es ante los gozos. Otra vez se ha llenado el Claustro de los continuadores de aquellos que lo llenaron cuando el maremoto, pidiendo a los frailes que la sacaran al Compás. Los sucesores de los que recurrieron a sus naves cuando las epidemias de fiebre amarilla arrancaron entonces el Voto que cada 7 de octubre se repite indefectiblemente. Los mismos que aquella noche de la Explosión vinieron a encontrar refugio entre sus centenarias columnas de mármol. La Casa de la Virgen. Y me he sentido confortado por ser heredero de los que nunca cerraron las puertas ante las dificultades sino que supieron abrirlas de par en par, y han mantenido siempre una presencia encaminada a favorecer este modo de ver a la Virgen del Rosario más como Madre que con otros Títulos que no nos encaminan a los demás.
Pero además me he sentido dichoso por ser miembro de esta Diócesis y tener la suerte de vivir mi fe bajo la guía de nuestro Obispo, que desde el primer momento ha vivido de cerca esta situación y ha llamado en nombre de los que aquí estaban a muchas puertas, en compañía de los que desde la Iglesia han intermediado silenciosa y prudentemente para buscar una solución.
He visto a nuestros comerciantes y a los hosteleros de nuestra ciudad y me he dado cuenta de que quedan aún almas nobles y buenas, que siguen siendo estímulo para vivir como es justo y seguir creyendo en la bondad del corazón del hombre.
Doy testimonio, con mucho orgullo, de la familiaridad de nuestras autoridades que no han cerrado tampoco sus puertas, aún sabiendo que era difícil en un escenario de tanta crisis y de tanto paro oír a los que allí estaban. Todas, Ayuntamiento, Junta de Andalucía, Subdelegación de Gobierno y Diputación Provincial.
Me he sentido confortado porque he podido llamar a las puertas de quienes todos los días forman la familia de este Santuario de la Patrona. Los de verdad. Aquellos que han entendido muy bien, junto a los frailes dominicos, que el Camarín de la Patrona se prolonga en las personas y preguntan si se les necesita porque saben que la misma cara que tiene en su Sagrada imagen esta impresa en los corazones de los que nos piden. Los que habilitaron el Claustro para la acogida, los que se han hecho cargo de mantener abierto y en su servicio su Santuario en medio de esta situación, a quienes han dejado lo suyo por ayudar a redactar las propuestas y las peticiones de los que aquí estaban y a los que siempre están porque saben estar siempre.
Gratitud renovada a nuestra prensa local, y a nuestros medios de comunicación que, salvadas las excepciones de aquellos a quienes no gustan este tipo de noticias, también han sido diligentes en dar cuenta de lo que aquí hemos estado viviendo y de las dificultades por las que estaban pasando este grupo de familias de Cádiz.
He comprobado, una vez más, la capacidad de convivencia de los gaditanos y el señorío de esta ciudad nuestra en la que las dificultades, aún las más extremas, no merman ni disminuyen el talante educado y el comportamiento ejemplar de quienes están pasando por ellas. Y me he sentido edificado también por la docilidad de quienes han admitido el consejo de desterrar la violencia, el gesto amenazador ni aquello que dañe a los demás, oyéndoles mil veces dar las gracias y recogiendo muchas más la gratitud de sus familias por este pequeño servicio de acogida.
Sin embargo, he sido testigo también, de otros gestos y los he silenciado ante quienes estaban en la Casa y los he recibido como estímulo para seguir anunciando el Evangelio a quienes han optado por otros modos de vivir su fe en Jesucristo.
● Necesitados de predicación están los que me han aconsejado llamar a la policía y desalojar a las personas como si fueran cosas que se sacan de donde estorban.
● Necesitados también de Evangelio los que se han hecho acompañar de cámaras fotográficas para inmortalizar su donativo y a quienes, en nombre de instituciones de la Iglesia, llamadas como todos al ejercicio de la caridad, que es nuestro único mandamiento, han querido señalarse como cooperantes, no teniendo más finalidad que la de su protagonismo al que tantas veces, nos tienen acostumbrados.
● Veo que muy necesitados también de anuncio de salvación están quienes han pedido se retiraran las pancartas que afeaban, según ellos, las fachadas del templo elegido para las celebraciones de sus bodas, tan importantes y de tanta vistosidad que eran incompatibles con lo que allí se estaba pidiendo.
Necesitados de Dios. Y perdonados.
● Los que no han venido, quizá esperando que pasara la tempestad para volver a venir.
● Los preocupados por sus vacaciones y los que decididos a dejar pasar los días a ver si el tiempo, que no cura más que lo que no se quiere de verdad, dejaba el camino libre para sus intereses también camuflados en afectos a la Virgen del Rosario, que ya tengo más que vistos y que me hacen mucho daño. Perdonados también.
Ya veis, hay de todo en todas partes, aquí también. No sabemos quienes seremos los más necesitados si los encerrados o los que quedamos libres a su alrededor. De todos modos como lo perdonado lo está si se olvida, que quede al final para todos lo único verdadero que aquí se ha vivido y que ha sido el valor de los que piden y la generosidad de los que saben escuchar, saben acercarse al que les pide y está atento por si se puede darles la mano. Eso es de Dios. Lo demás ya es parte de la historia de los hombres que por eso no es más que nuestra y no llega al cielo.
Con todos hemos comprobado muchas cosas y hemos vivido muchas situaciones, de unos para agradecer y aprender el ejercicio de la solidaridad verdadera, de otros para descubrir como también existen entre nosotros quienes quieren aprovechar las situaciones de calamidad de los demás para provecho propio, y de otros como es verdadero uno de los signos de nuestro tiempo, que es el de la falta de sensibilidad y de compromiso ante las necesidades de los que nos rodean.
No sé si con estas líneas me haré portador de los sentimientos de estos que han sido durante estos largos días los compañeros y la guardia de la Patrona, pero si que me gustaría hacer llegar a todos lo que creo ha sido una experiencia enriquecedora y llena de tonalidades. Lo hago, eso sí, en nombre de todos los que la hemos vivido juntos y a todos me gustaría nombrar para que nadie se sienta al margen de lo que hemos compartido.
Estos días he visto en el Convento continuador de su larga trayectoria como Casa de la Virgen y lugar de encuentro con Ella ante las dificultades, como lo es ante los gozos. Otra vez se ha llenado el Claustro de los continuadores de aquellos que lo llenaron cuando el maremoto, pidiendo a los frailes que la sacaran al Compás. Los sucesores de los que recurrieron a sus naves cuando las epidemias de fiebre amarilla arrancaron entonces el Voto que cada 7 de octubre se repite indefectiblemente. Los mismos que aquella noche de la Explosión vinieron a encontrar refugio entre sus centenarias columnas de mármol. La Casa de la Virgen. Y me he sentido confortado por ser heredero de los que nunca cerraron las puertas ante las dificultades sino que supieron abrirlas de par en par, y han mantenido siempre una presencia encaminada a favorecer este modo de ver a la Virgen del Rosario más como Madre que con otros Títulos que no nos encaminan a los demás.
Pero además me he sentido dichoso por ser miembro de esta Diócesis y tener la suerte de vivir mi fe bajo la guía de nuestro Obispo, que desde el primer momento ha vivido de cerca esta situación y ha llamado en nombre de los que aquí estaban a muchas puertas, en compañía de los que desde la Iglesia han intermediado silenciosa y prudentemente para buscar una solución.
He visto a nuestros comerciantes y a los hosteleros de nuestra ciudad y me he dado cuenta de que quedan aún almas nobles y buenas, que siguen siendo estímulo para vivir como es justo y seguir creyendo en la bondad del corazón del hombre.
Doy testimonio, con mucho orgullo, de la familiaridad de nuestras autoridades que no han cerrado tampoco sus puertas, aún sabiendo que era difícil en un escenario de tanta crisis y de tanto paro oír a los que allí estaban. Todas, Ayuntamiento, Junta de Andalucía, Subdelegación de Gobierno y Diputación Provincial.
Me he sentido confortado porque he podido llamar a las puertas de quienes todos los días forman la familia de este Santuario de la Patrona. Los de verdad. Aquellos que han entendido muy bien, junto a los frailes dominicos, que el Camarín de la Patrona se prolonga en las personas y preguntan si se les necesita porque saben que la misma cara que tiene en su Sagrada imagen esta impresa en los corazones de los que nos piden. Los que habilitaron el Claustro para la acogida, los que se han hecho cargo de mantener abierto y en su servicio su Santuario en medio de esta situación, a quienes han dejado lo suyo por ayudar a redactar las propuestas y las peticiones de los que aquí estaban y a los que siempre están porque saben estar siempre.
Gratitud renovada a nuestra prensa local, y a nuestros medios de comunicación que, salvadas las excepciones de aquellos a quienes no gustan este tipo de noticias, también han sido diligentes en dar cuenta de lo que aquí hemos estado viviendo y de las dificultades por las que estaban pasando este grupo de familias de Cádiz.
He comprobado, una vez más, la capacidad de convivencia de los gaditanos y el señorío de esta ciudad nuestra en la que las dificultades, aún las más extremas, no merman ni disminuyen el talante educado y el comportamiento ejemplar de quienes están pasando por ellas. Y me he sentido edificado también por la docilidad de quienes han admitido el consejo de desterrar la violencia, el gesto amenazador ni aquello que dañe a los demás, oyéndoles mil veces dar las gracias y recogiendo muchas más la gratitud de sus familias por este pequeño servicio de acogida.
Sin embargo, he sido testigo también, de otros gestos y los he silenciado ante quienes estaban en la Casa y los he recibido como estímulo para seguir anunciando el Evangelio a quienes han optado por otros modos de vivir su fe en Jesucristo.
● Necesitados de predicación están los que me han aconsejado llamar a la policía y desalojar a las personas como si fueran cosas que se sacan de donde estorban.
● Necesitados también de Evangelio los que se han hecho acompañar de cámaras fotográficas para inmortalizar su donativo y a quienes, en nombre de instituciones de la Iglesia, llamadas como todos al ejercicio de la caridad, que es nuestro único mandamiento, han querido señalarse como cooperantes, no teniendo más finalidad que la de su protagonismo al que tantas veces, nos tienen acostumbrados.
● Veo que muy necesitados también de anuncio de salvación están quienes han pedido se retiraran las pancartas que afeaban, según ellos, las fachadas del templo elegido para las celebraciones de sus bodas, tan importantes y de tanta vistosidad que eran incompatibles con lo que allí se estaba pidiendo.
Necesitados de Dios. Y perdonados.
● Los que no han venido, quizá esperando que pasara la tempestad para volver a venir.
● Los preocupados por sus vacaciones y los que decididos a dejar pasar los días a ver si el tiempo, que no cura más que lo que no se quiere de verdad, dejaba el camino libre para sus intereses también camuflados en afectos a la Virgen del Rosario, que ya tengo más que vistos y que me hacen mucho daño. Perdonados también.
Ya veis, hay de todo en todas partes, aquí también. No sabemos quienes seremos los más necesitados si los encerrados o los que quedamos libres a su alrededor. De todos modos como lo perdonado lo está si se olvida, que quede al final para todos lo único verdadero que aquí se ha vivido y que ha sido el valor de los que piden y la generosidad de los que saben escuchar, saben acercarse al que les pide y está atento por si se puede darles la mano. Eso es de Dios. Lo demás ya es parte de la historia de los hombres que por eso no es más que nuestra y no llega al cielo.