DOMINGO DECIMOQUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO (11 de julio de 2021)
Jesús envía a los doce, que ha elegido como representantes de Él en el mundo, y los provee de los mismos poderes que Él mismo tiene: curar enfermos y expulsar demonios. Pero también les exige que, al ser una representación suya, vayan equipados de una forma semejante: «Les encargó que llevasen para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforjas, ni dinero suelto en la faja». Así caminaba Jesús, así daba testimonio de lo de arriba, renunciando a lo que este mundo valora como importante y necesario. No se puede ser de arriba y de abajo al mismo tiempo: hay que renunciar a los bienes de aquí abajo para anunciar como únicamente importante los del más allá. Quizás a través de la historia nos hemos ido olvidando de esto y tal vez por eso no hemos presentado adecuadamente al que nos envía y no hemos conseguido mayores frutos. Hay ahora una clara tendencia a volver al principio: que tenga éxito y que el éxito se cuente con multitud de personas que abracen la fe que nos trajo Jesús de Nazaret.
1. Cómo se va realizando en el mundo la enseñanza de Jesús.
Lo que sí les concede es que se sientan huéspedes en las casas donde sean acogidos y que compartan la vida de la familia, así van creando la comunidad que predican: una comunidad en la que todos se sientan unidos y estén cada uno al servicio del otro. No son apóstoles que predican una doctrina desde las alturas, sino compañeros de camino que no sólo con su palabra, sino también con su vida enseñan a caminar. Con los poderes recibidos de Cristo echaban muchos demonios y curaban a muchos enfermos: así daban testimonio de que Dios estaba por dar su salvación a este mundo y por liberarnos del mal. Así anunciaban el Reino que Jesús intentaba implantar en este mundo, dominado por el mal.
2. El mensaje que predican los apóstoles de Jesús.
Lo que tienen que predicar está muy bien resumido en el salmo que hemos recitado. En primer lugar, la misericordia y la salvación. Dios no es el ogro que está esperando que uno falle para darle el golpe; al contrario, está dispuesto a volver la vista al pecado para derramar misericordiosamente el perdón sobre el pecador que lo solicita: se nos muestra no como un juez, sino como un Padre. Es un Dios que anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos; Es un Dios que persuade de que la salvación está ya cerca de sus fieles porque la gloria –el Mesías Salvador que Él ha enviado– habita ya en nuestra tierra. Por eso, la fidelidad –que es la obediencia de Jesús hasta la muerte– y la justicia –que es el Dios justo que mira desde el cielo– se encuentran y Dios mira con amor al mundo porque El Mesías que nos ha enviado va a entregar su vida para la remisión de nuestros pecados, presentando así al Padre un pueblo digno de Él. Por eso la justicia marchará ciertamente ante Él, pero ¡la salvación seguirá sus pasos!. Qué idea de Dios tan distinta de la que tenía aquel pueblo que ofrecía continuamente sacrificios de expiación para hacer propicio a Dios a quienes se habían alejado de Él por el pecado. Jesús ofrece un sacrificio único que borra todos los pecados del mundo y lo hace agradable al Dios justo. Es como si una lluvia abundante cayera sobre la tierra y esta tierra, antes estéril pudiera ahora dar abundante fruto.
Conclusión: El sacramento que actualiza la redención.
Y ahora vamos a hacer presente en el altar no sólo al que, enviado por Dios, da vida al mundo, sino también el ofrecimiento que hace de sí mismo en la cruz para que el Padre mire con amor y misericordia a los pecadores y abra sus corazones a la esperanza de un mundo mejor aquí en la tierra y una eternidad en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo más allá de esta vida terrena.
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